Prueba irrefutable de que el movimiento woke de los Estados Unidos es profundamente antidemocrático, y que pone su propio empoderamiento y perpetuación por encima de las instituciones republicanas, de la dignidad de la persona humana, y de la libertad, es que sus impulsores sonríen cuando el FBI allana la mansión de Donald Trump en Mar-a-Lago, Florida, este 9 de agosto.
Fue un evento en el que se usa a esta agencia como martillo de un proyecto político-electoral, de la mano del Partido Demócrata y sus progre-globalistas de izquierda radical.
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La patética revolución woke —ese virus que carcome a la cristiandad tomando prestado de la revolución cultural china de Mao la cancelación y el pensamiento hegemónico—, rebosa de soberbia y autoritarismo, y busca imponer su agenda pisoteando la presunción de inocencia de Trump, el respeto a su privacidad y sus bienes inmuebles, y su derecho a la paz y a no ser molestado.
Los woke convierten cada día más a los Estados Unidos en una república bananera, tal como lo dijo Trump. Este país vive una enorme degradación de la calidad de su democracia.
Usar a las fiscalías, a la policía y aún al ejército como porros de un gobierno y de un partido político, es una práctica detestable pero frecuente en los países del “tercer mundo”.
Pero hoy empieza a pasar en Estados Unidos aquello a lo que ya estamos por desgracia acostumbrados los hispanos de Cuba, Nicaragua, Venezuela, Bolivia, y Argentina, entre otros países donde las fuerzas del orden han servido de tapete al sátrapa en turno.
Los promotores del socialismo en los Estados Unidos están tan convencidos de su superioridad moral, que no dudan en echar mano de sus aliados en el Deep State —esto es, el aparato hondo, los bajos fondos de la burocracia, los sótanos del poder, las agencias nacionales, incluyendo el FBI— para perseguir a los líderes conservadores, antisistema, anti-establishment, entre los cuales, por supuesto, Trump es el más poderoso representante.
Estos supremacistas del progresismo quieren descarrilar el creciente éxito del líder de facto del Partido Republicano, y seguro candidato a la presidencia en 2024, Donald Trump, ya que ha dejado atrás en las encuestas a todo otro contendiente de cara a esas elecciones, mientras que los demócratas carecen de una figura sobresaliente.
Los woke quieren ver inhabilitado a Trump, así sea por causas no penales sino administrativas, para que no sea candidato en 2024, pero también odian que han venido ganando las elecciones internas aquellos a quienes el expresidente ha apoyado en el GOP.
Pero eso no es todo. Mientras el FBI registra la casa de descanso de Trump en Florida, el estado de asedio permanente contra él avanza en una vertiente más, en su tierra natal, Nueva York.
Ahí, la fiscal general estatal, Letitia James busca atrapar a Trump por supuestos problemas relacionados con el manejo de sus empresas familiares, pero no ha podido encontrar nada.
No pasa desapercibido el dato de que esta señora, abogada negra, es militante nada menos que del Partido Demócrata. Esto es un claro conflicto de intereses: la señora James quiere perjudicar a Trump bajo un esquema claramente político-electoral.
No debería permitirse a alguien con filiación partidista, conducir una investigación para hundir al más alto de los rivales de su instituto político. ¿Qué clase de justicia bananera es ésta?
Ante esta situación, hizo bien Trump en acogerse a la famosa Quinta Enmienda de la Constitución de su país, que básicamente señala que una persona no tiene la obligación de testificar en contra de sí misma, es decir, de auto inculparse.
Pero los ataques no van a cesar, porque el 8 de noviembre que se celebran las elecciones “mid-term”, todos los pronósticos apuntan a que el Partido Republicano, podrá estar en condiciones de recuperar la mayoría en el Senado tanto como en la Casa de Representantes. Y con ello, quedará alfombrado el camino -por mucho- para el regreso triunfal de Trump a la presidencia en 2024, de donde nunca debió haber salido.
Hay que tener en cuenta la enorme importancia en este momento crucial de la historia, de que salgan del poder los supremacistas progresistas del Partido Demócrata, no sólo por su mal gobierno, su pésimo manejo de la migración ilegal y de la inflación, sino por su agenda anticristiana, su incapacidad de mantener el mundo en paz, y sobre todo, por no controlar a China.
El continente americano está sufriendo gravísimos ataques contra la cristiandad, y vemos persecuciones contra sacerdotes, quema de templos, vandalización de íconos sagrados.
Simultáneamente, observamos los avances de la nefasta Agenda 2030 y su imposición muchas veces vía judicial, del aborto, el supremacismo feminista y la ideología de género. La demolición de la familia natural y la promoción de un modelo social tendiente a la homosexualidad como método oculto de control contra la explosión demográfica, es pan de todos los días y parte del plan de gobierno de los nuevos marxistas posmodernos en el poder: Gabriel Boric, Xiomara Castro y Gustavo Petro, pero también Alberto Fernández, Pedro Castillo, Luis Arce y ahí viene Luiz Inácio Lula da Silva de regreso.
Por simple contrapeso a algo tan fuerte como esta ola socialista hemisférica, Trump es una necesidad, y no ya la simple preferencia electoral de más de 75 millones de norteamericanos.
Sin el Partido Republicano en el poder en los Estados Unidos, el mundo occidental queda en manos de inescrupulosos emporios sin rostro, progre-globalistas, woke, cuya función es hincar al ciudadano, postrarlo moralmente, con lo que ayudan directamente a coronar la hegemonía económica, política y cultural del Partido Comunista de China (PCCh).
Urge entonces despertar, saber y actuar en consecuencia, coadyuvando para que líderes pro vida, pro familia, defensores de la libertad y de la democracia, enemigos del socialismo y del progresismo, accedan al poder antes que sea demasiado tarde.
La contrarrevolución cultural no puede esperar, y sin embargo, debemos apostar a un cambio estructural, y no sólo electoral. Apostar a un cambio de estilo de vida, apegado a valores profundos y trascendentes: ir por la resacralización de la vida.