
Nunca había presenciado una marcha del así llamado “orgullo LGBT”. Ni de lejos ni de cerca. De hecho, lo que pude ver de este evento que, según el gobierno socialista de la Ciudad de México reunió a 250.000 asistentes en el centro de esta capital, fue por casualidad.
Yo fui a reunirme con otras personas para rezar el Rosario a las puertas de la Catedral Metropolitana. Un Rosario para pedir por los guerreros de la contrarrevolución cultural, y en desagravio a la Virgen ante tantos miles de abortos en el país, y en el continente.
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Pero para llegar a la Catedral, había que abrirse paso entre miles y miles de personas, la inmensa mayoría, con esos colores del arcoíris, alusivos a las preferencias sexuales.
Y me pregunté en el camino: ¿Por qué habría una necesidad de hacer público, de manifestar explícitamente, de gritar a los cuatro vientos, la preferencia sexual de uno en las calles, y hasta hacer una marcha o desfile?
La respuesta que me darán, obvio, es que este desfile es una reacción a la discriminación. Bueno, pero si se pueden reunir 250.000 personas para “celebrar” su homosexualidad, es que claramente ya no existe ninguna discriminación, ni de la gente en las calles, y mucho menos por parte de los gobiernos.
Por ejemplo, el gobierno de la ciudad, del mismo partido MORENA, que el de Andrés Manuel López Obrador, de izquierda progresista, del lado del aborto, del supremacismo LGBT, del supremacismo feminista, desplegó enormes, gigantes banderas con el famoso arcoíris y otra que me parece alude a la transexualidad.
Es decir, el gobierno no sólo no discrimina, sino que, antes bien, se está gastando miles y miles de pesos en apoyar este movimiento del “orgullo LGBT”.
Pero, ¿por qué un gobierno apoya a un movimiento? No es de gratis. Es lógico que porque busca el voto gay. Y muy posiblemente lo tenga. Y ahí es donde empiezan los peligros: la identificación del ser homosexual con las izquierdas.
No tendría por qué ser así, porque lo que hagas en tu cama es tu problema, no es un tema público. La discriminación por cualquier motivo —raza, religión, color, preferencia sexual, condición económica—, es una violación a los derechos humanos. Algo inaceptable.
Pero ser homosexual no es sinónimo de ser de izquierda. Y menos de una tan dañina como la actual. Puedes ser homosexual y ser de derecha. Nadie te va a juzgar, y mucho menos a discriminar. Es otra mentira que los homosexuales sólo tengan cabida en la izquierda.
La identificación de ese movimiento, el del supremacismo LGBT, con la izquierda, más exactamente con el marxismo posmoderno, es lo que genera críticas de la derecha, más no la condición de homosexualidad.
Habrá quienes en la derecha sean muy religiosos y debido a ello no estén muy de acuerdo con la homosexualidad, pero sus opiniones son personales y hay que respetarlas.
No se le puede imponer a nadie que le encante el supremacismo LGBT, que lo promueva, que lo ame. Basta con que lo respete.
El tema es que esta marcha rebasa por mucho el objetivo original de buscar vencer la discriminación. Lo que vemos hoy persigue otros objetivos, busca el poder político, y por ello es claramente la acción pública de un movimiento supremacista, que impone sus conductas como un nuevo estándar, un movimiento que es hegemónico en términos de Gramsci.
Siendo un movimiento político, es injusto y es absurdo que se alegue que quien lo critique está “discriminando” a los homosexuales. Este supremacismo quiere coartar la libertad de expresión de sus adversarios, cancelarlos, humillarlos, perseguirlos legalmente e incluso ha creado trastornos psiquiátricos para estigmatizar a sus detractores.
Por ejemplo, el concepto de “homófobo”. A una persona puede no interesarle lo que un homosexual haga en su cama, pero si un “colectivo” de drag queens llega a la escuela de sus hijos menores de edad a dar un “curso” que los padres de familia no pidieron, para adoctrinar a los niños sexualmente, esto ya es otra cosa y el padre tiene derecho a educar a sus hijos de otra manera.
Pero es llamado inmediatamente “homófobo”, aún cuando no está en contra de ningún homosexual, pero está a favor de una cierta educación para sus hijos, distinta a la que imparten esas drag queens.
Dicho de otra manera, alguno que critique cualquier acción emprendida por un homosexual, es categorizado como “demente”. Loco, porque la “homofobia”, que no existe como tal en cuanto a enfermedad mental, es asumida como un trastorno social contra los homosexuales. Como si tuviera que gustarnos todo aquello que hace otra persona, sea homosexual o no.
Por ejemplo, si un político es corrupto, debe ser criticado, y puesto ante un juez, sin importar en lo más mínimo su raza, religión, preferencia sexual, educación, etc. Pero si es un homosexual, un activista del supremacismo LGBT, podría alegar que se le está calumniando por ser homosexual y que todos quienes lo critican son “homófobos”.
Hemos llegado al absurdo. Y ahí quedaría todo, pero esto es peligroso porque además el Estado está convalidando una hegemonía cultural, un supremacismo, para no perder simpatías electorales.
Siendo honesto, esta marcha o desfile, se vivió en un ambiente pacífico el sábado 25 de junio. Hubo por ahí alguien que se molestó porque en Twitter dije que todo esto parecía un carnaval. Y para esa persona se trata de una lucha que para él debe ser acaso sagrada, pero no para mí. Me sigue pareciendo un carnaval, y con ello nadie debe decirse ofendido, porque los carnavales son simplemente fiestas coloridas.
Los que estaban en la marcha, por supuesto, no todos son homosexuales: había madres y padres de familia que aman a sus hijos que son gays y no desean que nadie los discrimine, o los haga menos. Y esto es comprensible.
Había amigos de homosexuales, amigos solidarios, capaces de portar una bandera, un paraguas, un collar, una playera de arcoíris, para no dejar solo a su ser querido, para arroparlo. Y así como esto hay muchos ejemplos.
Sin embargo, la inmensa mayoría de los que asistieron sólo estaban ahí porque alguien ofreció un concierto, porque había música, comida, alegría, fiesta, porque hay miles de jóvenes, porque es un evento al aire libre, porque quieren conocer a más gente. Es un evento con todo el respaldo del gobierno.
Y no es un factor menor que si el gobierno estaba feliz conquistando, asegurando este voto, los comerciantes hacían su agosto. Por supuesto que eran capaces de poner una bandera arcoíris en sus bares o restaurantes, en sus tiendas de ropa, en su puesto de elotes de la calle, o un letrero de “gay friendly”, pero en el fondo no es porque les guste o no les guste este tipo de manifestaciones, sino porque les deja mucho dinero.
Las grandes empresas del Big Tech y de ropa, tenis y accesorios, todas se pintan en junio de cada año de los colores del arcoíris. Porque es un enorme negocio. Por la derrama económica. Si no fuera negocio, ignorarían esta causa. Moraleja: causa que desee progresar, debe integrarse en el mercado.
Se dicen incluyentes, pero ¿cuál de los colores de su bandera representa al heterosexual? Ninguno que se sepa. El supremacismo es excluyente siempre.
¿Y ese gobierno de izquierda que también se dice “incluyente” apoya igual y gasta igual en un evento católico? Para nada. ¿Por qué no, si los católicos y cristianos suman un 88 % de la población? ¿No les sería más redituable incluso a nivel electoral?
No, porque la izquierda odia la religión, odia el catolicismo, y de hecho usa este movimiento para afectar, para acotar la práctica religiosa.
Y si bien la mayoría era pacífica, hay que decir que hubo no pocos que se acercaron a donde nosotros estábamos rezando, y nos insultaron de diversas maneras. Se reían de nosotros, no nos respetaban. Ellos que fueron tan discriminados hoy discriminan al católico, hoy que son supremacía cultural se comportan como aquello que odiaban, y de paso lo hacen bajo el escudo protector del gobierno.
La mayoría de los jóvenes no sabe que está siendo utilizado por un movimiento de supremacismo cultural, un movimiento político, progresista, y sólo asistió para divertirse.
Hay tremenda desorientación en los jóvenes de hoy, muchos de ellos crecieron como pudieron en condiciones de miseria, de abandono, de familias no funcionales, y al crecer lo que más quieren es sentirse parte de un grupo que los acepte.
Y eso es lo que vende este tipo de eventos: el sentimiento de grupo, de identidad, de pertenencia. Basta con usar unos colores en el atuendo y ya eres parte. Se adentran en estos grupos para ser aceptados y sentirse protegidos, sin conocer, sin haber leído, sin estar realmente convenidos de las teorías queer y todo ese background de autores LGBT.
Por eso la llave maestra de la nueva derecha es no ser ásperos con estos miles y miles de jóvenes, que están desorientados, que buscan ser guiados, sentirse protegidos, y pertenecer a algo más grande que ellos solos.
Deben saber que las puertas están abiertas para ellos, pero por ser personas, por su dignidad de seres humanos, con independencia de sus preferencias sexuales, y en la nueva derecha no estamos luchando por el “poder LGBT”, sino por la defensa de los valores.
También el aire de pronto olía a marihuana. Bueno, nadie se va a espantar, pero hay que preguntarnos por qué el gobierno de izquierdas apoya un movimiento de supremacismo LGBT, irascible contra sus disidentes y críticos, y la liberalización del uso de esta planta.
La respuesta es la misma que en los años sesenta: porque prefieren una juventud cuya vida gire en torno al sexo y que viva en las nubes, intoxicada, que una que esté consciente y luche contra la corrupción, la violación de los derechos humanos, la cultura de la cancelación, los ataques a la religión, la miseria y represión del socialismo.
¿De verdad hay que poner en el centro de nuestras vidas lo que sucede en la cama? ¿Todo debe girar en torno al sexo? ¿O en torno a la marihuana? A esto nos han conducido décadas de izquierdas sin valores, a que la vida humana se desacralice, se relativice, pierda su dimensión trascendente y busque rellenar su gran hueco con temas mundanos.
Por último, eso de “Orgullo LGBT”. Yo soy heterosexual y estoy orgulloso de serlo, pero al conocer a alguien no pongo por delante esta preferencia sexual. No me presento como: “Hola, soy Raúl, el heterosexual”. ¿Por qué no? Porque pienso que esto a nadie debe importarle.
Entonces hacer un desfile, una marcha, un movimiento de heterosexuales es una opción, pero no veo al gobierno socialista financiándonos ni poniendo grandes banderas de 40 metros por 40 en la fachada de sus edificios.
No, porque ellos siempre han querido destruir a la familia. Hijos de Marx, hijos de Simone de Beauvoir —la que dijo que no bastaba con el triunfo de la revolución socialista, sino que había que destruir a la familia—. Hijos de Mao y su revolución cultural. Hijos del asesino Che Guevara, hijos de Chávez, hijos de Boric, hijos de Lula y de Petro. Nada bueno. Generaciones y generaciones perdidas…