
Sin duda alguna Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el cabecilla del bloque rojo hispanoamericano, intentaba ejercitar un instrumento electoral que pareciera democrático, para repetirlo en el 2024, cuando acaba su gobierno, y poder lograr una extensión de su mandato.
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Tal es el guión del socialismo blando en Hispanoamérica, el mismo que usaron Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Evo Morales, Rafael Correa, y Daniel Ortega, entre otros, en sus países.
Se trata de llegar al poder a través del voto en unas elecciones legítimas, pero después, de mantenerse así reformando la Constitución, la ley electoral, o con la connivencia de la máxima instancia del poder judicial.
El mandatario socialista mexicano se siente feliz entre Maduro y Miguel Díaz Canel, tomándose fotos en México con cada cual en reuniones que organizó cuando fue líder de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), ese club de izquierdistas que no ocultan su rabia ante la OEA, y su agenda calcada del Foro de Sao Paulo y del Grupo de Puebla. Feliz y sonriente, porque aspira a la tiranía de sus amigos.
La consulta de revocación de mandato que tuvo lugar este domingo 10 de abril, era sospechosa desde el primer minuto porque no provenía de las legítimas demandas de la oposición, sino justo del propio López Obrador, encaprichado hasta la ignominia con que se realizara tal votación.
A los únicos que pudiera haberles interesado que ese presidente pernicioso se fuera aún antes de concluir su mandato, es a los opositores. Pero no. No son tan tontos. Saben muy bien que la Constitución manda que el gobierno federal dure 6 años.
Así, el que inventó todo este teatro, de 1700 millones de pesos, con cargo al presupuesto electoral y pagado con nuestros impuestos, fue el propio presidente.
Al buen entendedor pocas palabras, pero aún hubo un grupo opositor “radical” que sí promovió ir a votar en la consulta, bajo el argumento de que era una gran oportunidad para sacar del gobierno a su tan rechazado presidente.
Ese grupo, o bien sus integrantes ingenuos, o son cómplices del gobierno. Todo el resto de la muy variopinta oposición, estaba en contra de ir a votar. Llamaban a no convalidar votando un ejercicio de ego del presidente, de propaganda, y sobre todo, de ir aceitando un recurso para alargar su mandato una vez que concluya constitucionalmente.
Si un gobernante muestra de manera necia que desea que se instrumente una consulta para que la gente le cancele su administración, hay que fruncir el ceño. La única verdadera intención debe ser entonces justo lo contrario: una ratificación.
Pero esta ratificación de mandato, es decir, la orden de los ciudadanos para que López se quedara en el poder, era totalmente irrelevante, ya que de todos modos este tabasqueño había sido elegido para gobernar durante 6 años. Le faltan aún 2 más. Sin embargo, ya no es irrelevante si esta misma consulta se realiza en 2024, porque entonces la intención es permanecer en el poder. Muy distinto.
La clave está en esa frase tan repetida por López: “El pueblo pone y el pueblo quita”, con la que recalca que no sería la Constitución, ni el INE, ni nadie más que “el pueblo” mediante alguna consulta como la de este domingo 10, quien decide si se quedará a gobernar más tiempo, prolongando el sufrimiento de la oposición y el clamor de quienes reciben algo de su mega-asistencialismo.
No obstante, no alcanzó la votación el 40 j% necesario del universo de votantes, para que los resultados fueran vinculantes, o sea, de implementación obligatoria. Eso es el fracaso de López.
Pero en cuanto a efectos propagandísticos, ha sido un éxito. Y sobre todas las cosas, ya se logró instalar este mecanismo, que todo apunta a que se repetirá en 2023, y si no, sólo en 2024, el año decisivo, para alargar el mandato.
Ya tiene todas las condiciones construidas para quedarse en Palacio Nacional, que son las mismas del socialismo blando: el mega-asistencialismo para tener comprada la voluntad popular; el Ejército de su lado, enamorado con negocios puestos a su cargo, lo cual es inconstituional; disuelta la separación de poderes, el legislativo le obedece y el judicial también; la demolición de los organismos autónomos, donde ya sólo queda de pie el INE, aunque por poco tiempo quizá; el globalismo planteado el pasado 9 de noviembre de 2021 en el consejo de seguridad de la ONU, donde propuso un “Estado Mundial”; la alineación de las izquierdas continentales, con Biden y Harris hacia el norte, y con sus amigos sátrapas rojos hacia el sur. Todo está listo.
Y la oposición dormida, tibia, centrista y poco creativa.