
Hay estrategias que la izquierda internacional ha inventado para impulsar su perniciosa agenda que sin duda surgen del marxismo posmoderno, ya que no responden a un esquema clásico socialista, no necesitan un movimiento social, una movilización de masas. Se trata de la actuación de las Supremas Cortes.
Dicho de otra manera, unos cuantos ministros, encumbrados en el Poder Judicial, pueden tomar decisiones que afectarán a millones de personas, a todo un país, pero sin que tales resolutivos hayan primero estado sujetos a debates legislativos entre los auténticos representantes populares.
Incluso los ministros de la Corte podrán contradecir lo plasmado en las leyes de la Constitución, ya que su hermenéutica de cualquier ley es, de facto, metaconstitucional.
Su interpretación peculiar, por ejemplo, de los derechos humanos, podrá contradecir el derecho a la vida, poniendo por encima de este, el “derecho de la mujer a su libre desarrollo”, lo cual ha sido sinónimo en varios países hispánicos, como México o Colombia, del “derecho al aborto”, que por supuesto no es realmente ningún derecho, sino un subproducto de la lucha woke.
Pero si los ministros, por quienes nadie nunca votó —y cuyas resoluciones sientan antecedentes legales, jurisprudencia que deberá ser tomada como base para todo futuro caso a dirimirse en la misma materia—, establecen lecturas torcidas de la Constitución o de cualquier ley, la democracia pierde calidad, ya que la Corte podrá imponer su ideología —el progresismo—, como una dictadura. Por eso en Brasil se le empezó a llamar “dictadura de la toga” al Supremo Tribunal Federal (STF).
Y estamos conscientes de todo esto gracias a Olavo Carvalho, ese filósofo autodidacta brasileño que acaba de partir, quien nos abrió los ojos sobre el “activismo judicial”, que tiene como “gurú” al filósofo del derecho Ronald Dworkin, un norteamericano en cuyas aguas teóricas han abrevado los ministros del continente.
En Brasil los ministros del STF, en especial Alexandre de Morais, y sus cómplices de la “dictadura de la toga” son gente cercana al socialismo, y de facto operan para el Foro de Sao Paulo, alfombrando la candidatura del regreso a la presidencia de Lula da Silva, ese gran corrupto por lo que estuvo encerrado en la cárcel 19 meses.
Olavo Carvalho fue en mucho el artífice que construyó el fin del socialismo en Brasil —tras largos años de Lula y Dilma Rousseff— impulsando hasta su auge al pensamiento de derecha, al combate al socialismo, que se vio encarnado en la figura de Jair Bolsonaro, quien a la postre fue presidente, y quien podría reelegirse.
Pero, a juicio del filósofo que residía sobre todo en Estados Unidos y que habría muerto de Covid, Bolsonaro debería tomar acciones más enérgicas contra los notorios abusos de la “dictadura de la toga”, antes que sea demasiado tarde y logren destruir su estabilidad en el gobierno y anular su posible candidatura para reelegirse por 4 años más.
Como Bolsonaro —incluso habiendo logrado reunir más de 5 millones de personas en las calles en manifestaciones multitudinarias en decenas de ciudades grandes y medianas, el pasado 7 de septiembre de 2021, día de la fiesta nacional de la Independencia, en apoyo suyo contra el SFT— no tocó a los ministros que buscan descarrilar su reelección en 2022, la decepción de Olavo se acrecentó, aunque nunca rompió son su prosélito ideológico.
También en mucho se debe al pensamiento de Olavo que en Brasil, tras una larga noche de décadas en las que el socialismo tenía el control ideológico de las universidades, de los movimientos sociales, y no existía un partido de derecha, la gente haya despertado y haya podido ganar una opción conservadora, como la de Bolsonaro.
A Olavo también se le debe —sobre todo los brasileños—, el haber profundizado en la relación y el carácter pernicioso tanto de la “revolución cultural” de Antonio Gramnsci, como de la “Nueva Era”, encontrando puntos en común que moldearon la mente de la izquierda, la hegemonía socialista, durante décadas.
Carvalho desenmascara a fondo a Gramsci, encontrando que el italiano que pasó su vida preso, “exige que toda actividad cultural y científica se reduzca a mera propaganda política, más o menos camuflada”, escribe.
Para el brasileño, Gramsci es “el profeta de la imbecilidad”, para quien no tiene importancia ni valor distinguir la verdad de la mentira, por lo que asume que la cultura debe tener un carácter propagandístico, con lo cual se da un “balazo en el pie”, ya que sus teorías tampoco tendrían valor alguno, sino en tanto propaganda comunista.
Aún más, un factor en el que Olavo pudo poner su atención fue la relación entre las izquierdas y el crimen —algo tan socorrido en América Latina—, razonando, entre otras cosas, sobre cómo líderes brasileños encontraban en niños que consumían drogas en las calles, y que las vendían también, las bases de un próximo ejército de adolescentes que podría asesinar a los policías, tener en zonas el monopolio del secuestro y traficar armas pesadas, y con ello contribuir a un “cambio” político, desafiando el orden establecido.
Olavo tenía en muy buen concepto a Donald Trump y su movimiento socio-cultural, MAGA, y él tendió puentes entre el norteamericano y Bolsonaro. Uno de los asesores más renombrados de Trump, Jason Miller, el CEO de GETTR, viajó a inicios de septiembre a Brasil, entre otras cosas al CPAC que tuvo lugar en la tierra del Cristo de Corcovado, y ahí se reunió con el presidente Bolsonaro y sus hijos. Gran encuentro.
Al estar ya por dejar Brasil, autoridades “casualmente” relacionadas con el ministro De Morais detuvieron a Miller —y a su equipo— para interrogarlo. No se le acusó de nada, por supuesto, y al cabo de tres horas, lo dejaron libre y se fue.
La pinza está cerrándose cada vez más, la articulación imprescindible de las derechas continentales pasa, necesariamente, por el pensamiento de Carvalho, quien por desgracia aún no está traducido en su totalidad al español. Hay también un sinfín de videos en redes sociales que vale la pena revisar y estudiar.
En paz descanse el buen profesor Olavo Carvalho.