Hoy vivimos una transvaloración de los valores de Occidente. El progresismo, el marxismo posmoderno, está “deconstruyendo” tema por tema, todo aquello que hemos considerado como “bueno”, como “óptimo” para la vida, y asociándolo al pensamiento retrógrada, al pasado.
Al mismo tiempo, el llamado “socialismo cool”, está tomando cada cosa que fue en su momento considerada como errónea, y por tanto, maligna para la vida humana, para el carácter sagrado de la vida, y dotándola de un supuesto “valor”.
Pero hay una gran diferencia entre aquello que “vale”, y lo que se quiere imponer como “valioso”, aun cuando está desprovisto de valor.
Lo que vale poseé un valor intrínseco, vale por sí mismo. Lo que no vale, para presentarse como valioso, necesita echar mano de propaganda que se repita mil veces, para parecer verdad, como diría Joseph Goebbels, ministro del régimen nazi.
¿Qué es lo que vale? La respuesta desde el pensamiento clásico, desde la cultura greco-latina, es aquello que va con la vida, representado por Eros. Pero es ese Eros primigenio -anterior a Sigmund Freud y su simplificación sexual del concepto-, que es más profundo, comprendiendo vida, amor, creación, creatividad, fuerza vital, y sexualidad. Todo en forma simultánea.
Así, lo que vale, vale porque es vida, da vida, aporta fuerza vital. La enfermedad, la muerte, no podrían ser parte de lo valioso, porque son ejemplos justo de lo contrario: son decaimiento de la vitalidad, crisis de la vida y su final.
Pero no es tan simple. Hay acciones que podrían ser vistas como lo contrario a Eros, como parte de Tánatos, de la muerte y su parafernalia, su cultura, pero aparentan eso sólo si uno no las observa a fondo. Por ejemplo, dar la vida por alguien más. Salvar a otros de su muerte arriesgando la vida propia, incluso ofrendando la vida propia.
Tal actitud heroica podría aparecer como contraria al impulso de la vida, al Eros, pero más bien expresa su culmen: dar la vida por los demás es una actitud poderosamente vital, es entregarlo todo por amor, por lealtad. Más allá del egoísmo que prevalece en querer preservar la vida a toda costa, aun cuando la vida de los seres amados está en crisis y se decide no mover un dedo para ayudarlos para no exponerse a algún peligro.
Tal es el sentido heroico de la vida de Jesucristo, quien encarna el espíritu clásico de héroe, la nobleza inherente a los reyes, la altura espiritual de amar la vida propia, pero amar aún más la vida del prójimo, a quien se desea salvar.
Sin embargo, luego vendría, según Friedrich Nietzsche —en una visión más bien revisionista, pero no “anticristiana” como algunos de sus lectores suponen—, una transvaloración de los valores clásicos por parte de los seguidores de Cristo.
Tal subversión axiomática consistía según el autor de Genealogía de la moral, y de El nacimiento de la tragedia, en dejar de amar la vida presente, el “aquí y el ahora”, la tierra, posponiendo todo el goce de la vida por otra vida en el “más allá”, en el “cielo”.
Nietzsche acuñaba así el concepto: “Umwertung der Werte”, transvaloración de los valores. Y proponía una filosofía de regreso “al más acá”, a la “tierra”, dejando de lado lo que los cristianos conocemos como “trascendencia”.
Pero el verdadero cristianismo es, por supuesto, heroico, y acorde al espíritu del mudo clásico, estando lleno de vitalidad y amor por Dios, por la vida —aquí, tanto como en el más allá— y por el prójimo.
Por esto afirmamos que el progresismo opera hoy en día una “transvaloración de los valores” a través de diversas deconstrucciones (Derrida) impulsadas muchas veces desde gobiernos como políticas públicas. Se gastan millones de dólares en absurdos y perniciosos programas de perspectiva de género, y en toda una agenda marxista posmoderna.
¿Qué deconstruye el marxismo posmoderno? A la sacralidad del embarazo y por tanto a la llegada de una nueva vida, porque promueve el aborto incluso como si fuera sagrado, o como si fuera un “derecho”. No es un derecho humano matar a otro ser.
Al hombre sólo porque a las supremacistas feministas les parece que es un “opresor”. A la familia natural, porque la ideología de género la considera aberrante y propone “familias alternativas”, constituidas incluso por varios hombres o varias mujeres.
Al cristianismo, quemando iglesias y atacando sacerdotes y fieles, porque el marxismo posmoderno asume a la Iglesia Católica como la mayor “enemiga” de la humanidad.
A la propiedad privada, porque Marx fue un sociópata, padre del odio y el resentimiento social, que promovía la violencia asesina contra quien poseía los bienes de producción, para arrebatarles su patrimonio.
Al lenguaje normal, impulsando una neolengua dictatorial (G. Orwell), supuestamente “inclusiva”, que sirve como neuro-programación. A una vida libre del consumo de drogas, para lo cual aluden a una falsa libertad que es usada para enajenar a la juventud, y para extraviarla en paraísos artificiales.
Al patriotismo, porque es la defensa del legado de nuestros ancestros, al que los progres buscan sustituir por el globalismo, según parte de su proyecto de Nuevo Orden Mundial, anunciado por George H. W. Bush, en septiembre de 1990.
A lo natural en la vida humana, imponiendo como ideal el transhumanismo, como si un ser humano pudiera ser mejor con implantes tecnológicos, sin tomar en cuenta la espiritualidad, el alma, la trascendencia, lo sagrado, y ponen el énfasis en aspectos materiales y en la performatividad laboral, en el rendimiento, en lo utilitario, en lo funcional, convirtiendo al hombre en un cyborg, una mezcla robotizada y servil.
La transvaloración de los valores que impulsa hoy el marxismo posmoderno, es la nueva programación camino a la era del totalitarismo globalista, el nuevo “software” necesario para la zombificación de la conciencia humana, para la nueva esclavitud donde el Estado es dios.
Organizaciones internacionales contribuyen poderosamente a imponer una agenda de género, abortista, progresista en escala mundial. Todo lo cual es justamente la transvaloración de los valores fundacionales de Occidente.
Participan en esta demolición de valores también fundaciones y organizaciones cercanas a los Rockefeller y al especulador Soros, así como institutos de corte “liberal”, como la Open Society, Planned Parenthood, Femen, Antifa, Black Lives Matter y un sinfín de políticos socialistas, entre los que destacan Joe Biden y Kamala Harris.
No se quedan atrás organizaciones como el Foro de Sao Paulo, el Grupo de Puebla, y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC, cuna mecida por la mano de China) y la Internacional Progresista.
El mainstream media notoriamente trabaja en la transvaloración de los valores.
Asimismo, los niños progre del Big Tech hacen su parte en la imposición de antivalores a través de sus empresas de social media y sus facciosas “normas comunitarias”. Toda una revolución cultural neo-maoísta en marcha, que le alfombra la llegada a la hegemonía del Partido Comunista de China.
Es el sueño del Dragón Rojo, la demolición de las columnas de la cristiandad, del Occidente libre y democrático, operada por los demonios del socialismo globalista usando de pretexto el control de la natalidad para evitar una gran crisis alimentaria y sanitaria global, (Thomas Malthus) pero enriqueciéndose al mismo tiempo.
La resistencia cristiana-conservadora es la clave para vencer. Despertemos: no hay guerra cultural capaz de vencer si no va apoyada en nuestra religión: estamos en una nueva cruzada, en la santa guerra cultural contra el socialismo globalista.