Hoy más que nunca antes en la historia de Occidente, estamos frente a la disyuntiva geopolítica de escoger entre dos caminos: el de la defensa de los valores de la cristiandad, o el de la destrucción que representa el socialismo, con todas sus ramificaciones y sus frentes.
No hay más: o defendemos lo que somos, los cimientos de nuestra civilización, el enfoque iusnaturalista, la libertad religiosa, la familia natural, el derecho a la vida, la libertad de expresión, la libertad económica, el derecho a la propiedad privada, el cristianismo, el patriotismo, o el socialismo con todas sus máscaras tomará el control de aún más gobiernos. Y acabaremos en la pobreza, y siendo unos zombies devorados por nuevas tiranías que nos esclavizarán como hoy es esclavizado el pueblo cubano.
Pero vamos por partes. Esto es así porque, para empezar, todo socialismo contemporáneo abreva en las aguas del marxismo. Y Marx es el “Padre del Odio”.
Sus teorías promueven claramente la repulsión entre pobres y ricos, y la guerra de unos contra los otros, basada en el resentimiento de “clase social”. Y esa guerra ha de ser, necesariamente, violenta. Así tal cual lo dice.
Marx, es el padre del odio que propone como absurda solución a la injusticia histórica sufrida por los pobres, la revancha contra los adinerados, su muerte, y la consecuente imposición de una dictadura, la del proletariado.
Los “clientes” de Marx y sus delirantes teorías con una carga psicosocial de grave resentimiento y venganza, son por supuesto, los pobres. Pero no unos pobres con valores, no unos cristianos humildes, sin recursos, sino unos pobres más bien como los que, usando su propia terminología, constituyen el “lumpenproletariat”.
Un cristiano sin dinero, es un bienaventurado de Jesucristo, y puede vivir aún con poco dinero, unido a Dios y a la trascendencia, sin envenenar su ser odiando al que posee lo que él no tiene. El cristianismo es sumamente sabio en dar a lo material un lugar secundario, porque no es en el mundo de las posesiones donde está la realización verdadera del ser humano, sino en el plano religioso.
Grandes santos católicos fueron extremadamente pobres, como por ejemplo San Francisco, cuya vida y valores causan admiración antes y ahora, y la Iglesia lo ha elevado a los altares sin importar que vestía andrajosamente, pero su alma era limpia y se dedicaba a hacer el bien y a predicar la palabra de Dios, no a secuestrar empresarios, extorsionarlos, y matarlos, como hizo la Liga Comunista 23 de Septiembre en México, con Eugenio Garza Sada.
Es verdad que el capitalismo tiene mucho que corregir, que no es perfecto, que hay ambiciones desmedidas y depredadoras, sí. Pero jamás estos problemas se van a corregir con ninguna teoría socialista. Por una simple razón: el socialismo es la ideología de los resentidos, la supremacía de la venganza social, el odio como bandera y causa de vida.
Así que Marx, padre del odio, la división y el resentimiento social, no puede establecer un sistema justo en ningún sentido a partir del encono de los pobres contra su propia situación, de la que siempre han de culpar a otros. Y por ello deben hacerlos pagar.
La violencia contra los que poseen lo que no se tiene como método tampoco puede servir para alcanzar finalmente la paz social y el desarrollo económico.
Por si eso no fuera suficiente, el marxismo también se burla de la religión, a la que compara con una droga. Promueve entonces el ateísmo, como una supuesta forma de lucidez.
Los socialistas, ateos al fin, no por ello están menos necesitados de Dios que los creyentes. Pero como se niegan a conocer y reconocer al verdadero Dios, los socialistas se hincan y ofrendan incienso a su dios, que para ellos es el Estado.
Entonces la política se convierte en una religión cuyo fin es rendir culto al Estado. Y a la personalidad del carismático líder que lo encarna, como fue el caso de Mao, Fidel Castro, o de Hugo Chávez.
Uno de los principales teóricos de la democracia cristiana, Jaques Maritain, escribe en su Humanismo integral: “El objetivo del ateísmo marxista es tratar de cambiar al hombre, a fin de suplantar al Dios trascendente de quien es imagen; se trata de crear un ser humano que sea, él mismo, dios sin atributo alguno supratemporal de la historia”.
Dicho en otras palabras, el marxismo ignora al Dios verdadero y lo reemplaza, fallidamente y con graves consecuencias, por el Estado, del que depende en todo, y en ponerse a su servicio busca hallar el sentido de su vida.
El Estado le entregará a sus súbditos fieles programas de apoyo social, dinero, becas, beneficios diversos para conformar su base electorera, con la que escenificará el teatro de realizar unas elecciones supuestamente libres.
En el socialismo el individuo queda totalmente subordinado al Estado, que tomará cientos de decisiones por él, diluyendo su individualidad, obnubilando su conciencia, entre ellas cuántos hijos tenga, o si los tiene o no, y cómo será su educación, sus creencias, sus aspiraciones, sus recompensas por lealtad o sus terribles castigos si se rebela.
Ahí están los Gulags soviéticos, o las sórdidas cárceles con dieta de agua tibia y bananas verdes en Cuba. Aleksandr Solzhenitsyn y Reynaldo Arenas son testigos de un ejemplo y el otro, respectivamente.
El Estado, enarbolado como el dios del socialismo, borra además la división de poderes. El Ejecutivo subyuga al poder legislativo, como se empieza a ver ahora en México, por ejemplo. Y también pone de rodillas al poder judicial, ofreciéndoles beneficios a los magistrados y jueces, o bien, amedrentándolos con las instituciones que tiene a su servicio.
Otro punto es que el socialismo obstruye la libre economía. Siendo como es un saco de resentimientos, odia al liberalismo, o al neoliberalismo, porque lo considera fábrica de nuevos ricos y una forma de saquear las riquezas naturales de un país, y de explotar a la clase obrera.
Por oposición al liberalismo económico, el socialismo –estatista hasta la autodestrucción- controla los mecanismos de mercado, con precios de garantía y subsidios. Esto provoca, por supuesto, que el bienestar de la población decaiga y al final haya mucha más pobreza.
Asimismo, el socialismo tiende a ser fiscalmente irresponsable, porque provoca altos déficits en el gasto público y por lo tanto una deuda seria que puede tornarse impagable. Esto provoca un daño hasta a la soberanía que dice proteger y cuidar. Como ahora sucede en muchos países de América Latina, que han quedado endeudados hasta las manos con China, que sonríe complacida. El Dragón Rojo devora a sus hijos poco a poco.
El socialismo es también un camino para la destrucción del patriotismo, el nacionalismo y la identidad nacional. Es de tuétano globalista y en sus afanes expansivos, le estorba todo apego al tradicionalismo.
Por eso vemos que las perversas élites anglosajonas que dominan parte del deep state, en connivencia con el Big Tech, Hollywood, el Mainstream media, promueven una misma ideología para todo el mundo: el progresismo, que agrupa las mil caras del socialismo.
El supremacismo feminista, el supremacismo de la “diversidad sexual” y el supremacismo afroamericano, son tres frentes del progresismo, que arrojan miles de millones de dólares como los grandes negocios que son a escala mundial.
Y estos tres eslabones de la cultura woke, se mantienen fieles a la consigna marxista de promover el odio social y crear divisiones: enfrentar a mujeres contra los hombres, a los homosexuales contra los heterosexuales, y a los negros contra los blancos.
Además, el socialismo atenta contra la propiedad privada. Uno de los más graves peligros es arrebatar a una familia el patrimonio por el que ha luchado toda su vida. El Estado “nacionaliza”, “expropia”, “decomisa”, “estatiza”, y estos conceptos son no pocas veces sinónimos de robar al ciudadano lo que legítimamente le pertenece. Una lucha demasiado asimétrica, porque, ¿qué es un humilde ciudadano contra un Estado ladrón que lo aplasta y le roba?
El socialismo además incita al aborto, buscando normalizar lo que realmente es el asesinato de seres humanos en etapa de formación, cuando son más vulnerables, con lo que además abona a la desmoralización de la población, y al enriquecimiento de una industria deplorable y criminal.
La eutanasia también es promovida por el socialismo, otro crimen más, perpetrado en el nombre de la “misericordia”, que no es otra cosa que un “suicidio asistido” y legitimado por el Estado-dios.
El materialismo es otra gran miseria que impulsa el socialismo. Esta teoría niega toda trascendencia, condena al ser humano sólo al plano material.
“La filosofía marxista de la historia no es más que la misma filosofía de la historia de Hegel que ha crecido atea (en vez de panteísta y antropoteísta) y que hace que la historia avance hacia la divinización del hombre gracias al movimiento dialéctico de la materia”, escribe Maritain en Filosofía de la Historia.
Además, el falso cientificismo del socialismo atenta contra la libertad de los padres para enseñar los valores religiosos a sus hijos. Hace creer que la ciencia es el único marco teórico aceptable, con lo que viola una vez más los derechos humanos de los ciudadanos, negándoles la libre elección de una práctica religiosa e imponiéndoles la ciencia como única hermenéutica posible de la realidad.
En cambio, el cristianismo nunca promovería asesinar a nadie, sino que, antes bien, prohíbe hacerlo. Los valores cristianos jamás llaman a ejecutar a los adinerados sólo porque poseen lo que otros no.
El cristianismo entroniza la idea de un solo Dios, salvador, real, y abomina a los dioses falsos, entre ellos al Estado, o los líderes carismáticos, sean el Faraón de Egipto, Mao Zedong, o Fidel Castro.
Causa alegría que el Papa San Juan Pablo II haya sido uno de los principales coadyuvantes en la caída de la URSS y la exportación de su absurdo régimen dictatorial, ateo, empobrecedor y asesino.
Su labor como líder espiritual del mundo – Papa desde el 16 de octubre de 1978 hasta su muerte en 2005-, tanto como polaco que vivió la invasión de tropas militares soviéticas a Polonia en 1939, fueron decisivas para que muchos países recuperaran su auténtica identidad cultural y su historia, y pudieran vivir su religiosidad con libertad y sin represalias, y con ello, una vida trascendente, unida a Dios.
Hoy en día el progresismo, ese rostro maligno posmoderno del socialismo, ha avanzado mucho en parte por culpa del Partido Demócrata de Estados Unidos y su agenda criminal pro aborto, pro lobby “diversidad sexual”, pro feminista y pro raza negra, como también por los medios de comunicación tradicionales y su liberalismo atroz. A esto se suma la destrucción de la familia natural promovida por fundaciones y ongs auspiciadas por oscuros capitales globalistas.
Socialistas y progresistas son parte del mismo tumor que pudre a Occidente. El beneficiario final de la decadencia moral de Occidente es el Partido Comunista Chino. El Dragón Rojo acecha para sentarse en el trono de la nueva hegemonía, del verdadero nuevo orden mundial.
Por eso hoy libramos una batalla decisiva contra todos los antivalores que carcomen Occidente y su cultura ancestral católica, cristiana. Es la batalla del bien contra el mal. No caben aquí los tibios ni las medias tintas. Es la batalla final.