En estos tiempos de extremo relativismo, donde la política, el amor, las ideologías y las instituciones son “líquidas”, como diría el filósofo político y sociólogo Zygmunt Bauman, la gente busca algo sólido sobre lo cual construir su vida. Y lo más sólido es, sigue siendo, la religión. Por esto, las creencias religiosas se han convertido en la principal influencia para los votantes.
Existe una tendencia creciente, no sólo en Estados Unidos y América Latina, sino en todo Occidente, de que el ciudadano decida su voto basado por encima de todas las cosas, en sus valores religiosos.
La religión está siendo el principal marco de referencia para los electores, por encima de los partidos políticos, y de las ideologías, incluso de las políticas públicas que son propuestas durante las campañas.
Esta tendencia está definida por las creencias religiosas, que son los factores más fundamentales y trascendentes.
Dicho de otra manera, ya los votantes no creen en los partidos políticos, ni en sus colores, por varias razones. Entre las principales, porque los políticos pasan de un partido al de enfrente todo el tiempo, para seguir vigentes cuando sus opciones se han cerrado en un instituto.
Los partidos tampoco ostentan ideologías claras, y ese ha sido su fracaso, desde hace al menos 5 décadas. En los sesentas aún dominaba la ética del compromiso. Se veía bien optar por una opción política y abrazarla para siempre. No cambiar de camiseta.
Pero luego de esto el péndulo viró al otro extremo y ahora domina la posmoderna ética del descompromiso. En todos los órdenes de la vida parece regir esta postura.
La inmensa mayoría de los partidos se ha venido desplazando al centro político e ideológico, sean de derecha o de izquierda, debido a que el grueso de la población no es afecta a posturas radicales de ningún extremo.
Con tal de ganar votos y más votos, los partidos han venido renunciando, o dejando de lado, muchas de las convicciones que alguna vez plantearon como parte de su identidad.
Por tanto, los partidos han ido diluyendo su identidad, su perfil original, en pos de construir un espacio en donde cabrían “todos” los ciudadanos, por contradictorias que sean sus posturas, lo cual causa un choque en los votantes, que no saben realmente qué es lo que están escogiendo.
Así, todos los partidos parecen iguales. Entonces la gente pone más atención en el candidato, en la persona, que en la ideología del partido que lo promueve.
Pero los candidatos son evaluados por su carisma, por su antipatía, por su cercanía a la gente, y todo este tipo de factores son muy subjetivos, y entran también en el relativismo.
Por esto la gente, cansada de tanta “liquidez”, se siente segura en algo mucho más firme y sólido, como lo es la religión. Y opta por un candidato si éste sostiene posturas claras, como por ejemplo la defensa de la vida, desde la gestación hasta la muerte natural, y la propia libertad religiosa.
Un cristiano tiene la obligación de seguir a Jesucristo en todos los actos de su vida, y escoger bien a un representante popular, que sea cristiano, no puede ser la excepción.
Hasta un 70,6 % de la población en Estados Unidos se reconoce como cristiana. Evangélicos son un 24,5 % y católicos un 20,8 %. Así que es evidente que un candidato que sí respete los valores de la cristiandad irá al alza.
En América Latina los porcentajes de personas que consideran a la religión como algo muy importante en sus vidas, son muy elevados. Todos dentro del espectro amplio del cristianismo, sean católicos o protestantes. En Honduras 94 %, Colombia y Ecuador 80 %, México, Chile y Argentina 48 %.
Al contrario de las apariencias, la religión sigue siendo para la mayoría el centro de su vida y de sus decisiones, incluyendo las políticas. Para que los candidatos tomen nota y representen a la población. Los casos recientes de Cataluña, Ecuador y Bolivia, muestran cómo la influencia del pensamiento conservador, religioso, va en pleno ascenso.