
Joe Biden ha puesto en marcha una serie de medidas populistas, para intentar granjearse la voluntad de la población ante la debacle económica causada por el COVID-19, y así ganar las elecciones intermedias del próximo año. Pero su asistencialismo desmedido no tiene sustento económico y tarde o temprano habrá de subir los impuestos.
Los norteamericanos hoy sonríen al recibir sus cheques de estímulos monetarios, que van para los desempleados (400 dólares a la semana), para combatir el hambre y para apoyar ante posibles desalojos. También, en respaldo a pequeños negocios y a gobiernos estatales.
Pero mañana, cuando la crisis se acentúe ante estos dispendios de dinero que traerán necesariamente nuevos impuestos, vendrán las lágrimas.
Las estadísticas históricas hablan que, por lo normal, el partido en el poder pierde la mayoría en la Cámara de Representantes en las elecciones intermedias. Y eso justo es lo que trata de evitar la administración de Biden, con este paquete asistencialista desproporcionado.
En las elecciones intermedias de 2022, si se mantiene o incluso se acentúa la tendencia histórica, sólo votará un 40 % del total de electores. Se elegirán los 435 escaños de la House of Representatives —la Cámara de diputados—, y una tercera parte (33-34) de los 100 lugares del Senado.
Barack Obama, quien se supo crear una imagen supuestamente muy “cool” de sí mismo, pero que por debajo del agua deportó a muchos más migrantes que Trump, en las mid-term elections de 2010 hizo perder al Partido Demócrata 63 escaños, pasando de 256 a 193. Y en el Senado perdió 6 espacios.
En las intermedias de su segundo periodo, en 2014, Obama perdió 13 diputados y 9 senadores.
Trump en las intermedias de 2018 no pudo evitar que el Partido Republicano perdiera 40 diputados, pasando de 240 a 200, aunque, contra todas las predicciones, ganó dos senadores, yendo de 51 a 53, con lo que obtuvo la mayoría en esa Cámara, hasta que vinieron las polémicas elecciones de noviembre de 2020.
Biden y su escandalosamente progresista vicepresidente Kamala Harris tienen por ahora mayoría en ambas cámaras y se sienten cómodos así, ya que pueden hacer prácticamente lo que quieran. Por eso nadie los detiene en destinar esos 1,9 trillones de dólares en total para el “Plan de Rescate Americano”.
Pero… ¿Quién va a pagar estos regalos de billetes? Todo el dinero del gobierno proviene, por supuesto, de los bolsillos de los ciudadanos. Ahí llegará el golpe en su momento. Al tiempo.
El plan de Biden incluye un cheque por 1400 dólares por persona, en ciertas condiciones. Este monto se suma a los 600 dólares ya aprobados en diciembre por el Congreso. Así, no pocos recibirán 2000 dólares.
Para los desempleados, 400 dólares a la semana. También, 25 billones se dedicarán a asistencia para rentas y evitar desalojos.
Biden asimismo incluye en su paquete 15000 millones de dólares para el cuidado infantil en familias de bajos recursos.
Así, los apoyos van al desempleo, contra el virus y más tests, contra el hambre, para pequeñas empresas, para cuidados de niños, para evitar desalojos, para salud psicológica, para los estados, para aumentar créditos, y para subsidios de primas de seguro médico.
Pero eso no es todo. También el gobierno estadounidense tiene el plan de aumentar el salario mínimo a 15 dólares la hora. El actual mínimo puede variar de un estado a otro, pero ronda los 7,25 dólares la hora.
Esta medida inyectaría demasiada presión a los empresarios, que tendrían que absorber este aumento, aún en plena crisis. Esto además entorpece la creación de empleos.
Otras políticas de Biden, como el no buscar la reapertura de negocios y de escuelas, hasta posiblemente haber concluido el proceso de vacunación masiva, dificultan aún más una verdadera y pronta recuperación económica.
Además de todas estas maniobras económicas asistencialistas, que hacen mucho más dependiente al ciudadano del Estado, más vulnerable, y por tanto más dócil ante sus medidas restrictivas, por ejemplo de los derechos humanos, Biden impulsa también acciones populistas para ganarse a los migrantes y otros sectores de la sociedad.
En los primeros días de su administración, Biden firmó decenas de acciones ejecutivas (decretos presidenciales), en mucho, para desmontar las políticas públicas de su antecesor, Donald Trump, y borrar su legado.
No pocas de estas acciones son populismo puro y duro, y el único fin que persiguen es agradar a sus bases electorales, para conservar la mayoría en ambas cámaras en 2022 y así poder plantear su reelección en 2024.
Por ejemplo, la orden ejecutiva que promueve la “equidad racial”, era totalmente innecesaria, porque ya la Constitución contiene los derechos humanos y los garantiza.
Pero Biden es un progresista que está asignando fondos públicos de los ciudadanos, para que sean redistribuidos, en un esquema socialista, para “promover” la supuesta equidad de todos, con acento en los afrodescendientes, y en personas marginadas por la pobreza.
La “equidad” no puede lograrse mediante ningún decreto presidencial. Y por supuesto, no puede consistir en dar dinero a quienes son cercanos al Partido Demócrata.
Otra orden ejecutiva más es la que “prohíbe la discriminación por motivos de identidad de género u orientación sexual”.
También es absurda, porque el respeto a todas las personas sin distinciones ya está garantizado por las leyes, y por las enmiendas de la Constitución. Esta orden es sólo populismo para ganar la voluntad y el voto de la llamada comunidad LGBTQ.
Biden está poniéndole ruedas a un proyecto socialista, populista de ultraizquierda, asistencialista electorero, que gasta dinero público a manos llenas, y que recorta las libertades, acotando los derechos humanos con leyes de “terrorismo doméstico”, al tiempo que activa la industria militar ante conflictos exteriores administrados por el deep state.
Ya hemos vivido todo esto. El presente de los Estados Unidos es sólo un déjà vu.