En agosto de 2021 sufrí un ictus cerebral, en plenas vacaciones.
Gracias a Dios, y a SALUD, fui atendido rápidamente y, posiblemente, ello me salvo de más graves secuelas.
De cualquier forma, estoy aprendiendo a andar, como si volviera a tener dos años, más o menos.
Ando —es un decir—, en silla de ruedas, o con un andador, y ahora es cuando empiezo a ser consciente de la gran cantidad de trabas y obstáculos que las personas minusválidas tienen para desplazarse, etc.
Tras un tiempo de estabilización, etc., fui trasladado al Servicio de Rehabilitación del Hospital Miguel Servet, de Zaragoza, un gran Servicio, en un gran Hospital, el buque insignia de la Sanidad Aragonesa, y comencé a disfrutar —y también sufrir—, los servicios de los fisioterapeutas y los terapeutas ocupacionales.
Como este 27 de octubre es el Día Mundial de la Terapia Ocupacional, quisiera, como simple usuario de sus servicios, romper una lanza en favor de esta profesión, tan desconocida socialmente, por lo menos para mí.
Gracias a Arancha, en primer lugar, una gran profesional, y posteriormente a Anabel, y Celia, terapeuta en prácticas, he conseguido alcanzar unos objetivos, para cualquier paciente de gran importancia: ser autónomos, aprender a vestirnos solos, a ducharnos, a realizar los hábitos de higiene, etc.
Aún recuerdo los primeros días, cuando me parecía volver a un colegio de primaria, e incluso de preescolar, cuando nos enseñaban esas pequeñas, pero grandes cosas, que nos permiten ser independiente: desabrochar los botones, calzarnos, aprender a utilizar los dedos de la parte del cuerpo dañada, para poder escribir con el ordenador, por ejemplo, pelar la fruta, cortar la carne o el pescado, en definitiva, ser autónomos, y no ser una carga para nuestras familias ni para la sociedad.
Confieso que fui reticente a la terapia ocupacional, pues me parecía estar perdiendo el tiempo, pero a la segunda o tercera sesión pude ver que todo lo que hacíamos tenía sentido, mucho sentido, y estaba encaminado a mejorar nuestro estado de salud, y poder volver a realizar aquellas cosas que hacíamos normalmente antes del ictus, o problemas medulares, etc.
El Hospital Universitario Miguel Servet, de Zaragoza, tiene una excelente plantilla de Terapeutas Ocupacionales, y gracias a ellos, cada año miles y miles de pacientes estamos haciendo realidad el lema de la terapia ocupacional: “La medicina le da más días a la vida, y la terapia ocupacional le da más vida a los días”.
Por todo ello, y por mucho más: ¡gracias por existir!
Si la carrera y profesión de terapeuta ocupacional no existía, habría que crearla.
Por ello me sumo en la escasa medida de mis fuerzas al Día Mundial de la Terapia Ocupacional.
Va por ustedes, señoras y señores.