Situémonos mentalmente en la España de 1936 y la Rusia soviética de 1943. Lejos de ser una tarea difícil —al menos físicamente— es, en realidad, otra de las preciosidades que la literatura y la imaginación nos permiten llevar adelante. Aquel que esté imbuido medianamente sobre la historia del siglo XX, en especial, de sus guerras, sabrá que estamos hablando de dos períodos en concreto: (1) el período de reacomodo geopolítico y repotenciación bélico —mal llamado de “entreguerras”— y (2) plena segunda guerra mundial. Radical auge de la etapa de hierro y acero.
Pretensiones y prepotencias soviéticas
La Guerra Civil en España y su preludio pueden ser interpretados de distintas formas, sus masacres contrapuestas al punto de anularse unas a las otras, sus apologías, evocadas como argumentos. Lo que sí es un hecho es que el único imperio que atesoraba con codicia desmedida a España era el de la Unión Soviética. A pesar de la guerra a muerte declarada por Stalin a Trotsky, este primero y Mólotov adoptan la máxima trotskista: “La revolución socialista empieza dentro de las fronteras nacionales; pero no puede contenerse en ellas”, viendo que lo que ocurría en la península sería la definición del próximo enfrentamiento bélico de gran escala.
Poquísimos años después, en los albores de la Segunda República y al borde de la Guerra Civil, el Presidente de Consejo de Ministros y prominente líder del PSOE (presidente hasta 1935), Francisco Largo Caballero, pronunciaría en 1936 en el Cine Europa: “Declaro paladinamente que antes de la República nuestro deber era traer la República; pero establecido este régimen, nuestro deber es traer el socialismo. Y cuando hablamos de socialismo, no nos hemos de limitar a hablar de socialismo a secas. Hay que hablar de socialismo marxista, de socialismo revolucionario. Hay que ser marxista y serlo con todas sus consecuencias. La República burguesa hay que transformarla en República socialista. A eso no renunciamos”.
Luis Araquistáin, asesor intelectual de Largo Caballero (conocido como el “Stalin español”), era también el ideólogo de la facción bolchevique del PSOE, y fue quien reveló el nexo intimísimo de Largo Caballero con Mólotov y Stalin y, por consiguiente, con la URSS.
Araquistáin aseguró en un artículo de 1939 titulado La intervención soviética comprobada por cartas de Stalin, tras la desclasificación de la correspondencia de los líderes comunistas, que “el noventa porciento, por lo menos, de los republicanos españoles pueden atestiguar este hecho, tolerado, durante la guerra por la astuta argumentación que equivalía a un chantage, de que si no se hacía en España la política propugnada por Rusia, cesaría su venta de material de guerra a la República, como en efecto ocurrió siempre que quería destituir a hombres de gobierno o funcionarios militares y civiles que le eran políticamente poco gratos…”.
De esta forma, la influencia soviética era más que evidente y pesada tanto en un sentido imperial, como en un sentido ideológico en su inspiración. A pesar de ciertas críticas que Stalin había hecho a la revolución iniciada en 1934, asegurando que sus caminos “difieren del camino recorrido por Rusia”, la URSS siguió enviando insumos, artillería pesada, tanques, fusiles, comida y voluntarios rusos —estos últimos durante la Guerra.
En otros documentos desclasificados de las Brigadas Internacionales de la URSS, conservados por el Archivo Estatal Ruso de Historia Político-Social (RGASPI), se encuentra un decreto de 1936 firmado por Stalin sobre la Guerra Civil, donde ordena lo siguiente: “Considero necesario suministrar petróleo urgentemente a los españoles en condiciones preferenciales y, si hace falta, rebajar el precio. Si los españoles necesitan pan y otro tipo de alimentos hay que venderlos todo esto en condiciones preferenciales”.
Viendo lo que ocurría, en conjunto, se pueden entender varias cosas. Como que Mólotov, Stalin y posteriormente Jruschov, adoptando coyunturalmente la internacionalización del comunismo, fomentaron las bases para la estrategia revolucionaria pos-guerra y, sin saberlo, pos-URSS. Inclusive, en las Brigadas Internacionales, enviaron a gran cantidad de oficiales de la Naródny Komissariat Vnútrennij Del o por sus siglas NKVD (madre de la KGB) con el fin de infiltrar las estructuras políticas españolas para evitar desviaciones, establecer el espionaje soviético y secuestrar el manejo político (¿déjà vu?). De esta forma, la ortodoxia soviética buscaría imponerse frente al frentepopulismo heterodoxo español; ahora ¿con qué fin se estaría realizando la masiva operación de infiltración, financiamiento, asesoría y “fraternización”?
Dada la decisión tan quirúrgica de los soviéticos se puede argüir que buscaban un enclave con acceso al Mediterráneo, al Norte de África y con salida al Atlántico. España representaría un nuevo tumor comunista en la península ibérica cuya metástasis por el resto de la zona sería solo cuestión de tiempo (con un débil y errático Blum en Francia y una Portugal militarmente inferior). Sin embargo, la Guerra Civil salió a favor del bando de los sublevados, instaurando posteriormente el régimen franquista, representando la institucionalización de la única derrota que sufrió la Unión Soviética en aquella época, por encima del mismo III Reich de Hitler y la Repubblica Sociale de Mussolini.
Aun así, los españoles querían devolver la visita. La venganza estaba ahora del lado rojigualdo… y sería ejecutada pronto.
La hazaña española
Años después, pasada la primera mitad de la II Guerra Mundial es creada la 250.º División de Infantería, mejor conocida como la División Azul de voluntarios españoles dispuestos a combatir al bolchevismo coyunturalmente junto a la Wehrmacht del III Reich.
Habían pasado 900 días del asedio alemán a Leningrado hasta la ejecución de la Operación Polyárnaya Zvezdá (“Estrella Polar”) que buscaba seguir el éxito de la Operación Iskra (“Chispa”), restituyendo comunicación terrestre entre Leningrado y Moscú. Los divisionarios se establecieron y habían tomado sus posiciones en búnkeres, trincheras y puestos oficiales.
Pocos meses pasaron, cuando en la aurora del 10 de febrero de 1943 inicia un gran ataque de artillería soviética contra las filas de los 5.000 voluntarios españoles, en el arrabal de Krasny Bor, adyacente a Leningrado. Luego del ataque artillero, las 43.ª, 45.ª, 63.ª y 72.ª divisiones soviéticas de infantería que comprendían 44 000 hombres, apoyadas por los 43.º y 46.º Regimientos acorazados de 100 tanques, la 35.º Brigada Motorizada y las 34.º y 250.º Brigada de Esquiadores, junto con dos batallones de artillería antitanque con cañones, se lanzaron a consolidar lo que para ellos significaba una victoria casi inmediata frente a los españoles.
El ataque del Ejército Rojo era bestial, mortífero; aun así, los españoles divisionarios tomaron sus MG al ritmo de 1300 disparos por minuto, enfrentando a los Rojos, cuyo ataque poco a poco se disipa hasta detenerse. La proporción de las bajas era de 1 a 5: 2800 hispanas contra 12 000 soviéticas. Ni los comunistas, ni los nazis, pudieron creerse el aguante y el poder de unos cuantos hispanos andrajosos contra el grandioso fuego eslavo. El frente no se rompió y Stalin tuvo que cancelar la Operación Estrella Polar, tomando otra nueva y humillante derrota a manos de los españoles, herederos de la gloria de los Tercios de antaño.
El desquite ruso
El Ejército Nacional y el Ejército Rojo han desaparecido, Stalin y Franco han muerto, pero Rusia jamás olvidó la más grande humillación sufrida en su era imperial soviética. La frustración quedó latente y paciente para convertirse en ajusticiamiento. Ajusticiamiento que llevará adelante Fidel, quien poco después de su llegada haría saber, con la Crisis de los Misiles, que sería el nuevo enclave soviético en el Caribe, y que su misión era la de esparcir el rojo por la región. La primera pisada soviética en nuestra región era un mensaje directo de dos caras; por un lado empezaría a enemistar al hispanoamericano contra el norteamericano y por el otro, empezaría a adueñarse, poco a poco, de las viejas provincias de la Monarquía hispánica, tal como en otrora, con las bases del Imperio ruso.
De ahí, que Fidel duró décadas intentando invadir e infiltrar a Venezuela, hasta tener éxito en 1989, dándole paso entre la brecha a Hugo Chávez en 1992, aupado por el incipiente Foro de São Paulo, cáliz del nuevo paradigma revolucionario fomentado por Mólotov, Stalin y Jruschov, e inspirado en Trotsky y Gramsci.
Alexander Dugin, ocultista identitario y el más prominente ideólogo del Eurasismo (globalismo ruso) —referente, además, en el Kremlin y las academias militares rusas— habla de la España Negra en su 4TP (Cuarta Teoría Política) como superadora de la mundana vida, la España trágica, acreedora de la muerte antigua. Con hipocresía se llena la boca hablando de una España eterna, la Imperial, la olvidada. Sin embargo, la praxis se va por el caño cuando vemos que sus postulados políticos cobran vida como un apoyo y asistencia ideológica abierta a los movimientos y partidos marxistas que han vilipendiado la Hispanidad más que el mismo viejo Imperio inglés; esos partidos que el Dugin apoya, son los que han destruido a la región, en especial, a Venezuela. Esta revolución comunista continental viene cargada de los males sufridos en la región eslava: genocidios y hambrunas (i.e. Venezuela), conflictos étnicos (indigenismos), y expansionismo globalista (i.e. Foro de São Paulo/Rusia/China). El comunismo venezolano, apoyado por Dugin, satanizó al Imperio español, y ha venido librando una guerra contra la Hispanidad, aupado y respaldado por Rusia desde las sombras no tan oscuras con el fin de vengar la humillación del pasado. Dugin no es un neo-medievalista, ni un tradicionalista, defensor de la Sancta Mater Rossíya; son, el Eurasismo y él, en realidad, los epígonos rusos de la frustración de fracasos históricos y el rencor por la humillación contra lo hispánico, de la mano del Califato musulmán.
El globalismo ruso, abanderado por el romántico Dugin, se jacta de combatir al “imperialismo americano” pero, como sus padres bolcheviques, quiere, una vez caído el Empire, utilizar sus estructuras para pintarlas de azul, blanco y rojo y apoyar a los que sean fieles a los dictámenes del Kremlin. Tan es así, que Dugin se considera abiertamente anti-Gorbachev y anti-Yeltsin por destruir siniestramente las tendencias imperiales rusas, y, por contraparte, considera a Putin un héroe por reaccionar ante la capitulación neoliberal —precisamente avivando la efervescencia comunista. El mundo multipolar suena bonito con el acento exótico del ideólogo moscovita, pero tras esa pronunciación, el Eurasismo se propone en Hispanoamérica un esquema diplomático y mercantil que siga los pasos —sin chistar— del pseudo-bastión espiritual de Oriente à-la-Guenón, contra la «Occidentosis» (Ahmad Fardid dixit).
La afición del globalismo ruso por Hispanoamérica y, en especial Venezuela, es por un lado, geoestrategia (ideológicamente anti-americana y logísticamente extractiva y cuasi-sedentaria, para rivalizar con el norte y dominar militarmente al sur, usando proxies como partidos comunistas y gobiernos títeres, Hezbollah, FARC, ELN, et al). El geógrafo Halford Mackinder hablaba de Eurasia como Heartland (corazón del mundo), el Santo Grial geopolítico que, de ser dominado, su conquistador sería el conquistador de la Isla Mundial y del Mundo. En las regiones de la Isla Mundial que menciona Mackinder no está América, mucho menos el sur; este error ha costado una gran sorpresa, pues al haber omitido al continente americano, omitió lo que va del siglo XXI —y lo que probablemente se convertirá en gran parte de él. Sin embargo, con ajustes correspondientes, el Eurasismo actúa como ese corazón del mundo, engañando a través del discurso esotérico y de centellazos nacionalistas, abanderando virtudes que terminan siendo espejismos infernales, y actuando como un gendarme mundial, esta vez con grandes espasmos neo-soviéticos.
Pero también es una vieja venganza que han querido cobrarle a la Hispanidad (un holismo por definirse), buscando destruirla y reemplazarla con conflictos étnicos, balcanización —esto es, belicismo étnico como en las guerras yugoslavas—, comunismo galopante, narcoterrorismo y, tras la penumbra de lo anterior mencionado, el auge del Islam como cohesionador místico y religioso.
La Hispanidad no es hermana de fronteras con el Eurasismo; uno es, de hecho, la contra del otro. El destino del segundo para el primero es su destrucción, con el fin de imponer una realidad de barbarie y conflicto para fácil dominación y venganza satisfecha. La diferencia del ethos hispánico con el eurasiano es que la Rusia leve y la ortodoxa pueden existir para el hispano, pero una Hispanidad rusófila y orientalista, jamás, y eso es inaceptable para el globalista ruso. Por eso no se debe permitir ningún predominio eslavo fuera de sus adyacencias. Al hispánico no le importa que al Heartland se le parta su corazón pretensioso.