«No importa que andemos desnudos, no importa que no tengamos ni para comer; aquí se trata de salvar la Revolución.»
Hugo Chávez.
Nadie puede reemplazar a Al Pacino o a Clint Eastwood. Sus actuaciones en Serpico, Heat, Man with No Name, o The Good, The Bad and The Ugly los han condenado a la memoria colectiva y sus actuaciones los han inmortalizado. Utilizo la palabra “condena” por una razón en específico; más que por repulsión al nido de sanguijuelas llamado lindamente Hollywood, el uso responde a una realidad que pasa desapercibida, y es que como la industria hollywoodense, las revoluciones comunistas funcionan de la misma forma.
La memoria colectiva al escuchar “Unión Soviética” instintivamente dibuja a Lenin, Stalin y, para los más pobremente optimistas, a Gorbachov. Por supuesto, también imagina a los millones de fusilados, los otros millones muertos en el frío siberiano, los otros millones muertos de inanición y pare usted de contar. Sin embargo, estos otros rostros son de acuarela, borrosos, como una conversación bajo el agua.
En un ejercicio mental, si preguntamos a cualquier venezolano “¿qué hay que hacer para salvar a Venezuela?”, las propuestas pueden variar pero la máxima ulterior será siempre: salir de Maduro.
Esta, particularmente, es una obviedad peligrosísima porque paradójicamente, no es una obviedad.
Las revoluciones son seductoras porque buscan transgredir los límites, quebrar todos los estándares, en nombre de la novedad absoluta y terrenalmente —según ellos— redentora. Pero son peligrosísimas porque con la aparente obviedad, juegan siempre gato por liebre. La obviedad y la apariencia para la Revolución comunista son las armas más importantes, incluso por encima de toda una industria militar, porque mientras te distraen con una mano, con la otra apuñalan.
Así mismo opera la revolución en Venezuela, tan leal a las enseñanzas de la URSS y su perla caribeña estoica. Ellos, más que nadie, saben que Maduro se ha desgastado; por eso Padrino López y Maikel Moreno conspiraron sin chistar para aquel 30 de abril. Ellos, más que nadie, saben que aparentar ser un movimiento social traicionado y no un consorcio criminal, rebautizándose como “chavismo democrático” es importantísimo. En estas dos acciones existe la tercera conjugación de su existencia y son el precio a pagar para sobrevivir y asegurar la posibilidad de morder el cuello cuando sea el momento llegue.
La revolución entiende —y por eso el Foro de São Paulo ha triunfado— que los imperios perduraban por su capacidad militar, financiera, de inteligencia, represora y diplomática, no por un solo hombre. Lenin fue prescindible, Fidel fue prescindible, Chávez fue prescindible, Lula fue prescindible. Maduro es prescindible. Muertos, depuestos, encarcelados o asesinados, todos lo son. Lo que nunca es prescindible es la revolución.
Por eso vemos que el aceleracionismo operativo del régimen gira en torno a Nicolás Maduro; por eso permiten —y seguro fomentan— una inquisición propagandística contra su persona (¡hasta había un restaurante con el nombre de Maduro en Buenos Aires!); por eso existe .
Ahora bien, si los desgastes interno y externo de Maduro son, uno deliberado y el otro permitido, y el fin es sacrificarlo en nombre de la Revolución, ¿quién asumiría del Comité Central, si Diosdado no es ni conveniente, ni óptimamente funcional en el cargo? Sería apropiado uno de trayectoria, que reviva un feeling renovador y reformista sin perder el “espíritu originario” del chavismo —esto es, que se parezca a Chávez—, cohesionador dentro de sus filas, que tenga “cercanía” y sea transigente con su aparente adversario… en corto: uno que meta la pinta. Por eso ya la izquierda continental y sus satélites mediáticos, revelaron que no existe en la Revolución otro más apropiado para el puesto que el “moderado” Héctor Rodríguez.
El Foro de São Paulo entiende que el punto más sensible del enclave Venezuela-Cuba-México necesita ser reacomodado y por eso le dieron, en pocas palabras, un restart a la corrida, dando una “vuelta a los orígenes populares del chavismo” con una nueva cara que sea capaz de manejar las dos tareas fundamentales de mantener y repotenciar la revolución y consolidar un compadrazgo complaciente con la MUD (ahí el rol de Juan Guaidó) al estilo PT-PSDB en Brasil.
Al final, lo elemental para la revolución es mantener sus procesos operativos de financiamiento, inteligencia y diplomáticos activos y el esquema de emergencia y control de daños al alcance para ser ejecutado. Los hombres no son fundamentales para la causa (porque los suyos los recicla fácilmente, y sus enemigos los asesina sin problema); es el tejido, los cimientos, la carrera, lo que es de vida o muerte.
Lo que se pueda esperar de la entrada al juego de Héctor Rodríguez puede ser un poco nebuloso. “Un Raúl Castro en el peor de los casos, un Deng Xiaoping en el mejor. En ambos seguimos con la bota sobre el cuello”, me comentaba un amigo hace días sobre el heredero del castrismo en Venezuela. En otras palabras, y viendo la historia, la estrategia renovadora del comunismo puede servirse del slogan: “¡Muerte al revolucionario! ¡Viva la revolución!”.