Los sindicatos en nuestro país se han caracterizado por ser meros instrumentos de movilización masiva y monedas de cambio en negociaciones política cupulares y nada más.
Contrario a lo expuesto en la Constitución Mexicana, en la práctica no existe libertad sindical y los trabajadores están obligados a formar parte de estas organizaciones que poco o nada hacen por representar sus intereses, teniendo además que pagar las altas cuotas impuestas o bien correr el riesgo de perder sus empleos.
Estas organizaciones gremiales nada hacen por mejorar las condiciones de vida de sus integrantes y más bien parecieran cumplir con la única función de catapultar a sus empoderados líderes a rimbombantes puestos políticos o jugosos y poco transparentes negocios millonarios.
No es para nada casualidad que líderes sindicales como Joel Ayala (Federación de Sindicatos de Trabajadores al Servicio del Estado), Tereso Medina (Confederación de Trabajadores de México), Isaías González (Confederación Revolucionaria de Obreros y Campesinos), Rodolfo Guzmán (Confederación Regional Obrera Mexicana) y el afamado Carlos Romero Deschamps (Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana) hayan ocupado durante la última legislatura curules en el Senado de la República representando al entonces partido gobernante, el PRI.
Romero Deschamps, solo por mencionar un ejemplo, se ha visto envuelto en numerosos escándalos que lo involucran a él y a su familia en asuntos de Ferraris edición limitada, yates, relojes caros, aviones privados y desvío de recursos por más de 120 millones de dólares para diversas campañas políticas, entre otros.
El charrismo sindical, una tradición arraigada
Estos privilegios tienen como primer antecedente histórico a Jesús “el charro” Díaz de León, antiguo líder ferrocarrilero que puso al servicio del gobierno del presidente Miguel Alemán su poder sindical de una manera descaradamente servil y sumisa, situación que terminó por acuñar el término “charrismo” a este tipo de organizaciones y que precedió la fundación de múltiples sindicatos que siguieron su ejemplo.
Desde entonces, hablar de sindicalismo en México es hablar de corrupción y una absoluta sumisión ante el poder. Solamente los partidos políticos gozan de una peor reputación que los sindicatos entre la sociedad mexicana y no es para nada una percepción errónea.
La realidad es que no se puede entender la historia política de México sin los sindicatos. Desde su fundación en 1929 el partido oficialista que se mantendría en el poder por más de 70 años, el PRI, entendió que para mantener el control nacional debía de hacerse de corporaciones políticas que le permitieran manejar las crisis y contener las revueltas que se pudieran suscitar en su contra.
Desde entonces, personajes como el ya mencionado “Charro” Díaz de León, Napoleón Gómez Sada (padre de Napito) o Fidel Velázquez se encargaron de dar muestras de corrupción con un cinismo sin precedentes en la breve historia de nuestra nación.
El corporativismo priista jamás hubiera podido alzarse con el poder como lo hizo de no haber sido por los millones de humildes trabajadores que, matraca en mano, se veían obligados a apoyar a los candidatos del partido oficialista bajo la amenaza de perder su empleo.
Más vigentes que nunca
Los líderes sindicales hasta la fecha pueden actuar con total discrecionalidad e impunidad siempre y cuando el gobierno así se los permita, creando así una coyuntura política en la que lo más conveniente para los involucrados es la cooperación y hacerse de la vista gorda ante las innumerables irregularidades que se cometen tanto en gobierno como en los sindicatos.
En la época más reciente son tres los líderes sindicales que mediáticamente se han encargado de mantener viva la tradición del charrismo en México: Elba Esther Gordillo del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), Napoleón Gómez Urrutia del Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos, Siderúrgicos y Similares de la República Mexicana y Carlos Romero Deschamps del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana.
Nos quieren vender la idea de que son tiempos de cambio en materia política para el país. Andrés Manuel López Obrador se ha hecho democráticamente del poder absoluto en los tres poderes de gobierno y ha prometido el comienzo de una nueva era que él y sus seguidores denominan como la “cuarta transformación”, que promete estar libre de corrupción y de las antiguas prácticas que han llevado a México a la actual situación de impunidad, incertidumbre, falta de oportunidades y pobreza por la que atravesamos.
En este contexto, no deja de sorprender el enorme retroceso y las malas señales que emite la liberación de Elba Esther Gordillo después de 5 años de prisión por delitos de lavado de dinero y delincuencia organizada y el cinismo con el que Napoleón Gómez Urrutia promete combatir la corrupción después de haber sido fichado por la Interpol acusado del desvío de más de 55 millones de dólares y la total impunidad con la que se pasea Romero Deschamps.
La “maestra”, amenaza con volver de lleno a la escena pública y asegura echará para atrás la reforma educativa, mientras que “Napito”, al más puro estilo corporativista del priato, ocupará un curul en el Senado y gozará de total impunidad gracias al fuero constitucional que esta posición le otorga.
Por lo pronto se rumora que políticos de todos los partidos y sus allegados en San Lázaro ya buscan a un líder para la organización que pretende reunirlos a todos: el Sindicato del Cinismo que, por sorprendente que parezca, promete regresar más fuerte que nunca durante el sexenio que está por comenzar.