Andrés Manuel López Obrador (AMLO) está topado y ya no tiene a dónde crecer. En un proceso político similar a las dos elecciones presidenciales previas en México, en las que el Peje comenzó como el candidato más conocido y con mayor intención de voto. Todo indica que AMLO ha alcanzado su punto máximo de aceptación cuando los tiempos de campaña oficial apenas están por comenzar.
En esta ocasión tiene enfrente a dos rivales que no parecen despegar, pero no podemos olvidar que la especialidad del candidato de MORENA es el autosabotaje y encontrar a toda costa la forma de perder las elecciones de último momento.
Por más que en está ocasión el candidato pretenda hacer creer que sus posturas son mucho más mesuradas y transmitir una personalidad mucho más serena y relajada, su discurso sigue siendo altamente inconsistente con la realidad del país y no deja de recordar a personajes como a Chávez, Krichner o a Evo Morales antes de hacerse del poder para después traicionar todo su discurso campañero en sus respectivos países.
Por ejemplo, en una entrevista transmitida en vivo hace unos días por grupo Milenio, donde fue cuestionado por varios de los principales líderes de opinión a nivel nacional, AMLO volvió a desairar a aquellos votantes que simpatizan con la agenda progresista y que no terminan de ver en el candidato a un personaje que los identifique plenamente.
Cuando se trata de tocar temas de libertades sociales e individuales históricamente defendidas por la izquierda, como el aborto, la legalización de la marihuana o el matrimonio entre personas del mismo sexo, AMLO prefiere hacerse el loco y vestirse de “demócrata” escudándose en futuras encuestas ciudadanas.
Económicamente AMLO tampoco tiene un plan claro. Insiste en que solo él puede terminar con la corrupción y, bajo mecanismos que ni siquiera él puede explicar, se asegurará de que ya no existan jóvenes “ninis” (ni exámenes de admisión en las universidades). AMLO insiste en querer hacernos creer que puede convertir a México en el mundo de caramelo y que todos viviremos felices y plenos de la noche a la mañana si es que llega a tomar el poder, como si en verdad dependiera de él.
Todo esto sin mencionar que pretende echar abajo dos las dos reformas más importantes de los últimos tiempos para México (la educativa y la energética) y frenar el proyecto de infraestructura de mayor impacto que se está llevando a cabo actualmente; la construcción del nuevo aeropuerto de la CDMX.
AMLO, además, se encuentra rodeado de gente corruptísima y de dudosa calidad moral e intelectual: Fausto Vallejo, Manuel Bartlett, José Luis Abarca, Elba Esther Gordillo, Napoleón Gómez Urrutia y un sinfín de actores de novela y futbolistas de poca monta son quienes lideran a su equipo de operadores políticos.
Pero ninguna declaración en su trayectoria política, ni siquiera aquella en la que desafiaba abiertamente a las instituciones del país llamando a sus simpatizantes al paro y la sublevación, tienen el nivel de gravedad y autoritarismo como las que el exjefe de Gobierno capitalino se atrevió a pronunciar en cadena nacional hace poco cuando afirmo que “le tengo mucha desconfianza a todo lo que llaman sociedad civil”.
Esta declaración es en extremo alarmante, ya que vuelve a quedar claro que para AMLO no hay más allá de dos opciones: o lo apoyas y secundas todas sus ocurrencias o eres un corrupto, vendido y agachón, militante del PRIAN y miembro neoliberal vitalicio de la “mafia del poder”.
Sería bueno recordarle a AMLO que la sociedad civil a la que dice temer somos todos los ciudadanos y que eso no solo incluye al más del 70 % de la población que no pensamos votar por él, también a los que sí.
En cualquier democracia liberal consolidada, la sociedad civil cumple con el papel fundamental de construir un músculo ciudadano que funja como contrapeso al poder que se le atribuye al Gobierno y al Estado a través de los poderes ejecutivo y legislativo. Sin este método de pesos y contrapesos el poder absoluto recaería solamente en la figura presidencial.
El candidato de la izquierda desconfía de la misma gente a la que pretende gobernar y olvida que la sociedad civil somos todos. Si hay un organismo poco confiable es en el propio Estado al que AMLO y sus seguidores pretenden conferirle poderes absolutos.
A fin de cuentas, es el Estado quien ejecuta proyectos innecesarios a sobrecosto, el que provee de educación y servicios de salud absolutamente deficientes, el que registra desvíos y estafas millonarias, el que permite la existencia de sindicatos corruptos e ineficientes y el que funciona como un constante freno a las economías de los países latinoamericanos, no la sociedad civil.
México tiene muchos problemas y retos por delante y las soluciones no son sencillas ni están en manos del Estado como AMLO pretende hacer ver, se necesita la implementación de medidas complejas y progresivas que tienen que recaer en los hombros de la sociedad civil organizada. No hay más.
Si no entendemos esto y seguimos comprando discursos populistas y simplistas, estaremos a merced del tigre estatista que AMLO quiere soltar y que, aunque hoy se vista de cordero amoroso, ya comenzó a enseñar los dientes con este tipo de declaraciones.
Tiempo al tiempo…