En la sabiduría popular existe un dicho bastante acertado que afirma que “locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando resultados diferentes” y, bajo esta definición, México es un país de locos de remate.
Para algunos. el 2018 y las elecciones presidenciales que se realizarán en el mes de julio representan la oportunidad de girar el timón y cambiar el rumbo de nuestro país. Como si en verdad un solo hombre pudiera definir el destino de los casi 130 millones de personas que vivimos en el territorio nacional.
Algunos esperan que el “nuevo” PRI y su apuesta de poner a un “no político” como Meade de candidato contribuyan a que ahora sí dejen atrás la enorme cantidad de vicios institucionales que históricamente se ven representados por palabras como nepotismo, corrupción y abuso del poder. Difícil creerles después de ver la cantidad de exgobernadores emanados de sus filas que enfrentan algún proceso judicial o penal durante el último sexenio.
Después tenemos a aquellos panistas que han dejado atrás su espíritu democrático para poder apoyar y solapar a un prodigio de la política mal intencionada como lo es Ricardo Anaya. No es ningún secreto que el “cerillo” se hizo de la candidatura presidencial a punta de traiciones y pactos con enemigos históricos del partido que le ha dado todo. Si bien Anaya tiene algunas ideas novedosas e interesantes, es imposible no ver en su figura a un político totalmente sediento de protagonismo y poder, capaz incluso hasta de voltear la cara a su gente más allegada.
Por último, tenemos a aquellos que genuinamente piensan que la única forma de mejorar al país es dando un salto al pasado y empoderar absolutamente al PRI de los 70, hoy conocido como MORENA.
Pleitesía total a la figura presidencial, planificación económica centralizada, expropiación de privados, nacionalización de recursos naturales, redistribución de la riqueza… Las “novedosas” propuesta de AMLO han fracasado una y otra vez en cada rincón del planeta en el que se han implementado y el México tremendamente rezagado y autoritario de los 70 es la prueba más dolorosa que tenemos como mexicanos.
Más allá de gustos, opiniones y afiliaciones personales y haciendo un ejercicio sensato de honestidad intelectual, habría que reconocer que ninguno de los tres punteros en la carrera presidencial representan un cambio verdadero para México, ni en cuanto a propuestas políticas ni en cuanto a métodos a utilizar en su implementación.
En medio de ideas tan absurdas, descabelladas y populistas como la renta básica universal (aunque no exista forma de financiarla) de Anaya, el registro nacional de necesidades de cada persona (sin palabras) de Meade o la amnistía y perdón para narcotraficantes, corruptos y asesinos (con todo y conversión al “bien” incluida) de AMLO, debemos entender que el problema de raíz es que las agendas y discursos de todos los políticos mexicanos giran sobre el eje rector del estatismo.
Dentro del círculo de intelectuales liberales, la célebre e histórica batalla entre la izquierda y la derecha es hoy por hoy un concepto más bien obsoleto, puesto que hoy en día la verdadera batalla política se centra en la decisión de empoderar al Estado a través de políticos y burócratas o empoderar al ciudadano a través del individuo y la sociedad civil organizada.
La historia de México es una historia 100 % estatista. Pretender que el Estado sea responsable de administrar recursos naturales, brindar servicios básicos, edificar viviendas, proveer servicios de salud, construir carreteras, capitalizar a emprendedores, generar empleos, regular mercados financieros, pagar pensiones de jubilación, distribuir despensas, apoyar a madres solteras, limpiar las calles, supervisar elecciones, combatir el crimen, organizar festivales culturales, educar a toda la población y, en resumen, asegurar el porvenir de cada uno de sus gobernados ha tenido resultados catastróficos en México.
En primer lugar, es necesario entender que el Estado no es un ente productivo y que, por el contrario, vive a costa de lo que producen aquellos que sí generan riqueza. Entre más servicios, proyectos y ayudas se le exijan al Gobierno, más se verá en la necesidad de exprimir a aquellos que lo mantienen.
Una vez comprendida esta primera parte, debemos entender que el Estado, contrario al sector privado, no cuenta con los incentivos adecuados para realizar su trabajo de manera eficiente.
Este asunto toma especial relevancia cuando hablamos de temas tan fundamentales para el desarrollo de un país como lo son la educación o la salud, si constantemente nos quejamos de lo ineficientes y corruptos de nuestros gobiernos, ¿por qué seguimos dejando en sus manos lo más sagrado que podemos poseer como parte de una sociedad?
Los resultados de casi 100 años de estatismo son tan claros como el agua: como los últimos lugares en índices educativos que ocupa México a nivel mundial, como el honroso lugar 123 de 176 en el índice de corrupción y como las 30.000 muertes anuales registradas el año pasado a manos de la delincuencia organizada.
Ninguno de los tres chiflados que quieren ser presidente ofrece soluciones nuevas de corte liberal que empoderen al individuo y permitan aspirar a un país con verdadero Estado de derecho e igualdad de oportunidades. Los tres, por oficio y porque de eso viven, se creen el cuento de que solo con ellos en la silla presidencial un país como México será capaz de salir adelante.
Una vez más las elecciones se limitan a la elección del “menos peor” o “votar por el que sí pueda ganarle al peor”; mientras que, afortunadamente, la opción de apostar por una sociedad libre y responsable donde el Gobierno tenga cada vez un papel más acotado y conciso está tomando fuerza a nivel nacional y se ve reflejado en el surgimiento y fortalecimiento de organizaciones como Caminos de la Libertad, Se Busca Gente Libre, México Libertario, Students for Liberty México o la Fundación Naumann, entre muchas otras.
En México estamos cansados de falsas promesas y sabemos que la única esperanza real viene de la mano de una agenda real, de libertad y corresponsabilidad y no de ningún agente político en concreto.
Tiempo al tiempo…