Hace apenas tres semanas estaba tomando un vuelo que me traería de regreso a México después de haber residido y estudiado un año en Barcelona y es por eso que la noticia de los atentados que sucedieron el pasado jueves 17 de agosto calaron tan hondo en mi conciencia y en mi corazón.
El modus operandi del atentado no dejaba espacio a dudas desde que la noticia comenzó a correr como pólvora: había sido un ataque terrorista.
Las reacciones no se hicieron esperar; algunos pocos oportunistas y desubicados trataron de hacer leña del árbol caído e intentaron politizar este muy lamentable suceso, sin éxito.
Lo que sí sucedió es que el mundo entero se unió en una muestra de solidaridad hacia la ciudad condal dando un mensaje de que somos muchos más los buenos a los que nos cala en lo más profundo este tipo de acontecimientos que aquellos mercenarios políticos que no pueden ver más allá de sus narices.
Cuando estas realidades golpean toca entender que no es tiempo de hablar de independentismos ni de centralismos, tampoco es tiempo de hablar de izquierdas y derechas ni de nada más que no sea humanismo. Cuando la muerte pega es momento de reflexionar del gran valor que tiene la vida humana cuando se desarrolla plenamente en libertad.
Diferentes personas sufrieron el atentado no importó edad o credo; por ejemplo Julián se encontraba en Barcelona cuando el ataque sucedió. Sus preocupaciones tenían seguramente mucho más que ver con juegos, con descubrir el mundo, con agradar a sus padres o con conocer a alguno de sus ídolos futbolísticos que con cualquier tema político o religioso que aún ni siquiera alcanzaba a comprender. Julián tenía 7 años y nunca cumplirá 8, su pequeño y frágil cuerpo fue arrollado por una furgoneta fuera de control y nunca podrá volver a levantarse, ni decir buenas noches a sus padres, ni soñar con ser grande algún día…
Luca se encontraba de vacaciones con su novia cuando el ataque ocurrió. Él tenía 25 años, era ingeniero y seguramente ya entendía un poco más del mundo como la mayoría “adulta” lo concebimos. Él ya sabía que existía un grupo de fundamentalistas y extremistas que eran capaces de lo peor con tal de hacer sonar sus violentas voces, pero jamás pensó que su vida se apagaría a consecuencia de uno de sus ataques. Él murió, y su novia no, y probablemente hoy ella daría lo que fuera por poder intercambiar destinos con su pareja…
Dos mujeres portuguesas de 74 y 20 años también estaban ahí cuando la desgracia arrancó sus vidas. Eran abuela y nieta y está de más si quiera intentar imaginar todo el dolor por el que sus familiares deben estar pasando ahora…
Por cursi y trillado que parezca, es un hecho que cada una de las vidas de cada una de estas personas valían más que todas las riquezas materiales del mundo; eran una posibilidad infinita de sueños, de proyectos, de alegrías, de historias que contar y de oportunidades para construir un mundo mejor.
Hoy, Barcelona está sacudida por un golpe que muchos decían era cuestión de tiempo, pero que en realidad nadie esperaba y nadie alcanza aún a asimilar por completo. ¿Cómo es posible que una ciudad tan llena de vida de repente se cubriera de muerte de un momento a otro?
La sensación de imaginar que alguna de las víctimas pudo haber sido alguien de los que más quieres termina por helar la sangre y poner la piel de gallina.
Personalmente, me bastó poco menos de un año para saber que no hace falta estar ahí físicamente para poder llamar a Barcelona mi hogar, porque ahí reafirmé que no importa de dónde vengas ni que diga tu pasaporte, al final todos valemos por lo que somos, por lo que construimos día a día, por lo que anhelamos y por eso que nos permite ser únicos, pero al mismo tiempo inseparables con nuestros semejantes: nuestra libertad.
No queda más que desear que las Ramblas no tarden mucho en volver a vestirse de colores y que el dolor que hoy embarga los corazones de todos aquellos amantes de la vida se vea traducido en una condena perpetua y enérgica a todas aquellas ideas y acciones contrarias a los valores de amor, empatía, solidaridad y libertad.
Tenemos mucho por hacer y de nosotros depende que el dolor que algunos pocos quieren sembrar germine como esperanza renovada. Es momento de perder, de una vez por todas y para siempre, el miedo a querer construir un mundo mejor. El mal nunca tendrá la última palabra.
Por último, no está de más recordar que Barcelona también es Nigeria, Siria, Venezuela y todos aquellos rincones del planeta en los que reina el miedo y la muerte sobre la libertad y la vida.
Es momento de ser valientes… hoy todos somos Barcelona.