Dentro de la cultura popular mexicana hay pocas cosas que unifiquen tanto a su población tanto como el gusto por el fútbol y la música “banda”; por eso es que la reciente noticia que involucra al capitán de la selección mexicana, Rafael Márquez y al afamado cantante Julión Álvarez en temas de narcotráfico y lavado de dinero han tenido un tremendo eco en nuestra sociedad. A una semana de su publicación, resulta casi imposible encontrarse con alguien que desconozca la noticia.
Más allá de que las investigaciones a cargo de las autoridades correspondientes estén en curso, las propias alegaciones de inocencia de los involucrados y de no exista aún un veredicto final sobre su inocencia o culpabilidad, está claro que la cultura del narcotráfico ha calado en lo más profundo de la sociedad mexicana.
Los números no mienten, cifras más o menos conservadoras calculan que en los últimos diez años el narcotráfico y la delincuencia organizada han cobrado la vida de 150.000 mexicanos mientras que existen otros 30.000 desaparecidos.
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Hoy es fácil reconocer que la estrategia del expresidente Felipe Calderón ante este problema sin duda fue un detonador de violencia más que una solución verdadera, enviar el ejército a las calles y pretender que la batalla era un encontronazo entre héroes y villanos fue sin duda una medida simplona y carente de entendimiento de cuál es el verdadero problema de fondo.
El narcotráfico debe ser visto como un problema integral compuesto por factores sociales, económicos y culturales y no como una mera cuestión moral entre buenos y malos como muchos pretenden. No podemos hacer un análisis serio ignorando uno de los principios más básicos en materia económica: mientras exista demanda existirá oferta.
Siguiendo esta misma línea, tenemos que entender que el hecho de que miles de personas se dediquen al narcotráfico en nuestro país obedece mucho más a la búsqueda de supervivencia y a la búsqueda de satisfacción de necesidades básicas que a una verdadera convicción sobre la conveniencia de realizar este tipo de actividades delictivas.
Si existieran menos trabas gubernamentales en forma de impuestos y regulaciones para emprender y crear empleos productivos y legales, además de un verdadero estado de derecho que erradicara la total impunidad que se vive en nuestro país, sería mucho menor el porcentaje de la población que se vería orillada a participar en estas redes criminales.
Despenalizar el uso recreativo o medicinal de estas sustancias es un buen primer paso que el actual gobierno federal ya se atrevió a dar, pero que sigue siendo a todas luces insuficiente.
Tenemos que entender que los criminales no son los consumidores si no quienes ven el hecho de extorsionar, secuestrar y matar como su estilo de vida. Mientras los esfuerzos se concentren en castigar a los consumidores y no a los verdaderos criminales nada o casi nada se estará haciendo por solucionar el verdadero problema de fondo.
El consumo de drogas (que no es lo mismo que narcotráfico) es un problema de salud y no penal, cambiar este enfoque es el primer paso hacia la implementación de políticas públicas mucho más sensatas y eficientes en el tema que nada tienen que ver con una guerra abierta y frontal entre fuerzas armadas.
Al final, no está claro si el gobierno está realmente combatiendo al narcotráfico o se ha vuelto su principal aliado en medio de una supuesta batalla donde los únicos que parecemos estar pagando el altísimo costo somos la ciudadanía y la sociedad civil, que nos hemos tenido que acostumbrar a vivir en un ambiente de violencia donde noticias de levantones, ejecutados y desaparecidos son nuestro pan de cada día.
Países como Colombia, Estados Unidos, Argentina, Uruguay, Costa Rica, Portugal u Holanda han dado importantes pasos hacia la despenalización y su consecuente regulación del uso de ciertas drogas y los resultados han sido en su gran mayoría positivos. En México las cosas no tendrían por qué ser diferentes.
El caso del narcotráfico es el claro ejemplo de cómo el gobierno no tiene por qué jugar un rol protector/paternal porque generalmente solo termina por volverse cómplice y empeorando las cosas para todos.
La cultura de la ilegalidad, la violencia y el narcotráfico ya forma parte de nuestra realidad y el hecho de que personajes como el Julión o Márquez (lo hayan hecho con conocimiento de causa o no) estén involucrados en este tipo de asuntos no es más que el reflejo de una realidad que ha tocado las fibras más sensibles de nuestra sociedad.
Necesitamos desesperadamente voltear la mirada hacia el fortalecimiento de la sociedad civil y la garantía de las libertades individuales si se quieren encontrar verdaderas soluciones sostenibles a problemáticas tan complejas como las relacionadas con el crimen organizado.
Lejos de discursos intelectualoides que pretendan hacer menos el peso que tiene la cultura popular a través de la música banda o el fútbol en nuestra sociedad, la nota representa una gran oportunidad para poner sobre la mesa y en la discusión pública el tema de la despenalización del consumo de drogas para poder centrar los esfuerzos en lo que verdaderamente está causando un daño irreparable en nuestro país y a la cultura en la que se desenvuelven nuestras nuevas generaciones: el crimen organizado y el narcotráfico.