Los partidos políticos alrededor del mundo están heridos de muerte y pareciera que no hay marcha atrás. Este tipo de organizaciones jerárquicas han sufrido fuertes sacudidas a consecuencia de las nuevas tecnologías y dinámicas sociales propias de nuestros tiempos y, sobre todo, a su falta de coherencia y eficiencia en su actuar político.
Casos como el de Estados Unidos en el que Trump llegó a la presidencia utilizando la plataforma republicana con propuestas y métodos totalmente alejados a su tradición como partido, o la más reciente victoria del independiente Macron en Francia sobre todos los partidos tradicionales nos demuestran que el hartazgo y el cansancio ciudadano hacia los partidos es una tendencia global.
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Sin importar bajo que ideología fueron fundados o qué tipo de políticas se jacten de defender, en la práctica los partidos tienden a convertirse en semilleros de corrupción y lambisconería, en el que generalmente son aquellos que menos escrúpulos tienen quienes llegan a sobresalir.
Sobre esto escribió el gran economista austriaco Friedrich Hayek en su libro “camino a la servidumbre” cuando aseguraba que “… un gobernante democrático que se dispone a planificar la vida económica tendrá pronto que enfrentarse con la alternativa de asumir poderes dictatoriales o abandonar sus planes, así el dictador totalitario pronto tendrá que elegir entre prescindir de la moral ordinaria o fracasar como político”
Es decir, jugar a la centralización política y legitimar altas cuotas de poder para unos cuantos a través de otorgar privilegios estatales invariablemente termina por generar una realidad indeseable a todas luces: serán los más faltos de escrúpulos y corruptos quienes se hagan del poder. Para ellos es que será más fácil olvidar sus supuestos ideales y traicionar y pisotear a quien haga falta con tal de hacerse con el poder.
Otro gran problema de los partidos políticos es la total falta de individualidad intelectual requerida para poder formar parte de estas organizaciones. Una vez afiliado a un proyecto político de esta índole tienes que pasar por un proceso de capacitación y entrenamiento que terminan por no ser más que maquinarias de adoctrinamiento político.
Cuando algún miembro se atreve a ir en contra de la línea marcada por los más altos dirigentes generalmente tiende a ser excluido y relevado a posiciones secundarias. Esto crea un ambiente de sumisión y una falta de originalidad a la idea de buscar soluciones efectivas de política pública que termina por estancarlos ideológicamente.
En México, quizá lo más doloroso de todo para el ciudadano común y corriente, es que somos nosotros mismos quienes financiamos sus mítines y asambleas fantasma a través de nuestros impuestos. Contrario a lo que sucede en Estados Unidos, donde son los miembros afiliados y simpatizantes quienes financian a los partidos, en México es el Estado el que garantiza su financiamiento.
La asignación presupuestal por decreto estatal a los partidos políticos surgió como una medida estatal para supuestamente garantizar igualdad de condiciones en las contiendas políticas, pero, como toda regulación estatal, esta medida no alcanzó a prever sus verdaderas consecuencias; esto vuelve a los partidos en excelentes negocios y botines políticos en los que perder elecciones, engañar a una parte del electorado, pactar con rivales ideológicos, pasar desapercibidos y no hacer nada (literalmente) son generadores de utilidades para sus corruptos dirigentes.
Por si lo anterior fuera poco, tenemos una serie de partidos que no representan ninguna verdadera contraposición ideológica de fondo. Es decir, si bien existen ciertos matices en cuanto a sus agendas políticas, al final todos se auto-conciben como un grupo de “salvadores del pueblo” que necesitan hacer uso de la maquinaria estatal para lograr sus objetivos de “bienestar social”.
En México tenemos como principales partidos a organizaciones que no terminan por representar ninguna alternativa realmente ciudadana:
Partido Revolucionario Institucional (PRI): un verdadero camaleón político según sus objetivos al corto plazo y a lo que le convenga en ese momento, pero que no olvida del todo su escuela centenaria basada en el autoritarismo y el clientelismo político.
Partido Acción Nacional (PAN): en el ideario mexicano no termina de cuajar como una opción de oposición del todo legítima, entre otras cosas, por la ambición política de sus líderes que terminan por comprometer sus fundamentos ideológicos a sus intereses personales.
Partido de la Revolución Democrática (PRD): un partido de izquierda que desde hace tiempo se dedica a hacer alianzas con sus mayores contrincantes ideológicos para figurar tímidamente en las encuestas, no mucho más que decir de ellos.
Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA): el populismo y la demagogia encarnados en su único referente a nivel nacional es tal que para muchos es difícil imaginarse a MORENA sin Andrés Manuel López Obrador. MORENA es la plataforma política de un personaje con aires de grandeza, delirios de persecución y mucha frustración política ocasionada por sus constantes derrotas electorales.
El resto no son más que pequeños partidos satélites que no hacen mucho más que agrandar el botín de sus aliados. También es un hecho que no hay un solo partido que pueda decir que tiene las manos limpias, a todos, sin excepción, se les han descubierto casos de corrupción y casos de tráfico de influencias.
Los partidos políticos, al menos como los conocemos hoy en día, están condenados a desaparecer y eso es algo positivo. Vivimos en una época en la que la única constante es el cambio y este tipo de organizaciones no parecen tener la capacidad de respuesta necesaria para sobrevivir.
Como ciudadanos ahora nos toca denunciar sus fallas, sus robos y corruptelas y, sobre todo, trabajar desde la sociedad civil para generar nuevos mecanismos para desempoderarlos; solo entonces verdaderas opciones alternativas ciudadanas y que comprendan el valor de las libertades individuales podrán hacerse visibles y viables de manera sostenible.