Don José tiene 53 años y vive en la comunidad de Huimilpan en Querétaro, México. Durante mucho tiempo trabajó como obrero en una empresa maquiladora hasta que decidió independizarse y comenzar a ofrecer sus servicios como pintor, plomero, electricista y ayudante general por su propia cuenta.
Doña Felicitas es una señora bastante mayor que vive en una comunidad llamada Etúcuaro en Michoacán, México. Le quedan siete hijos vivos, los otros dos ya no viven porque “se los mataron” unos maleantes porque, como ella cuenta, no se quisieron unir a trabajar con ellos en actividades de narcotráfico. De sus siete hijos solo uno sigue viviendo en el pueblo, el resto se han ido a grandes ciudades como Morelia o la Piedad en busca de un mejor futuro e incluso un par de ellos están viviendo en Estados Unidos.
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Pedro es un joven pescador, tiene un pequeño bote pesquero en las costas de Sonora, su mayor orgullo académico es decir que puede leer y escribir bien y además tiene a su esposa y a un par de niños que alimentar; ellos son su motivación para zarpar cada día en búsqueda de sardinas que vender en los mercados locales y también, su mayor ilusión al volver.
Jennifer tiene tres niños y vive en la comunidad de Charco Salado, en Rioverde, San Luis Potosí. Uno de ellos nació con una enfermedad congénita en el corazón y tiene que tomar medicina que le suministran cada mes en la cabecera municipal, que se encuentra a tres hora caminando.
No se conocen entre ellos, pero los cuatro tienen mucho en común: son mexicanos honestos y trabajadores que quieren lo mejor para su familia y, por circunstancias ajenas a ellos, desgraciadamente viven en pobreza.
Además de esto, otro factor que los une es que se han beneficiado enormemente de la tecnología más transformativa en el desarrollo económico mundial: el teléfono celular.
Don José, que antes solía pasar largas temporadas desempleado, ahora puede pasar su número a sus contactos, que a su vez lo recomiendan con amigos y conocidos y puede anunciarse en diversos sitios como postes de alumbrado público o la papelería local. Gracias a esto, sus servicios ahora son más accesibles para aquellos que los requieren. Su celular sirve como el medio para mantenerse en contacto con sus clientes y así disminuir sus períodos de inactividad, esto le ha permitido mejorar significativamente su calidad de vida.
Doña Felicitas tiene un celular que, aunque sigue requiriendo ayuda de sus sobrinos y nietos para utilizar correctamente, le permite hablar con sus hijos, saber que están bien y poder llamarlos cuando se siente sola o requiere alguna ayuda. Esto hace que su vida en Etúcuaro sea mucho más llevadera. A ella no le interesa saber más de tecnología, pero ya no está dispuesta a pasar mucho tiempo sin saber de sus hijos, como antes de que se lo regalaran se veía obligada a hacerlo.
Pedro puede checar todos los días el clima antes de salir a pescar y saber si va a llover o si se avecinan tormentas, pero sobre todo, Pedro puede hablar con sus clientes para saber a qué mercado debe llevar su pesca y a qué precio se lo van a comprar. Desde que Pedro tiene celular sus ganancias han incrementado hasta en un 8% aunque el precio del pescado ha caído cerca del 4%, esto es debido a la eficiencia distributiva que esta herramienta le permite alcanzar con sus pescados.
Para Jennifer no hay nada más importante que la salud de su “chamaco” y desde que tiene celular puede llamar a la unidad de atención médica para asegurarse que va a estar abierta, que la medicina estará disponible y que la doctora estará presente para poder hacer entrega del valioso medicamento. Las frustraciones de tener que dejar a sus hijos solos todo el día en vano cuando llegaba solo para darse cuenta que no le podrían entregar el medicamento ahora son cosa del pasado.
Un estudio realizado en la “London Business School” estima que por cada 10 celulares entre 100 personas el PIB de un país tiende a aumentar en un .5%.
A lo largo de la historia la humanidad ha enfrentado muchos retos; el más constante y quizá el más doloroso siempre ha sido la pobreza cuando ésta es fruto de la falta de oportunidades de las personas para valerse por sus propios medios.
Algunos insisten en centrar la discusión económica en la desigualdad, mientras que los más sensatos entienden que la desigualdad es natural e imposible de erradicar y que el verdadero problema es la pobreza.
Innovaciones como el celular no solo representan avances tecnológicos y económicos a nivel macro, sino que representan también un impacto directo en la manera de vivir de los individuos.
Algunos enemigos del progreso aseguran que antes se vivía mejor, que el ritmo de vida era más tranquilo y que no era necesaria la tecnología para estar bien. La realidad es que los procesos de innovación y libre mercado que han dado origen a inventos como el celular se ven reflejados en el mejoramiento de la vida de millones de personas alrededor del mundo.
Hoy en día, con todos los problemas que sin duda seguimos enfrentando como humanidad, en términos generales se vive mucho mejor que antes, gracias a los procesos de industrialización y libre mercado que hemos experimentado en los últimos 200 años.
Esto lo podemos constatar en el aumento de nuestra esperanza de vida, en los avances tecnológicos, en la disminución de la pobreza extrema, en el acceso a la información del que gozamos y en las sonrisas y miradas de aquellos que, aun siendo ajenos a todo el proceso económico y productivo que hay detrás, son capaces de aprovechar los avances a su alcance para ayudarse a sí mismos y a los que más quieren.
“Ser pobre y defender el libre mercado no es una contradicción. Es comprender que la ausencia de libre mercado es la causa de la pobreza. “