George Orwell se definía a sí mismo como socialista, quizá porque nunca pudo ser testigo de los verdaderos resultados de dicha ideología. A la fecha de su muerte, en 1950, el ejemplo más claro de estás políticas era sin duda el estalinismo en Rusia, del cual fue un duro crítico y opositor.
Sus dos obras más importantes y con mayor trascendencia histórica son “1984” y “la Rebelión en la Granja”, ambas son distopías que plantean de manera satírica los más bizarros efectos de los totalitarismos en las sociedades.
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En “La Rebelión en la Granja” se hace una clara referencia a los sistemas revolucionarios, sus verdaderos efectos y como es que generalmente los nuevos ordenes terminan por convertirse en sistemas dictatoriales.
En ella, un grupo de animales hartos del maltrato y la explotación humana, después de un intenso proceso de adoctrinamiento y liderados por los cerdos (que eran los animales más inteligentes de la granja), terminan por insubordinarse y establecer un nuevo orden jerárquico y organizacional en el que los humanos son borrados por completo y los cerdos toman el poder.
Se dice que Wells escribía haciendo referencia a la Revolución Rusa, pero su visión y claridad de ideas le permitieron adelantarse a lo que sería el desarrollo de cada Revolución a lo largo de la historia contemporánea.
En la novela, “Napoleón” era el líder revolucionario que supo ganarse la voluntad y la confianza del resto de los animales, conformar un equipo con otros cerdos que prometían progreso y el que por fin termina por expulsar a los humanos de la granja para imponer un nuevo orden.
El resto de la fábula sigue siendo sorpresivamente preciso cuando hacemos una analogía con las realidades revolucionarias; “Napoleón” termina por enfermarse de poder y expulsa de la granja incluso a sus más cercanos allegados por el simple hecho de atreverse a cuestionarlo, termina vistiéndose como humano, aprende a caminar en dos patas, a beber alcohol, fumar tabaco y a explotar a sus gobernados.
Al final, el cerdo Napoleón termina por implementar un orden bastante similar al humano, solo que con un toque extra de tiranía que se basa en la dosis de miedo que inyecta a aquellos que se atrevan a pensar en sublevarse.
Fidel Castro debe ser recordado como Napoleón, el cerdo de la granja cubana que expulsó al tirano Batista para convertirse él mismo en una versión renovada de tiranía, instalarse en el poder indefinidamente, adoptar sus vicios y malas prácticas y acallar a todo aquel que no se quisiera adoptar a las nuevas reglas.
Su más importante juez ante la historia (algo que parecía importarle mucho al ahora occiso dictador), será su legado. Un legado que tiene mucho más que ver con miseria, pobreza y represión que con avances médicos y altruistas como muchos insisten en opinar.
A Fidel se le recordará como un personaje de contradicciones; vistiendo Rolex y tomando Coca-Cola mientras daba discursos anticapitalistas, se le recordará justificando la construcción de hoteles lujosísimos en villas azotadas por la pobreza para atraer dólares de turistas norteamericanos y así combatir al imperialismo y sobre todo, se le recordará como un “revolucionario” promotor del cambio instaurado en el poder vitaliciamente.
Todos los argumentos que se han tratado de esbozar en defensa del régimen cubano están escritos sobre arena y son tan endebles que resultan apenas creíbles y parecen ser más bien estrategias propagandísticas.
Quedan las riquezas y lujos con las que vivió y viven los familiares del dictador, queda la prostitución en las calles de la Habana como escapatoria a la pobreza y quedan los miles de balseros que son capaces de jugarse la vida y dejar toda su historia atrás para escapar de lo que muchos incautos parecen creer es el “paraíso terrenal”.
Económicamente algunos incluso se atreven a culpar a un supuesto embargo por parte de Estados Unidos a la isla como causa principal del fracaso socialista, sin darse cuenta de que esto implícitamente implica un reconocimiento de la necesidad del libre mercado y el capitalismo para las sociedades para generar desarrollo y el progreso.
Aun así y, suponiendo por un momento que es verdad que el régimen ha traído consigo bonanza y desarrollo, no podemos olvidar que nada es gratis, y los cubanos lo están pagando con lo más preciado que un humano puede poseer, que es su Libertad.
En Cuba no se puede ganar más de lo que el gobierno establece, no se puede viajar libremente al extranjero, no se puede ser opositor del gobierno de manera segura y democrática, no se puede emprender y no se puede salir adelante sin depender del Estado.
Lo que sí se puede es soñar con un futuro mejor, y la muerte de Fidel parece ser un paso más hacia la libertad de un pueblo que la añora tanto como se puede añorar algo.
La Rebelión en la Granja en la ficción y la Revolución Cubana en la realidad tienen mucho que enseñarnos; el camino al cambio no puede venir de unos cuantos intelectuales y no conviene empoderar a aquellos que se dicen ser portadores de la verdad, ya que cuando se hacen del poder terminan por adaptar las reglas y condiciones del juego a su favor, sin excepción. El único camino sostenible es la libertad.
En la Rebelión de la Granja una de las reglas propuestas inicialmente era que estaba prohibido matar a otro animal, una vez encumbrado el cerdo líder cambió las reglas y se le agregó un peligroso “sin motivo” a dicha regulación. Así de trascendente es el entender estas situaciones.
Aquellos que nos consideramos defensores de la libertad al igual que Orwell, debemos temer, señalar y condenar cualquier muestra de totalitarismo. No hay nadie más peligroso que aquellos que creen saber que es mejor para nosotros mismos y se valen del uso de la fuerza y el adoctrinamiento para lograrlo.
Se fue Fidel y con él se fue un gran enemigo de la libertad, pero debemos tener cuidado, que aún quedan muchos cerdos en la granja.