La victoria de Trump representa en sí misma un nuevo reto para la política de nuestro país en todas sus dimensiones. Con o sin Trump presidente y nos guste o no, Estados Unidos ha sido, es y serán el mayor socio comercial para México y por lo tanto una fuente importantísima de oportunidades de crecimiento y desarrollo económico para el país..
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Es imposible entender los resultados de esta elección sin antes entender la idiosincrasia norteamericana; los estadounidenses son un país con una fuerte tradición liberal, en la que los individuos buscan salir adelante con sus propios medios a través del trabajo duro, el emprendimiento y el ahorro y no a costa de los demás a través del Estado, como sucede en otras latitudes.
Quizá el ejemplo más claro de esta tradición sea la clara resistencia ciudadana y política hacia el sistema de seguridad social que Obama intentó a toda costa implementar durante su mandato, mejor conocido como “Obamacare”.
El norteamericano promedio entiende que no existe nada gratis y que todo aquello que el gobierno entrega es porque ha sido arrebatado a alguien más previamente, lo cual genera distorsiones de mercado y económicas que terminan por ser indeseables semilleros de corrupción e ineficiencia, tal como pasa en México con el IMSS (Instituto Mexicano de Seguridad Social), por ejemplo.
Mientras que dicha medida hubiera sido muy popular en prácticamente cualquier país de Latinoamérica, en Estados Unidos se presentó una fuerte oposición para evitar su implementación y tuvo un alto costo político para el partido demócrata. Las políticas colectivistas que dicho partido, representado por Obama, intentó llevar a cabo no terminan de cuadrar del todo con los criterios sobre los que el país está fundado.
Más allá de seguir señalando al electorado norteamericano como un grupo de ignorantes y racistas habría que comprender que Trump supo leer las necesidades y la tradición que identifica a un amplio sector de la población y, dejando la corrección política de lado, pudo dar un mensaje claro y contundente sobre lo que significaría un giro de 180° en la política pública norteamericana que la gente quiso comprar.
Otra propuesta que ayudó al famoso empresario a ganar popularidad fue sin duda alguna su plan de desarrollo económico y fiscal. Trump prometió una disminución significativa en la carga impositiva para la clase media, que asegura se verá reflejada en la creación de 25 millones de nuevos empleos y un crecimiento económico anual del 4 %.
Si Trump es capaz de cumplir su promesa y disminuye la carga fiscal y las trabas burocráticas para emprender en su país, obligaría a hacer lo mismo en México, ya que de lo contrario se estarían perdiendo miles de oportunidades de inversión locales que preferirían emigrar a EE. UU. Es necesario estar al pendiente de las medidas que se lleven a cabo en EE. UU. para poder responder ágilmente y no perder terreno respecto a competitividad y libertades económicas.
Otro tema apremiante es sin duda el discurso nacionalista y con tintes racistas con el que Trump manejó toda su campaña. De mantenerlo, en México el más grande riesgo sería el de caer en su juego.
Diplomáticamente habrá que tomar una postura mucho más racional y menos visceral. Posiblemente los comentarios sobre el país azteca sigan formando parte de la agenda política del republicano y sus miles de seguidores, pero los mexicanos no pueden permitirse seguir ofendiéndonos y querer responder agresivamente a cada provocación. Los retos para el cuerpo diplomático mexicano se verán multiplicados durante los siguientes cuatro años y es necesario que imperen la prudencia y el sentido común si no se quiere terminar políticamente derrotados. Hay que ser firmes en el fondo, pero suaves en la forma.
No ha pasado más de una semana y ya circulan en redes mensajes de gente afirmando que no viajará más a Estados Unidos mientras Trump sea presidente e invitando al resto de mexicanos a consumir solo productos locales, evitando así supuestamente el crecimiento de las firmas norteamericanas. Además de ser propuestas ineficientes e inviables, es necesario reconocer que no se puede ni se debe caer en este tipo de provocaciones demagógicas y segregaciones de corte nacionalistas.
Los dos países se pueden beneficiar mutuamente a través de la cooperación y el libre mercado y establecer relaciones del tipo ganar-ganar. Los Estados Unidos son mucho más que su presidente y si compramos el discurso de que necesariamente tiene que haber un perdedor no sólo estaremos perdiendo todos, sino que estaremos empoderando los discursos proteccionistas y nacionalistas de personajes populistas locales y tan ajenos a las realidades económicas de nuestros tiempos como el líder de MORENA (Movimiento de Regeneración Nacional), Andrés Manuel López Obrador.
Por último, si Trump en realidad cumple sus promesas de deportar a mexicanos y fortalecer la seguridad fronteriza como ha asegurado, este problema para México debe ser visto como una oportunidad de mejorar las condiciones que se ofrecen en el país para sus ciudadanos.
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Se puede y debe lograr que sean cada vez menos los mexicanos que estén dispuestos a exponer su dignidad y hasta sus vidas en búsqueda de un supuesto sueño americano que cada vez se ve más lejano. El camino para lograrlo tiene que ver con políticas que faciliten el emprendimiento, como la eliminación de trabas burocráticas o la disminución de impuestos, el fortalecimiento de un Estado de Derecho en el que los individuos gocen de seguridad física y garantías sobre su patrimonio y la generación de condiciones que generen igualdad de oportunidades a través del empoderamiento de la sociedad civil.