Sepa el lector que los siguientes párrafos no pretenden ser un manual, caso contrario el título no se presentaría de forma interrogativa: me es menester saber, en total honestidad, cómo dialogar con la izquierda, por demás enojada, susceptible y altanera.
La izquierda tiene una falsa idea de sí misma: se hizo del monopolio del buenismo, de la cultura y sus artistas e intelectuales (en su mayoría, los mismos fanáticos de siempre que han leído diez libros más que el resto) y se presenta, sin excepción, como el único camino hacia un mundo más justo y libre.
La realidad, no obstante, se aleja de su relato, de su conveniente reconstrucción histórica. Aunque pretenda hoy envolverse en la bandera LGTB, la izquierda prohibió, persiguió, encarceló y asesinó a homosexuales en todos los países en los que se aplicaron políticas socialistas y comunistas*. La homosexualidad era vista como un mal hábito del capitalismo, un vicio burgués. “El trabajo los hará hombres” rezaban los campos de concentración cubanos. Y no, no es posible escudarse siempre detrás del “eran otros tiempos”, porque también “eran otros tiempos” cuando se escribió “El Capital” y también “eran otros tiempos” cuando la lucha de clases parecía tener sentido. Tampoco es un “error del pasado”: no se puede (¡no se debe!) esconder asesinatos en masa debajo de la alfombra como si se tratase de un error baladí de la adolescencia.
La izquierda acomoda su discurso a sus necesidades, es quizás la mayor flexibilidad de la que se puede jactar. Es evidente que todos podemos cambiar nuestra posición acerca de tal o cual suceso o fenómeno – es más, poner nuestras creencias en tela de juicio es un ejercicio altamente recomendable. Sin embargo, alardear sobre fusilamientos en la ONU, tal como hizo Ernesto Guevara, para luego estampar una foto icónica en una remera no es exactamente una confesión de pecados sincera.
La izquierda no solo posee una falsa imagen de sí misma sino que además tergiversa la naturaleza e intenciones de la oposición – bastante más amplia, heterogénea y popular que la “derecha” maligna y neoliberal que imaginan.
Es esta misma izquierda, sin excepción dogmática, la que cree que quien se le opone (incluso camaradas) es un inmoral al servicio de intereses económicos de dudoso origen, un instrumento de la “derecha” para manchar su impoluta reputación, sus nobles pilares.
En este contexto, reitero: ¿cómo dialogar? El debate es imprescindible en una sociedad madura que debe enfrentar numerosos obstáculos, que debe igualmente hacerse de urgentes soluciones para problemas prioritarios, como lo son la educación y la seguridad.
¿Cómo dialogar con esa izquierda carente de autocrítica que justifica omisiones e infamias cuando le toca estar en el gobierno y demoniza al otro por lo que, en tantas ocasiones, no son más que fruslerías?
¿Cómo construimos un futuro sólido con quienes acusan a periodistas de recibir cheques para “desestabilizar”? ¿Cómo avanzamos cuando cada vez que se señala una negligencia mencionan la dictadura o la peor crisis de la historia reciente? La izquierda, hundida en la falacia del hombre de paja, se ha quedado sin argumentos válidos. Desesperada, ironiza, ataca, censura.
El diálogo – repito – es más necesario que nunca. Las futuras generaciones no pueden ser víctimas del maniqueísmo, el sesgo y la argucia. Resta saber si la izquierda querría participar en este diálogo acuciante.
*Sociolegal Control of Homosexuality: A Multi-Nation Comparison, Donald J. West, Richard Green – Springer Science & Business Media, 31 oct. 1997.