Los tiempos que corren presentan problemas nuevos, desconocidos para quienes nos precedieron. La mentira, la verdad y la posverdad se enredan entre malinterpretaciones, sesgos y susceptibilidades. La generación de la ofensa llegó y ostenta al menos ganas de quedarse, de reinar y de ser necesario, de censurar.
Es en este marco que las declaraciones del presidente francés Emmanuel Macron en su reciente visita a Nigeria son bienvenidas, porque habiendo ya sido criticado por afirmaciones similares en 2017, aseguró en entrevista para un medio local que “con siete, ochos hijos por mujer no se sale de la pobreza”.
El mandatario galo manifestó su preocupación por la “demografìa galopante” africana. “Nosotros necesitamos que los africanos tengan éxito en África” dijo. “Europa no puede aceptarlos, no a todos” agregó, en clara referencia a la crisis migratoria que sacude al Mediterráneo y amenaza la supervivencia de la Unión Europea.
Macron sugirió a los nigerianos apostar por el emprendimiento de privados, que es el único capaz de “crear un crecimiento inclusivo y construir una clase media”.
En América Latina, ambos temas parecieran ser tabú. Los distintos planes sociales que ofrecen los diferentes países del continente han fallado de manera estrepitosa. La pobreza, derivada en marginalidad y miseria, sigue allí, inmutable.
Solo en Uruguay, un país con poco más de tres millones de habitantes, hay 135.357 niños y adolescentes viviendo por debajo de la línea de pobreza, fenómeno que se duplica en niños afrodescendientes (15,2% entre no afrodescendientes y 30,6% entre afrodescendientes). El asistencialismo social, ese maldito motor de campañas, no logra dar con la solución real del problema y no es más que un pulgar intentando tapar el sol. Lo que resulta incluso más grave es que la izquierda se cree moralmente superior por promover una política fallida e inconducente.
No es cierto que el liberalismo proponga regular la reproducción en las clases más comprometidas, como alguna vez se ha sugerido. Sí pretende, no obstante, poner el tema sobre la mesa, considerarlo al menos. No es posible, en ningún ámbito de la vida, solucionar un problema que no se admite. Quizás la educación que necesitamos hoy pase por insistir en la prevención y no por reescribir la historia según nuestros intereses.
Las declaraciones de Emmanuel Macron son pertinentes porque logra esto: que escribamos artículos al respecto, que se abran debates, que se intercambien ideas y opiniones sobre un tema que históricamente se ha procurado esconder debajo de la alfombra de las buenas formas.
Por otro lado, Macron (incluso no siendo un liberal “puro y duro”) entiende que la inversión privada y el emprendimiento individual juegan un papel fundamental en la creación de riqueza. En pleno siglo XXI, en América Latina, hay muchos convencidos de que ese es el rol del Estado – y lo que es peor, hay dirigentes políticos que juegan con esa convicción, la usan y explotan en perjuicio de los más débiles.
A América Latina le hace falta despertar y oler el café. Durante demasiado tiempo hemos estado escondiéndonos de nuestro propio potencial – así lo han querido, después de todo, los representantes que elegimos. Los discursos del populismo pueden ser muy conmovedores, sus intenciones pueden también parecer las más nobles.
Aun así, con siete u ocho hijos por mujer no se sale de la pobreza. Aun así, el Estado no genera riqueza. El continente que queremos ser depende de la realidad que elijamos ver. Es ésta, por ende, nuestra más urgente elección.