¿Quiénes son los actores políticos que definirán el futuro de Uruguay? Y lo que es incluso más importante: ¿cambiarán las políticas de Estado si el partido de gobierno es otro? Con las próximas elecciones a la vuelta del calendario (27 de octubre de 2019, y la respectiva toma de mando el 1 de marzo de 2020) es fácil (y tentador) entrar en el terreno de las conjeturas, más allá de lo predecible que el escenario charrúa pueda parecer de a momentos.
Tan o más importante que barajar nombres de eventuales candidatos, es comprender la dinámica del pueblo uruguayo, sus problemáticas, sus patrones de comportamiento y prioridades.
No obstante, la sorpresa electoral se ha hecho, de a poco, moneda casi corriente en varios puntos del globo – ejemplos de ella son la victoria de Donald Trump, el resultado afirmativo sobre el Brexit, el referendum en Colombia y, hasta cierto grado, el triunfo de Emmanuel Macron en Francia.
Ahora bien, ¿qué tan probable sería en Uruguay un vencedor “inesperado”? El uruguayo es naturalmente conservador; quizás producto de ser un país con poco más de tres millones de habitantes, el oriental prefiere inclinarse por quien de alguna manera conoce y le es familiar. Es así como un “efecto Macron” (el actual presidente galo inauguró partido propio apenas un año antes de su imposición ante Marine Le Pen) es muy poco probable en Uruguay.
El nombre que actualmente encaja en el perfil candidatos “imposibles” es Edgardo Novick, empresario inmobiliario de 61 años y su Partido de la Gente. Novick ha tenido cierto éxito a la hora de agrupar personalidades públicamente disconformes con el actual gobierno, como ha sido el caso del exfiscal Gustavo Zubía.
¿En qué escenario podría Edgardo Novick hacerse de la banda presidencial el 1 de mayo de 2020? Pues, en uno rebuscado, pero no absolutamente descartable – nótese el entrecomillado del adjetivo “imposible” en el párrafo anterior. El desgaste de la casta política en Uruguay es real, como también lo es el rechazo que ésta causa en los orientales. El uruguayo promedio, al día de hoy, se siente pesimista y abrumado por la incertidumbre que causa la ausencia de propuestas políticas acordes a los tiempos que corren.
¿Improbable? Muy. ¿Imposible? No.
El actual senador por el Partido Independiente Pablo Mieres ha ganado, durante el último período de gobierno, respeto y credibilidad. Mieres, que ha sido candidato a la presidencia en tres ocasiones consecutivas (2004, 2009, 2014) se las ha ingeniado para ser una cara conocida sin convertirse en un político más (al menos no para el ciudadano de a pie), atributo que valdrá oro en octubre de 2019.
No obstante, Mieres no ha logrado que el Partido Independiente sea asociado a otro nombre que no sea el suyo propio. En este sentido, Novick ganó la pulseada. Mieres, otrora decano de la Facultad de Ciencias Sociales, tiene mayor solidez y aplomo que el empresario de bienes raíces, algo que lo aventaja y seguramente jugará a su favor en las urnas.
Uruguay, un país que durante el 70% de su existencia ha sido gobernado por el mismo partido político, observa hoy con asombro cómo los dos partidos tradicionales luchan por mantenerse a flote en las encuestas.
Empero, ambas filas presentan un contexto muy diferente. Por un lado, está el Partido Colorado, cuya historia es prácticamente la historia misma de Uruguay, sin recuperarse aún de la migración masiva de votos posterior a la crisis del 2002.
En este contexto pesimista, existe un precandidato potencialmente atractivo (suficientemente conocido como para no ser un extraño, suficientemente desconocido como para ser culpable de algo) que tendrá la responsabilidad, de aceptar la candidatura, de revivir al Partido Colorado: el economista Ernesto Talvi. Sus retos, sin embargo, serán muchos. El más difícil de ellos es convencer a los uruguayos de que se puede estar más allá de la derecha y de la izquierda. ¡Menudo desafío en tierras orientales!
El Partido Nacional, a pesar de ser el único con posibilidades casi tangibles de vencer al oficialismo, es el que más problemas presenta. Las volutas populistas y autoritarias de Jorge Larrañaga no convencen a los sectores más liberales de la sociedad, mientras que Luis Lacalle Pou sigue siendo visto como el hijo de un expresidente asociado al neoliberalismo (cualquier cosa que ello sea) y es percibido como una extensión del exmandatario.
Ninguno de los dos ha logrado separarse de las columnas más conservadoras del partido, esas que miran de reojo al matrimonio igualitario y a la despenalización del aborto. El Partido Nacional, si quiere ganar, debe deshacerse de las ambiciones individuales de sus precandidatos y mostrarse – sentirse – en tanto bloque.
La renovación de ideas es tan importante como la renovación de nombres, y éste es un talón de Aquiles que ni Larrañaga ni Lacalle Pou pueden ignorar.
El uruguayo probó la izquierda y decidió que no le gusta. No obstante, esto no significa que el oficialismo no tenga oportunidades. De hecho, las probabilidades de que el Frente Amplio renueve sus votos en marzo de 2020 son altísimas. ¿Es esto una contradicción? No para el oriental.
El gran tesoro del Frente Amplio es una oposición débil y quebrada, falta de propuestas y tímida en las confrontaciones que importan. La gran pregunta es quién representará al conglomerado de izquierda. Con Sendic fuera del camino, Daniel Martínez, actual intendente de Montevideo, pareciera correr con favoritismos dentro del partido.
La inacción frente a la inseguridad, el fracaso educativo y la complicidad con la dictadura de Nicolás Maduro seguramente pasarán cuentas a un Frente Amplio soberbio e intolerante.
A lo largo de este año decisivo, se expondrán las estrategias de cada partido y candidato. Con un poco de suerte, los uruguayos sabremos si los dirigentes de la oposición se atreverán a tomar decisiones antipáticas que rectifiquen las medidas nefastas del oficialismo, o si serán más de lo mismo, jurando ser diferentes.