Mientras escribo, la policía federal intenta (por ahora, sin éxito) entrar en la sede del sindicato metalúrgico donde el expresidente brasileño, Luiz Inácio Lula Da Silva – cuyo habeas corpus fuera negado por la Corte Suprema el pasado miércoles – se esconde. No hay otro verbo que defina su accionar.
El exmandatario se ha refugiado allí con las intenciones más oscuras: que vayan por él (eligió no entregarse voluntariamente), creando así una imagen de mártir perseguido; y, en una segunda instancia, apuesta al conflicto entre policías y simpatizantes. No le quita el sueño a Lula, por estas horas, el elevado costo que tal choque pueda producir.
Da Silva (al igual que muchos de sus homólogos a lo largo y ancho del continente) juega, con absoluta liviandad, a terminar de partir a Brasil en dos. Da Silva no quiere, puesto que no le conviene, un Brasil unido. Una especie de conflicto civil le es más redituable desde el punto de vista político. El expresidente brasileño cumple hoy a pie de letra aquel refrán que tanto rezan las abuelas: a río revuelto, ganancia de pescador.
No obstante, ojalá fuera esta vil maniobra lo peor que ha hecho Da Silva. Da Silva es corrupto, innegablemente corrupto. Lula es, señoras y señores, corruptísimo. Y también lo es gran parte su partido – justicia mediante, en Brasil, lo es casi toda la oposición. Nadie con un mínimo aceptable de honestidad intelectual puede creer que a Lula se lo persigue por “poner un plato de comida en la mesa de sus compatriotas” – tal especulación podría pertenecer solo a las mentes más perversas del continente, a los victimistas de siempre, a lo que creen poseer el monopolio de la moralidad y de la solidaridad.
Todos los sucesos de los últimos días merecen exhaustiva aclaración. En primer lugar, a Lula no se lo persigue: a Lula se lo castiga por ser beneficiario de un apartamento de lujo (“regalo” de la constructora OAS) a cambio de favores y facilitación de contratos, formando así parte de uno de los mayores casos de corrupción de América Latina en su historia.
Es también un hecho indiscutible que, al igual que innumerables dirigentes del PT, muchos líderes de la oposición fueron partícipes de similares operaciones. Concluir un complot de “la derecha” no es infantil, es lisa y llanamente estúpido.
Vale recordar – y esto es de importancia vital a la hora de escribir los libros de historia que moldearán el futuro – que el pasado miércoles en la Corte Suprema no se discutía si Lula era inocente o no. La Ley entiende – sabe – que el exmandatario no lo es. Lo que hicieron los jueces el pasado 5 de abril es negar un habeas corpus que pretendía extender el período de apelación de la defensa de Da Silva.
En esta misma línea de acción, es prudente recordar que la mayoría de los jueces de la Corte Suprema fueron nombrados por el mismísimo Da Silva (entre ellos, Carmen Lucía, quien expresó el voto definitivo) por lo que ver la mano oscura del actual presidente Michel Temer detrás de la decisión de la justicia roza un absurdo sin comparación.
Es menester subrayar que, sin importar lo que pueda llegar a manifestar la vicepresidente uruguaya Lucía Topolansky, el dictador Nicolás Maduro, o el presidente Evo Morales, la democracia no corre riesgo alguno en Brasil. Los brasileños, al entender que todos somos iguales ante la ley y debemos acatar las mismas obligaciones y ampararnos en los mismos derechos, están afianzando la república.
Claro está que lo que pueda acontecer mientras escribo estos párrafos es decisivo para el futuro de Brasil y del continente entero. Si Lula sigue coqueteando con la desobediencia civil, a Brasil le espera el caos. Pero si tal catástrofe cayese sobre los brasileños, no es culpa de sus instituciones, que hoy son ejemplo en el continente, sino de líderes cobardes y pasionales, que no apelan jamás a la razón puesto que con ésta con obtendrían ni un voto.
Brasil, la séptima economía más importante del mundo, y nación que fuese tan castigada por la corrupción, hoy se reivindica ante sí misma. Eso es algo de lo que no todos los países del continente se pueden jactar.
Siendo las 18:51, la policía logró sacar a Lula de la sede del sindicato y se dirige a la cárcel. Por corrupto.