¡Cómo quisiera que este fuera el último artículo que escribo sobre Mujica! Me consta, no obstante, que volveré una y otra vez a referirme al exmandatario, ya que discutir sobre el actual senador José “Pepe” Mujica también es una forma de debatir sobre la sociedad uruguaya y su propia miopía, sus contradicciones y vergüenzas.
Hace casi dos décadas que el expresidente promete que abandonará la política y dará espacio a las generaciones más jóvenes (que en Uruguay parecieran no existir o existir en otro plano y con otros intereses), sin embargo, ahí está, entrando y saliendo del Parlamento.
Sí, nada se puede esperar de una persona cuya frase más conocida es “como te digo una cosa, te digo la otra” (ignoro si en el caso que nos atañe habría al menos que reconocerle la honestidad), pero aún así el senador se las ingenia no solamente para sorprender, sino (muy especialmente) para provocar.
En una entrevista con el semanario Búsqueda, a inicios de febrero, José Mujica afirmó que no descartaría volver a presentarse en las elecciones del año próximo, a pesar de haber prometido en una infinita cantidad de ocasiones alejarse de la política —la promesa, vale aclarar, cambia de intensidad y condiciones cada vez que el exmandatario se expresa—.
En 1984, el cantautor español Joan Manuel Serrat presentó su álbum Fa vint anys que tinc vint anys (Hace veinte años que tengo veinte años) y que fue un éxito tanto en España como en América Latina, a pesar de estar enteramente en catalán. Mujica, en sus amagues de quinceañera, no dista mucho de aquel Serrat que simulara estar negando la realidad para beneficio propio.
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¿Por qué el expresidente elige volver sobre sus palabras y contemplar una posible candidatura? Las lecturas simples se escudan en la falta de candidatos o en un simple apego al poder no solo de la coalición de izquierda (Frente Amplio), sino, particularmente, del Movimiento de Participación Popular (MMP), sector de José Mujica.
El pasado 4 de febrero la conglomeración de izquierda celebró su cumpleaños número 47 en el balneario Piriápolis, al este de la nación charrúa. El festejo fue una suerte de “manifestación reivindicativa” de las acciones, discurso y decisiones del Gobierno que congregó a miles de militantes (la cantidad exacta es una disputa que no tiene intenciones de terminar) y que tenía como único objetivo demostrar, en formato show, un hipotético apoyo popular con el que el Frente Amplio aún contaría.
No es descabellado pensar, en este contexto, que los distintos dirigentes del oficialismo sintieron decepción ante el número de concurrentes y que esta ausencia generó un sentimiento de alarma. Que la figura más popular de la coalición haya repensado su candidatura después del mencionado acto es probablemente un manotazo de ahogado, un último recurso.
Es una señal tristísima y preocupante (no solo para el Frente Amplio, sino para todos los uruguayos) que la única esperanza de victoria del oficialismo radique en un señor de 82 años que pasó buena parte de su vida atentando contra la democracia y aún hoy, en ataques de sinceridad, despotrica contra los valores republicanos.
Mujica, el mismo que siembra odio “de clases” entre los uruguayos (triunfa por ello, como todo colectivista), pretende una vez más representar a todos los orientales, cuando él mismo desprecia a buena parte de los ciudadanos que ansía presidir.
Para cuando al lector le llegue este artículo de opinión, Mujica ya habrá retirado su candidatura, y probablemente la haya ofrecido nuevamente en alguna conversación posterior. No obstante, retenga lo aquí dicho: de aquí al 2019 todavía hay mucho tiempo.