El exvicepresidente de Uruguay, Raúl Sendic, fue el ojo de una tormenta política en una seguidilla de escándalos que abarcaban desde haber afirmado ser licenciado en una carrera que no solamente no culminó, sino que ni siquiera existe, pasando por haber fundido un monopolio petrolero estatal durante su período a la cabeza de ese ente hasta, finalmente, realizar gastos personales con la tarjeta administrativa de ANCAP que jamás justificó.
Para sorpresa de muchos, el Tribunal de Conducta Política del oficialismo (Frente Amplio) no protegió a Sendic (un potencial presidenciable casi obvio hasta el momento) y, distanciándose de las posturas elegidas por el presidente Tabaré Vázquez y el expresidente José Mujica, reconoció la inconducta del exnúmero dos uruguayo.
En su fallo (cuyo objetivo solo cubría el uso de tarjetas corporativas), el TCP manifestó que Raúl Sendic “compromete su responsabilidad ética y política” y que este presentó un “proceder inaceptable en la utilización de dineros públicos”. Acorralado (y probablemente también presionado), a Sendic no le quedó otra alternativa que renunciar.
Las conclusiones del Tribunal de Conducta Política del Frente Amplio sellaron precedentes más que positivos en la historia uruguaya. Sí, hay casos en los que a los partidos tradicionales no les tembló la mano a la hora de repudiar las malas acciones de algún correligionario, pero nadie antes había ido tan lejos.
Se esperaría, entonces, que tanto el Partido Nacional como el Partido Colorado tuvieran el mismo rigor que el TCP del Frente Amplio –ha de hacerse hincapié en que la mencionada severidad corresponde al Tribunal de Conducta, no a las figuras del Frente Amplio que quisieron “tapar el dedo con el sol” y mantener a Raúl Sendic en la vicepresidencia–. Sin embargo, y para el infortunio de Uruguay y sus instituciones, la oposición no optó por ese camino.
Agustín Bascou (Partido Nacional) es el intendente del departamento de Soriano, en el litoral oeste uruguayo. Además de su actividad política, Bascou es también empresario, propietario de dos estaciones de servicio. Costumbres latinoamericanas mediante, no es difícil adivinar en las estaciones de quién se despachó el 25% del combustible que adquirió la Intendencia de Soriano, solo en 2016.
Hasta el momento, Bascou no ha renunciado. El Partido Nacional, por su parte, se muestra dividido a raíz del caso, y no ha exigido al intendente su renuncia –que es probablemente el menor de problemas que Bascou puede llegar a enfrentar–.
Se necesitó una acumulación de escándalos, desplantes públicos y declaraciones polémicas para que Raúl Sendic renunciase. Quizás, en ausencia de presiones internas, él jamás lo hubiese hecho. Sendic iba de altercado en altercado, siempre aferrado al sillón, tal como es hoy el caso de Agustín Bascou.
La oposición tuvo una oportunidad histórica de mostrarse como una opción política más sólida que el Frente Amplio, moralmente superior. No la utilizó.
El oficialismo, como es de esperar, no puede contener su alegría ante tal desperdicio. En el Uruguay de hoy, la apuesta política pasa por tener al dirigente político menos sucio, jamás se la juegan por ostentar al representante limpio.
Hay individualidades dentro de cada fuerza que, seguramente, duermen tranquilas, sin peso de conciencia que las perturbe. Pero las colectividades políticas en Uruguay, todas ellas, viven una decadencia sin antecedentes en la historia del país.
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Hay quienes celebran esta coyuntura, ignorando la gravedad que tal contexto político implica. ¿Tiene Uruguay esperanzas? Los votos de las elecciones del futuro ¿serán por convicción (fe en el limpio) o por descarte (resignación ante el menos sucio)? ¿Seguiremos por el camino del amiguismo, la superposición de intereses y la corrupción? La identificación ciudadana con tal o cual fuerza política ¿es más fuerte que la ética?
El futuro de Uruguay, sean cuales sean los colores de su destino político, está comprometido por caprichos y ambiciones que manchan los pilares de la república. Es a los uruguayos, en tanto ciudadanos, a quienes les corresponde, de la manera más sesuda y menos fanática posible, decidir qué tipo de dirigentes pretende y merece.