Son las primeras horas del sábado 9 de setiembre de 2017. Raúl Sendic probablemente evita responder llamados mientras se dirige al plenario del Frente Amplio, aquel en el que, apenas un par de días antes, había jurado que demostraría su inocencia. No lo imagino enojado, la ira tuvo su momento. Está dolido, quizás pensando en aquellos “tiburones” que Mujica mencionó.
Pero Sendic no contó su verdad. No presentó evidencia alguna de no ser culpable de lo que se lo acusaba (haber usado la tarjeta corporativa de ANCAP para compras personales que no fueron respaldadas con facturas ni comprobantes).
A este punto, hasta el Tribunal de Conducta Política de su partido concluyó que Sendic presentó un “proceder inaceptable en la utilización de dineros públicos”. No, estas palabras no fueron pronunciadas por representantes de la oposición ni tampoco por agentes de la campaña que busca frenar el crecimiento de la izquierda en América Latina desde Atlanta. Fue el mismísimo Frente Amplio soltándole la mano a una de sus figuras más prominentes.
Ese sábado sería inolvidable para Uruguay: un vicepresidente renunciaba, algo sin precedentes en la historia uruguaya –recordemos que Jorge Sapelli se mantuvo en su cargo hasta la caída de la democracia. Por primera vez, los uruguayos leíamos titulares de medios internacionales que rezaban “renuncia el vicepresidente de Uruguay en medio de un escándalo de corrupción” y similares. Lo impensable sucedía frente a nuestros ojos, justo a nosotros, que siempre nos jactamos de ser distintos.
Sendic renunció como administró: mal. Recién el lunes enviaría una nota a la Asamblea General. Hasta entonces, solo se había apartado de su cargo en el plenario del Frente Amplio, en una casi imperdonable confusión entre partido y gobierno. Hijo de su tiempo, tuitearía luego al respecto. Por esa red social, comunicó que “también” (de paso, y en segunda instancia) le hizo saber al presidente Tabaré Vázquez de su decisión, que calificó de “indeclinable”.
¿Hubo presión (y/o traición) interna? ¿Fue Sendic sacrificado por sus compañeros de partido? Eso aseguró un puñado de no más de veinte personas que fueron al plenario en apoyo al ahora exvicepresidente. “Astori verdugo” leía un cartel, en referencia al ministro de Economía y Finanzas.
Raúl Sendic no debía seguir siendo vicepresidente de la República; y en eso, muchos uruguayos estamos de acuerdo. Pero también es cierto que cayó mal y por los motivos incorrectos. Nada se sabe de los 800 millones de dólares que ANCAP perdió mientras estuvo al frente de la institución durante la presidencia de José Mujica.
Por sobre todas las cosas, Raúl Sendic cayó solo, como si nadie más hubiese estado al tanto de sus maniobras; como si nadie hubiese dado jamás una orden, casi como que si pudiera desaparecer 800 millones de dólares sin que nadie se enterase jamás.
Pareciera que Sendic no cayó, sino que lo cayeron. Había que sacrificar a alguien para limpiar el nombre de la izquierda uruguaya –y demostrar su transparencia mediante una sentencia prácticamente ejemplar– y ese alguien fue Sendic, que tenía ya varias desprolijidades a sus espaldas.
Es aquí donde los uruguayos debemos estar alerta: Sendic es una cortina de humo, un chivo expiatorio. Nadie aboga por su inocencia, pero es por demás ingenuo creer que es el único culpable, el único con algo para esconder. Si cae solamente Sendic, no pasa nada. Si cae solamente Sendic, las formas oscuras del Frente Amplio pasarán al olvido. No nos equivoquemos: si cae solamente Sendic, no es injusto sólo para con él, sino para con todos los uruguayos.
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Ante la magnitud del evento, hay quienes hablan de “crisis institucional”. La Constitución prevé claramente cómo proceder en tales escenarios (hasta hoy, hipotéticos) por lo que no hay crisis alguna que amenace la sana continuación de las instituciones republicanas. La crisis es exclusiva de la izquierda, y está adherida a su esencia.
Reitero: partido y gobierno no son sinónimos –o no deberían serlo, al menos.
Raúl Sendic no renunció por haber experimentado un repentino ataque de valentía. No hay bravura en su alejamiento de la vicepresidencia. Hay otras cosas, hay otros nombres. Es por eso que esto no terminó el sábado. De hecho, no hizo más que comenzar.