
Uruguay no está pasando por su mejor momento y no hay dudas ya de ello. La resistencia del gobierno a condenar los brutales hechos que estremecen a Venezuela (con la complicidad de la central sindical PIT – CNT y la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay – FEUU) es apenas una pista de que no somos el país liberal, estable y democrático que alguna vez creímos ser.
Los incesantes escándalos del vicepresidente Raúl Sendic no parecen doblegar al oficialismo, y a esta altura muchos especulan con que Sendic no es más que un chivo expiatorio del Frente Amplio. Es como si el partido de gobierno eligió sacrificar el más débil de sus eslabones y tirarlo a los lobos para que el público tenga “algo”.
No es una limpieza real, ni una mea culpa honesta, ni cosa que se le parezca. Sendic no pudo haber fundido un monopolio estatal por medios propios; el expresidente José Mujica estaba al tanto de cada movimiento. De no haberlo estado, Mujica habría sido en consecuencia un peor presidente.
Mujica sabía, pero el que cae es Sendic.
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Muchos creen que un nuevo régimen totalitarista es imposible en Uruguay. Al respecto, no soy tan optimista. El Frente Amplio se ha ocupado de enviar incontables señales propias de un régimen autoritario en reiteradas ocasiones. Su amorío con Cuba y Venezuela es sólo una de ellas.
En junio, las periodistas Patricia Madrid y Viviana Ruggiero publicaron el libro “Sendic, la carrera del hijo pródigo”, una recopilación de eventos de la vida del actual vicepresidente y expresidente de ANCAP durante la administración Mujica que no lo dejan en la mejor de las posiciones.
Como buen patotero falto de argumentos, Sendic convocó a las autoras a la Justicia.
No pasaría ni un mes del susodicho incidente para que el archiconocidísimo periodista Gabriel Pereyra se viese envuelto en casi idénticas circunstancias. Hoy Pereyra enfrenta una denuncia por difamación por una columna de opinión que escribiese sobre la presidenta de la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE), Susana Muñiz.
De regreso a Raúl Sendic, quien se ha tomado el tiempo de bloquear a cualquier ciudadano (esos a los que él se debe) de Twitter, ha denunciado también a usuarios de redes sociales por injurias en la división de Delitos Informáticos. ¿La misión? Investigar cualquier agravio o insulto hacia su persona. Aparentemente, Raúl Sendic estaría creyendo que es el primer político en ser insultado en la Historia de la Humanidad.
Aunque el victimismo infinito de los distintos miembros del oficialismo uruguayo pueda parecer al principio gracioso o incluso contraproducente, dos verdades quedan en limpio.
En una primera instancia, en el Frente Amplio no se estima el daño que tales movimientos puedan generar a futuro; el desprecio que despierta en los votantes. ¿Por qué? Porque se creen intocables, inmunes a toda verdad, a todo sentido de justicia. Esto es propio del totalitarismo más vil, más repugnante que se pueda imaginar.
En segundo lugar, demuestra también lo que hemos sabido siempre, pero, nuevamente, preferimos ignorar: a la izquierda no le gusta la libertad; no la tolera, no le parece un valor deseable. La izquierda condena a la libertad no sólo porque le asquea, sino porque no la entiende. Es éste el motivo por lo que la izquierda fue, es y será incapaz de brindar libertad a quienes tengan la desgracia, como Uruguay, de ser gobernados por ella.
Demasiadas personas, muy particularmente en América Latina, creen que la política se reduce a “izquierda versus derecha” y eso no es más que un producto de un infantilismo, de una miopía intelectual. En la Historia de los hombres, desde el principio de los tiempos, la verdadera lucha ha sido “libertad versus opresión”. Es por este ideal que han caído imperios, y se han formado otros, para volver a caer después.
Lo interesante del caso uruguayo es que sigue un orden que se ha repetido siempre en los totalitarismos: primero van por los periodistas. Luego, por todas las voces.