Imagine usted a un presidente entrado ya en años, fuertemente autoritario y algo despiadado, que minimice a la opinión pública y tenga poco amor por la libertad de prensa. No, no describo al mandatario estadounidense Donald Trump, sino a su homólogo uruguayo Tabaré Vázquez, quien no ha tenido mejor idea que afirmar que su vicepresidente, Raúl Sendic, es víctima de bullying.
“El bullying más fantástico que vi en mi vida”, aseguró Vázquez desde el anillo saturniano en el que vive, sin reparar (o sin importarle, con Vázquez nunca se sabe) todo lo que está mal con sus apreciaciones.
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Es evidente que el presidente uruguayo desconoce la gravedad del bullying. La relación entre acoso y suicidio está largamente documentada. Solo en Estados Unidos el bullying es el disparador de 4.400 suicidios anuales. Uruguay, por su parte, ostenta una de las tasas de autoeliminación más altas del continente: desde 2005 un promedio de dos uruguayos se quitan la vida por día.
Vázquez, en su infinito desprecio por la opinión pública y el periodismo, no dudó en banalizar una problemática real que afecta a miles de uruguayos. Sus ánimos de defender a su compañero de fórmula lo ciegan al punto de reducirlo a un matón desalmado al que la empatía le es ajena.
“No quiero entrar en el camino de la autofagia política”, agregaría luego el presidente, dejando en claro lo que ya sabemos todos: el Frente Amplio está sufriendo insostenibles diferencias en filas propias. Los opositores internos más obvios del vicepresidente son el ministro de Economía, Danilo Astori y el diputado oficialista Darío Pérez, que ha declarado en reiteradas ocasiones que Vázquez debe aceptar la renuncia de su compañero –si esta existió o no es objeto de contradicciones: el primer mandatario así lo confirmó, mientras que Sendic lo negó–.
El uruguayo promedio puede fácilmente concluir que estas casi enemistades internas son una de las razones por las que Vázquez no le suelta la mano a Sendic: si éste renuncia, la vicepresidencia irá para la senadora emepepista Lucía Topolansky, esposa del expresidente José Mujica, con quien Vázquez mantiene una pésima relación.
Raúl Sendic no necesitó de locos pactos en Atlanta –como sostiene– para forjar su debacle. Es algo de lo que él se ha ocupado solito: comenzó por fundir (no hay otro término) una empresa petrolera (estatal y monopólica) y con la construcción de un título universitario que no solamente no tiene, sino que ni siquiera existe –y que Topolansky juró ver–.
Realizó gastos personales con la tarjeta corporativa de ANCAP –la mencionada petrolera que, durante la administración Mujica, Sendic se ocuparía de quebrar–. Continuó luego con un infantilismo y victimización jamás vistos en la política uruguaya, culpando a la oposición y a los Estados Unidos de crear una campaña en su contra.
Recientemente, amenazó con tomar acciones legales contra dos periodistas que escribieron un libro bastante comprometedor sobre su vida personal y política.
Aun así, para nuestro presidente la única víctima es el mismísimo Raúl Sendic, y nada más y nada menos que de bullying.
¿Dónde estamos los uruguayos, me pregunto, para Vázquez? ¿No somos víctimas nosotros de sus políticas fallidas, de su ánimo recaudador que nos acalambra, de sus instintos prohibicionistas? Si Raúl Sendic es una víctima ¿qué calificativo nos cabe a los orientales?
No es bullying, señor presidente, es la verdad. Entiendo que la verdad le moleste, tal vez sea por eso que el vicepresidente bloquee a los uruguayos a los que se debe en Twitter. No obstante, los uruguayos seguimos esperando una explicación –y un reembolso, de ser posible–.
El entierro político de Raúl Sendic es quizás el único mérito real de Raúl Sendic. Y con la humildad de los grandes, el vicepresidente reniega de su única victoria.