A mediados de junio los uruguayos recibíamos la noticia de que el expresidente y actual senador José “Pepe” Mujica lamentaba la derogación de la ley de duelos en 1992. Sin embargo, durante sus épocas de terrorista, cuando la misma aún estaba vigente, jamás hizo uso de la mencionada ley.
El duelo, por el que no siento nostalgia ni es mi intención defender, estaba reservado para hombres de honor. Mujica, en su condición de bandido, robaba, secuestraba y asesinaba como lo que era: un vil desestabilizador de una democracia; no desde el decoro que socialmente se le adjudicaba al duelo, sino desde las sombras de la cobardía y el terror.
Es fácil añorar aquello a lo que es imposible volver: otorga seguridad y confort. Así, cualquiera.
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Las declaraciones que el exmandatario realizara en el programa “En la Mira” entrevistado por Gabriel Pereyra para la cadena VTV, fueron objeto de conmoción y repudio por una inmensa parte del público uruguayo. Aun así, hay mucho mensaje entre líneas que no se sometieron al debido escrutinio, muy particularmente teniendo en cuenta que para bien o para mal, José Mujica es uno de los referentes con mayor peso en la política uruguaya actual.
Lo primero que escupe el expresidente es que “hablar es facilísimo en este país”. ¿Qué intenta decirnos el senador a los uruguayos? ¿Que tal vez sea preferible guardar silencio a hacer afirmaciones que vayan en oposición a su conveniencia? ¿Debería “hablar” ser más difícil?
En el marco de la publicación del libro “Eleuterio Fernández Huidobro: sin remordimientos” escrito por la periodista (¡oficialista!) María Urruzola que aseverase, testimonios mediante, que el Movimiento de Participación Popular se financiaba con robos a bancos, las palabras del senador huelen a amenaza.
Si a este panorama agregamos la reacción del actual vicepresidente Raúl Sendic al publicarse el libro “Sendic: la carrera del hijo pródigo”, coescrito por Viviana Ruggiero y Patricia Madrid, podríamos fácilmente concluir que, para el Uruguay del Frente Amplio, la libertad de prensa no es un fenómeno deseable. A saber, Raúl Sendic amenazó con llevar a ambas periodistas a la Justicia.
¿Estamos de regreso a la política del “no te metas”, propia de las épocas más oscuras de nuestro país? ¿Ha Uruguay coqueteado tanto con Venezuela para empezar ya a parecérsele? ¿Cuánto nos falta para nuestro primer preso político?
En la susodicha entrevista, José Mujica prosigue: “no puedo agarrar una espada porque soy un viejo, pero por lo menos a los tiros capaz que anda”. Si bien como uruguaya sé que “los tiros” son una costumbre muy arraigada en el expresidente, no puedo evitar preguntarme a quién retaría hoy el senador a duelo, de tener el coraje. ¿A Urruzola? ¿A todos los periodistas?
Uruguayos, a no engañarnos: estas declaraciones son absolutamente peligrosas, más allá de que hace mucho tiempo que Mujica sólo habla para llamar la atención – o para distraerla, de hecho, su lamentación con respecto al duelo opacó su intento de defender los negocios de Aire Fresco con Venezuela.
“¡A mí me echan la culpa de todo!” exclama Mujica, como si no tuviese culpa alguna que cargar sobre sus hombros; victimizándose, como lo hace Sendic, como lo hace Bonomi, como lo hace la izquierda uruguaya en su conjunto; pues la irresponsabilidad le es intrínseca.
En cuanto a su apología del tiroteo, el senador sostiene que “hay cosas que se arreglan así. De otra manera, no se arreglan. No conversando”. Uruguayas y uruguayos (permítanme citar la redundancia eterna de Vázquez): ¿creen que alguien que afirma tales sinsentidos está a la altura de un Nobel de la Paz? Si la respuesta es positiva, estamos todos locos y nos merecemos un Mujica.
El exmandatario no hizo un chiste. Pereyra le preguntó en varias ocasiones si hablaba en serio, y hasta se burló de la intención del senador de “andar a los tiros”. Mujica se reivindicó con varios “¡pero claro!” y “¡por supuesto!”.
Solamente una verdad vuelve a salir a flote: Uruguay no es lo que dice ser, y Mujica (aunque no en exclusividad) sí tiene la culpa de ello. El llamado a las armas y la censura están a la vuelta de la esquina.