
El Frente Amplio está roto, quebrado, desmoralizado. Solo y gozando de poca credibilidad y respeto, busca cómo alimentar los discursos que llevaron a la coalición de izquierda al poder y pretende también, a mitad de su tercer período de gobierno, hacerse de una cuarta oportunidad.
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Pero el Frente sabe que tales objetivos son incumplibles hoy, que el votante promedio (incluyendo a muchos de sus simpatizantes de otrora) se ahoga en el desconcierto político sin nada a lo que aferrarse.
El Frente Amplio se tiene entonces a sí mismo con todo un aparato estatal que lo respalda y avala (que no es poco) y cuenta también con aquellos que confundieron política partidaria con identidad, seguidores de siempre que honestamente sostienen que ser frentista es una forma de vivir, ser y sentir.
Es esta premonición de derrota que lleva a la izquierda uruguaya, a través de la Fundación Líber Seregni, a organizar una conferencia que contará, entre otros, con Noam Chomsky y Bernie Sanders como expositores – vale aclarar que al día de hoy este último no está confirmado.
El Movimiento de Participación Popular (MPP, sector del expresidente José Mujica) intenta por su parte asegurarse la presencia de Pablo Iglesias y del también expresidente Luis Inácio Lula da Silva, de España y Brasil respectivamente, en el marco de su décimo congreso nacional.
Aunque más de un ingenuo pueda creer que estas visitas, de confirmarse, reflejarían una especie de logro loable, es imprescindible poder despegarnos de nuestra tendencia a la glorificación y desarrollar la capacidad de leer entre líneas.
“Mi evento, mis invitados”, es un eslogan que entiendo y hasta comparto. Me asusta, sin embargo, que el Frente Amplio, incluso atravesando una obvia debacle, se encierre en sí mismo. Ninguno de estos invitados en ninguno de estos eventos se irá por fuera del discurso que ya todos conocemos.
Hasta parece que lo veo: uno tras otro elogiando a José Mujica como “ejemplo de transparencia y humildad” y así hablarán y se acariciarán espaldas sin tener la menor idea de cómo fue su gobierno, de su triste legado, de lo que dejó – quizás con la excepción de Lula, que probablemente sepa más que todos los uruguayos.
Mi única esperanza resida tal vez en Noam Chomsky, con quien discrepo políticamente en casi todo, pero que abrió parcialmente los ojos y, aunque tarde, reconoció recientemente que “Venezuela es un desastre”.
En tanto docente de idiomas extranjeros, siento una admiración difícil de erradicar por Chomsky. Sus investigaciones en su rol de lingüista, como la naturaleza de la adquisición de idiomas y la relevancia innegable tanto del estímulo como de la exposición a la hora de entender y reproducir una lengua, son aportes fundamentales que nos ayudaron a comprender de mejor manera el proceso intelectual y biológico detrás del habla.
Ahora bien, la interpretación que Chomsky hace de la realidad no goza de la misma lucidez. Al igual que tantos otros, tergiversa hechos a conveniencia obviando (¿a sabiendas?) cualquier biblioteca que no sea la suya.
Por ejemplo, en su libro “Hegemonía o supervivencia” (Metropolitan Books, 2003) afirma que “la defensa de Angola por parte de Cuba fue una de las contribuciones más significativas en la liberación de África”.
La realidad es mucho más dura: según Médicos Sin Fronteras, la intervención militar cubana en Angola tuvo un costo de un millón de vidas, y todo con el objetivo de apoyar a una dictadura comunista.
Pareciera que Chomsky eso de las intervenciones le molesta sólo a veces. Desde un punto de vista estrictamente político, Noam Chomsky no se diferencia de Eduardo Galeano y sus modificaciones del mundo real.
A fines de abril aseveró, con cierta liviandad, que “el Partido Republicano es la organización más peligrosa en la historia mundial”. Evidentemente Chomsky no comparte planeta con ISIS o Boko Haram – y menciono sólo dos para ahorrarme párrafos de atrocidades que opacan, sin duda alguna, cualquier barrabasada que haya podido cometer el conservadurismo estadounidense.
Así y todo, reitero, es en Chomsky en quien radica mi esperanza de que se mencione a Venezuela, de que la represión, el hambre, la censura y la tortura producto del socialismo y el comunismo sean parte de una tertulia que se acercará más a un asado entre camaradas que a un intercambio de ideas – es difícil intercambiar algo si todo tenemos lo mismo, sentido común mediante.
Bernie Sanders, Lula y Pablo Iglesias son fanáticos repitiendo palabras que podríamos recitar sin mayor uso del intelecto y desertarán, sin embargo, distraídos de la corrupción que salpica a los últimos dos. Todos retroalimentándose, siendo funcionales los unos a los otros.
Es de estos personajes que el Frente Amplio se jacta. Y es así como elige encadenarse a sus viejos gurús, a sus colegas y dudosos socios. Queda claro por lo tanto que cualquiera sea la estrategia del conglomerado de izquierda hay algo que seguramente no figura en sus planes: cambiar de políticas que lejos están de funcionar.
“Si no cambiás vos, no cambia nada” decía Mujica. Nunca he estado más de acuerdo.