El pasado viernes 5 de mayo se supo que el Frente Amplio rechazó un homenaje al expresidente Jorge Batlle, quien falleció el 24 de octubre del año pasado. La propuesta (lanzada por el senador José Amorín) no pretendía grandes pompas ni mucho menos protocolares ceremonias que hubiesen costado grandes sumas de dinero con mejor destino.
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El homenaje fallido era bien simple: denominar la sala de pasajeros del aeropuerto internacional de Carrasco (el principal de Uruguay) “Jorge Batlle” puesto que el exmandatario contribuyó de manera decisiva a la renovación del mismo – hoy considerado uno de los diseños más modernos del mundo.
Este no es el primer desplante que la coalición de izquierda hace al difunto expresidente. El gobierno frenteamplista designó apenas un día de duelo oficial para el hombre que hiciera frente a la peor crisis económica que Uruguay ha enfrentado en décadas. La izquierda, que evidentemente ha estado en el poder por ya demasiado tiempo, había decretado tres días de duelo oficial cuando falleció el expresidente argentino Néstor Kirchner, y otros tres para su camarada Hugo Chávez.
Lo que a simple vista es un detalle, o pudiera pasar quizás para el ojo desprevenido como una simple rivalidad político-partidaria, es en realidad un hecho mucho más grave de lo que parece, mucho más merecedor de atención.
Lo que el Frente Amplio intenta hacer sin disimulo alguno es enterrar en el olvido cualquier rastro de liberalismo del que Uruguay se haya podido jactar, y vaya si Batlle representaba al liberalismo.
Lo representaba, lo defendía, lo promovía, y, sobre todo, lo honraba.
Vázquez, Mujica y el conglomerado que les sigue detrás buscan implantar, de la manera más patotera y arrogante posible, la mentira de que el Frente Amplio construyó a Uruguay.
La izquierda uruguaya (como todas, basta mirar al otro lado del Río de la Plata o al tan sufrido Caribe) quiere imponer la idea de que antes de llegar al poder, Uruguay era tierra de viciosos y corruptos políticos que no hicieron más que robar o entregar la patria a acaudalados capitalistas extranjeros o a los militares.
El Frente Amplio destina inagotables fuerzas para que los uruguayos creamos que antes del 2005 los trabajadores no tenían derechos, que los ciudadanos de más bajos recursos no tenían acceso a la vivienda o a los cuidados médicos correspondientes; que los niños morían de inanición, que la causa tupamara era justa, que los guerrilleros eran héroes que resistían la dictadura.
Todas mentiras, todas calumnias, pero hay que reconocer que han sido exitoso e su empresa.
Borrar el pasado es una práctica repetida de gobiernos autoritarios. L’Etat, c’est moi dice el Frente Amplio, mientras destina recursos a la propaganda más vil y al lavado de cerebros. El libro escolar que idealiza al comunismo tomando como modelo a Los Pitufos es ya una simple anécdota.
La verdadera lucha no es izquierda contra derecha, como cree y quiere el Frente Amplio y sus paralelos en el mundo, sino autoritarismo contra libertad. Es el autoritarismo (que comienza siempre como un populismo más: seduciendo con promesas incumplibles) el enemigo que hoy, los amantes y defensores de la libertad, debemos combatir.
Es propio de autoritarios llegar al poder y erradicar el concepto opuesto, el que pueda amenazar su permanencia en la cima.
La negativa ante la propuesta de brindar a Jorge Batlle un más que merecido homenaje demuestra que el Frente Amplio ya está en esas instancias autoritarias, aunque más de uno prefiera no verlo así.
El rechazo es también prueba de que la izquierda uruguaya no está abierta al diálogo, ni a la participación, ni a la inclusión ciudadana ni a la tolerancia que juran es propiedad exclusiva de ellos.
Pasaré por alarmista, pero hay señales (y muchas) de que a la izquierda moderada que “reina” Uruguay hace doce años no le cabe tal adjetivo, y que, de tener el Frente Amplio los recursos, estaríamos en una situación muy similar a la de Venezuela.
Uruguay no se creó en el 2005, por mucho que el partido de “gobierno” así lo predique. Fuimos la Suiza de América, fuimos líderes, fuimos innovación, fuimos modelo – y lo fuimos gracias a grandes liberales, entre ellos, Jorge Batlle.