El pasado domingo, en Francia, sucedió lo impensable, lo que ya habíamos olvidado que podía acontecer: los resultados de la primera vuelta en la carrera al Eliseo y las encuestas previas fueron, por fin, coherentes.
Fue así que se supo que Emmanuel Macron y Marine Le Pen pasarían a una segunda y definitiva instancia con el 24,01 % y el 21,30 % de los votos respectivamente.
Muchos son los análisis de cara al domingo 7 de mayo, y son todos merecedores de especial atención, no sólo por el futuro de Francia y de la Unión Europea, sino porque además este resultado reafirma el hartazgo hacia un sistema político obsoleto que ha demostrado no estar a la altura de las necesidades, exigencias y (¿por qué no?) deseos de la gente.
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Mauricio Macri, Donald Trump y Emmanuel Macron tienen algo importantísimo en común, y nada tiene que ver con el éxito que los tres han tenido en sus respectivas actividades privadas. De más está decir que este factor esencial que los une no es tampoco su visión del mundo, su ideología (en caso de poseerlas) o modelo.
Es algo mucho más simple, y de tan simple que es cuesta verlo: son los tres recién llegados a la política, fluctúan entre lo que quieren hacer, lo que prometieron que harían y las improvisaciones a las que se ven obligados.
Independientemente de cuánta simpatía (o no) despierte cualquiera de estos tres líderes, su ascenso es un fiel reflejo de un patrón político fallido, gastado, de otrora. La idea del estadista de cuna, del caudillo, del héroe patriota cansó, y no sólo en el discurso, sino en la ausencia de resultados.
Macri, Trump y Macron no son un ideal, son una reacción. Estamos presenciando, sin dudas, la muerte de las ideologías.
Más de uno se apresurará a tildarme de fatalista y nada es más lejano a la realidad: la muerte de la ideología es un suceso positivo, festejable. La ideología, en algún momento de nuestra historia que situaré en el período de entreguerras (1919 – 1939), se convirtió en pasión y no en cualquier pasión, sino una por la que vale la pena morir, una que bien justifica matar, una que obnubila la razón y que, para colmo de males, es heredable. ¿Acaso no conoce a usted personas que han votado siempre a tal o cual o partido, básicamente porque así lo ha hecho siempre su familia?
La ideología y la capacidad crítica han probado no ser capaces de coexistir en un mismo cerebro. Basta ver a los inmorales de siempre justificando la represión de Nicolás Maduro en Venezuela, o, en el mejor de los casos, evitando el tema por completo.
Todo aquello que distraiga a la razón merece, al menos, ser cuestionado. La ideología (derivada en pasión, derivada en fanatismo) es una de estas distracciones.
En Estados Unidos, republicanos y demócratas fracasaron por igual, no crea el lector que porque los primeros sean hoy mayoría en ambas cámaras, se sienten triunfantes. En su interna, el Partido Republicano contó con senadores y gobernadores, y el vencedor fue un agente de bienes raíces. La contraparte demócrata, por su parte, no pudo con el presentador de “The Apprentice”. Para ambos partidos, esto fue un terremoto político, u suicidio electoral.
Algo parecido había sucedido meses antes en Argentina. El peronismo y sus 50 sombras terminaba por un hundir a un país tan rico que podría alimentar a un tercio del planeta. Aún así, en muchos puntos del país al día de hoy no llega agua potable. Son años de robo, corrupción, manipulación, mentiras y muertes que pasaron finalmente factura.
En Francia no fue diferente. Republicanos y socialistas se las han ingeniado para crear un castillo de naipes que ellos supieron siempre insostenible, y las reacciones tardaron en llegar – pero llegaron, siempre llegan: los franceses eligieron los candidatos “de afuera”, Macron, Le Pen y en cuarto lugar, el comunista Jean-Luc Mélenchon.
¿Puede Marine Le Pen ser presidenta de Francia? Es muy difícil. Claro está que todo puede pasar de aquí al 7 de mayo y todo influirá en la decisión de los galos, pero lo cierto es que Le Pen arañó su lugar en segunda vuelta, consiguiéndolo por poco más de un punto – François Fillon obtuvo un 20,01 % de los votos. No ha conseguido conquistar a todos los euroescépticos debido a su calamitoso plan económico (proteccionista y muy poco amigo de las libertades) y ni siquiera quienes rechazan la popularmente llamada “islamización de Europa” han sido seducidos por el regreso al franco y el continuismo en impuestos percibidos como “innecesarios” – para Le Pen es fundamental reforzar la guerra contra las drogas, por ejemplo.
Ambos, Le Pen y Macron, cuentan con seguidores fieles, pero deberán demostrar que pueden elegir un primer ministro y un gabinete que le sean funcionales a sus respectivas causas y que, por sobre todas las cosas, no sean nombres extraídos de filas socialistas y/o republicanas. Su desafío recién comienza: su obligación ahora es probar que son diferentes, que son lo nuevo, que son “otra forma de hacer política”.
Ante tal incertidumbre, sólo tenemos una certeza: la derecha y la izquierda comienzan a morir. Es un proceso lento y a fuerza de prueba y error, pero los discursos binarios de otrora ya marchitaron.
Sólo eso es motivo de alegría.