“Femicidio”* es un neologismo que refiere al asesinato de mujeres por razones de género, es decir, por el mero hecho de ser mujeres. Los números de homicidios de mujeres están cuidadosamente registrados en la mayor parte de Occidente, y en la última década se ha sugerido, en distintos países, que sea considerado crimen muy particularmente agravado.
En otras palabras, asesinar a una mujer será – de aprobarse tales propuestas o proyectos de ley – más penado que asesinar a un hombre.
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Muy similar es la figura “violencia de género”, que contempla toda forma de violencia (física, emocional, económica) hacia la mujer en tanto es mujer.
Ambos conceptos hacen caso omiso de una realidad latente: ¿y si el agresor fuera agresora?
Increíble como parezca, ambas figuras sólo amparan la posibilidad de un hombre violento, dejando por fuera los miles de casos de violencia en parejas lesbianas, violaciones y asesinato.
En un estudio realizado por la Clinical Psychology Review en 1999 sobre violencia física homosexual, se detectaron manifestaciones de violencia en un 48% de parejas lesbianas – diez puntos por encima de las parejas gay masculinas.
Según Rebecca Twinley, experta en el tema y activista de la causa, llevó a cabo un experimento a través del cual pretendía tener estadísticas reales sobre una realidad de la cual casi nadie habla. De sus 159 entrevistados, 59 habían experimentado algún nivel de agresión sexual por parte de otra mujer. Asimismo, casi la mitad de los encuestados (42,4%) sabía de casos en los que una mujer había agredido sexualmente a otra mujer.
Yvonne Traynor, directora de Rape Crisis (Crisis de Violación) afirmó que en Inglaterra, “alrededor del 10% de las denuncias tienen por agresora a una mujer”.
Por otra parte, el National Health Institute concluyó, en un informe realizado en el año 2000, que “los convivientes del mismo sexo registraron una violencia mayor que aquellos del sexo opuesto”. Los resultados fueron casi idénticos a aquellos de la Clinical Psychology Review: casi el 40% de las lesbianas declaró haber sido agredida físicamente (incluyendo violación). En las parejas gay masculinas el porcentaje es de 15,4%.
Los números son alarmantes, pero también elocuentes. En las corrientes feministas actuales – y procuro hacer siempre hincapié en el adjetivo “actuales”- se suele desparramar, sin el menor sentido de la responsabilidad, que el hombre (el macho, el cerdo) es naturalmente violento, y la búsqueda de la dominación es una característica intrínsecamente masculina.
Según estos movimientos hoy tan en boga, la mujer es dadora de amor, vida, calidez y comprensión – lo que es, irónicamente, una visión muy clásica y reducida de la mujer.
Distintos estudios demuestran que las mujeres son violentas por las mismas razones que sus contrapartes masculinas: búsqueda de poder y deseo de dominación. Las señales también son las mismas: celos excesivos, control en las salidas, gastos, amistades, etc.
Pensar en “violencia de género” o “violencia doméstica” como una agresión que tiene como victimario a un hombre y víctima a una mujer también puede ser perjudicial para hombres gay. Tal es el caso de Curt Rogers, a pesar de haber sido encerrado en un apartamento por su ex novio y amenazado de muerte tanto con un cuchillo como con un revólver, creía que no había crimen alguno en tan estremecedor suceso. Años más tarde declararía para la BBC que no lo consideró violencia doméstica porque “uno ve esas imágenes por ahí y cree (que la violencia doméstica) que es algo que sólo una mujer heterosexual puede experimentar”.
La sociedad en la que vivimos es desgarradoramente violenta. Basta leer comentarios en redes sociales sobre lo que parecería ser un desacuerdo menor para corroborarlo. La violencia es humana (animal en general) y no propia de un género único.
El mensaje que propague lo opuesto miente, tergiversa y oculta. Y con tales acciones, tal mensaje no caería muy lejos de la más burda de las propagandas políticas.
*Vale aclarar que, como el término aún no es aceptado por la Real Academia Española, “feminicidio” es también usado al referirnos a idéntica acción.