A simple vista, las manifestaciones por la inseguridad en Uruguay, el sorpresivo triunfo del NO en Colombia y el asalto a punta de pistola en París a Kim Kardashian no parecieran estar relacionados en absoluto. ¿Cómo podrían conectarse tres hechos de naturaleza aparentemente distinta en tres partes diferentes del globo? Se asemejan, pues, en lo más triste: las reacciones que generan.
El asesinato de Heriberto Prati fue uno de los tantos hechos violentos que ocurrieron en Uruguay la semana pasada. Pero éste en particular tuvo lugar en Carrasco, que es, de los no privados, posiblemente el barrio más acomodado de Montevideo. Los vecinos, en todo su derecho, se manifestaron y se les unieron también otros barrios.
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Por las redes sociales, las reacciones fueron escalofriantes. Hubo quienes se rieron, hubo quienes se burlaron de la proclama, hubo quienes festejaron. Lo gracioso, según un buen puñado de uruguayos, era que por fin los chetos (como se les dice despectivamente a las personas de clase media-alta y alta en Uruguay y Argentina) descubrían la inseguridad. Se rieron de sus consignas, de su forma de manifestarse (caceroleo).
El domingo 2 de octubre los colombianos sorprendían al mundo diciendo un fuerte y claro “No” al acuerdo que propusiera el presidente Juan Manuel Santos con el grupo guerrillero FARC, el tercero más rico del mundo según Forbes, que por más de medio siglo no ha hecho más que llevar miseria y muerte a Colombia. Poco después de conocerse el resultado, y bajo el hashtag #ColombiaDecide los comentarios de algunos de los partidarios del “Sí” daban otra razón para creer que el “No” fue en efecto la mejor opción: este grupo de personas desconocen en absoluto el significado de la paz. “Ojalá les maten a un hijo a todos los que votaron NO” y “Los que venden armas fueron todos a votar por el NO” son los ejemplos más amigables de lo que se pudo leer en las redes sociales.
Mientras tanto, en Europa, y en ocasión del Paris Fashion Week la celebridad de reality show Kim Kardashian se encontraba en su apartamento de un exclusivo hotel parisino cuando dos ladrones irrumpieron en su domicilio, la ataron, y le robaron casi 9 millones de euros en joyas.
Como es de esperar, el público entró en alarmante regocijo. “Eso le pasa por tener plata” o “Y, si tienes joyas, ¿qué te esperas?”.
Los comentaristas de Facebook y Twitter no son extraterrestres con rebuscado grado de morbo. Son personas que cruzamos en la calle todos los días. Nos sentamos a su lado en el transporte público. Compartimos oficina o gimnasio con ellas. Sin embargo, hablamos de personas que no han entendido nada.
No han entendido, en el caso de Uruguay, que Eduardo Bonomi es, sin duda alguna, el ministro más incompetente en la historia de la nación oriental. Un exterrorista que una y otra vez culpa a la víctima y defiende al victimario.
No han entendido, en el caso de Colombia, que los colombianos en su totalidad quieren la paz, pero también quieren justicia. Que nada hay de positivo en un acuerdo que no sólo no condena a terroristas, sino que los premia. Un acuerdo que tiene como garantes a los Castro y a Maduro.
No han entendido, en el caso de Kardashian, que tiene la libertad de poseer cuantas joyas le plazca y hacer cuanto se le antoje con ellas. Que es un ser humano como cualquier otro que, mientras era atada, rompió en llanto y rogó “no me maten, tengo hijos”.
Y esta falta de comprensión no es inherente al ser humano, nos ha sido impuesta. Porque sí, puede que la envidia esté adherida a nuestro ADN, pero no la falta de empatía. Esta manía de deshumanizar al que piensa diferente, al que tiene algo que yo no, es producto de los distintos populismos que venimos sobreviviendo por más de un siglo.
Si la vida del pobre vale tanto como la del rico ¿por qué la vida del rico no vale tanto como la del pobre? ¿Por qué está bien lamentar la muerte del “pibe de barrio” y no la de un próspero empresario? ¿Por qué el asalto a la señora que sale del supermercado es 1.000 veces más violento que el asalto a la Kardashian? ¿Cómo es que la postura progresista y mainstream detrás del término “paz” que Santos ensució convierte automáticamente en “uribistas” y vendedores de armas” a quienes, en su libertad, no creyeron en el acuerdo?
La deshumanización y demonización del otro es la táctica populista más exitosa. Para el populismo progresista, el “defensor de los de abajo” que siembra odios y resentimientos, el “divide y reinarás” es pan de todos los días. Alimentar el odio es alimentar una emoción, y una emoción gorda tiene la razón y la lógica obnubiladas.
Mientras esa víctima, fatal o no, tenga etiquetas según su procedencia, el problema real seguirá siendo problema – y más grande.
Mientras la opinión del otro lo convierta en enemigo, no habrá paz, ni justicia, ni acuerdo.