Cuando el presidente de Filipinas Rodrigo Duterte manifestó la semana pasada en conferencia de prensa querer asesinar a tres millones de drogadictos (y, subestimando las horrendas cifras reales del Holocausto, se comparó con Adolf Hitler) el mundo entero entró en estupor y controversia.
- Lea más: Enseñanzas para Cuba de un sobreviviente del Holocausto
- Lea más: Muere Elie Wiesel, el premio Nobel de la Paz que sobrevivió al Holocausto
El mandatario no es nuevo en el mar de los escándalos ni de las amenazas de muerte. Duterte, que asumió como Jefe de Estado, Jefe de Gobierno, Jefe del Poder Ejecutivo y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas el pasado 30 de junio, afirmó en el cierre de su campaña que no tiene paciencia ni término medio. “O me matan a mí o los mato a todos, idiotas”, añadió.
Incluso antes de llegar a la presidencia Duterte ya se había inaugurado en la polémica como alcalde.
Cuando la misionera australiana Jacqueline Hamill fuera violada en situación de rehén en 1989, el actual presidente lamentó los hechos diciendo “cuando vi su rostro, pensé: ‘Mierda. Qué lástima’. La violaron, puestos en fila. Fue terrible que la violaran. Era tan hermosa… ¡El alcalde debió ser el primero!”
Duterte ve en las drogas, al igual que muchísimos – demasiados – líderes de Occidente, un enemigo a combatir con urgencia y sin medir las consecuencias. El tema lo ha obsesionado y fue el caballo de batalla de su campaña: ganar la guerra contra las drogas.
Es justamente en este punto que, controversia aparte, Duterte es exactamente igual que los mandatarios más respetados y admirados del mundo, y comete, también con exactitud, los mismos errores.
Ninguna guerra es buena o deseable, y si hay una que ha sido, en cualquier parte del mundo, particularmente destructiva, es la guerra contra el narcotráfico, declarada en 1971 por el expresidente de Estados Unidos Richard Nixon.
En los últimos 45 años, no ha habido mayor muestra de ineficacia y fracaso que en esta empresa inerte, que ha costado millones de dólares y millones de vidas.
Según CTC (Count The Costs) se han gastado entre 70 y 100.000 millones de dólares por año a nivel mundial para reforzar leyes antinarcotráfico. Según la misma organización, 1000 personas por año son ejecutadas por crímenes relacionados con drogas, de las cuales son, en su mayoría, consumidores – no dealers ni productores.
Vale aclarar en este punto que en países como Iraq y Arabia Saudita el mero consumo es castigado con la máxima pena.
La organización Vision of Humanity estima que más de 32,000 personas fueron asesinadas en manos del terrorismo en 2015. De este guarismo, Boko Haram e ISIS son responsables del 51 %. Por otro lado, y en pos de la perspectiva, sólo en México las víctimas de la guerra contra las drogas en el período 2006 – 2012, ascienden a 120,000.
En Colombia, la cifra es de 450,000 muertes desde 1990 y ha obligado a más de 2 millones de personas (los números oscilan entre 2.5 millones y 4 millones según la fuente) a abandonar sus hogares en busca de seguridad.
En un ataque de optimismo, más de uno querría pensar que un costo, tanto económico como humano, tan elevado, ha tenido resultados positivos. Más de uno querría pensar también que es el medio para un fin justo. Pues no, al punto que la UNODC (United Nations Office on Drugs and Crime) ha reconocido que el consumo de drogas no sólo no ha bajado, sino que ha aumentado a nivel mundial desde 2008, particularmente en el sureste asiático.
Mucho más cerca, en Estados Unidos, más de un millón y medio de personas han sido arrestadas por crímenes no violentos, con un costo a la población de 10 mil millones de dólares por año, según un extenso informe de la Universidad de Stanford.
Es imperioso tener en cuenta que al tratarse de una guerra marginal, los números sean incluso más escalofriantes. En México, por ejemplo, la mayoría de los homicidios no se reportan, pero se estima que el 90 % están ligados al narcotráfico.
- Lea más: México: 200 niños del pueblo del Chapo abandonan la escuela por la narcoviolencia
La guerra contra las drogas está perdida, quizás lo estuvo desde sus inicios. Ha estigmatizado, discriminado y criminalizado a millones de seres humanos, algo que ni a Duterte ni al resto de los líderes mundiales pareciera importarle. La guerra contra las drogas tiene ya más víctimas que el nacional-socialismo, en vano es querer competir.
El Estado – los estados, en este caso – no ha hecho más que financiar la muerte y la destrucción. Cuando de drogas se trata, los estados occidentales y asiáticos han sumado sobre sí mismos más víctimas que Escobar, que Hitler y que cualquier pretensión que Rodrigo Duterte pueda tener.