
Según Reporters Without Borders, en solo 16 países del mundo la situación de la libertad de prensa puede ser calificada como “buena”. Para la organización, Jordania ocupa el lugar 135 en el índice mundial. El ente, además, agrega: “la prensa jordana observa cuidadosamente líneas establecidas por las autoridades. Los periodistas están sometidos a un estrecho control de los servicios de inteligencia y están obligados a unirse a la Asociación de Prensa Jordana, controlada por el Estado”.
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Quizás es por esto que nadie se rasgue las vestiduras ante el asesinato de Nahed Hattar, escritor y caricaturista del mencionado país, que fuera asesinado este domingo 25 de setiembre al abandonar un tribunal en el que era juzgado por difundir una caricatura ofensiva para el Islam.
Occidente tiende a mirar a Medio Oriente y a Oriente con cierta condescendencia. “Cosas que pasan en esos lados”, pareciera decir, con estremecedora indiferencia y frialdad. Occidente está convencido de que algunos males jamás tocarán su muro de libertad y estado de derecho hasta que un triste día de enero, en París, caricaturistas franceses sean salvajemente abatidos por idénticos motivos y los perpetuadores sean, en esencia, también los mismos. Para Occidente, nunca pasa nada, hasta que le pasa a sí mismo.
Casi dos años separan a la masacre de Charlie Hebdo del asesinato de Hattar. Dos años en los que la libertad de prensa se replanteó a sí misma al punto de llegar a una preocupante corrección política y a la peor de las censuras: la autoimpuesta.
El asesinato de Hattar es un hecho gravísimo, y una supuesta distancia cultural (que en el siglo XXI es inexistente) no es atenuante alguno, o no debería serlo. Su delito había sido compartir una caricatura “ofensiva” en su página de Facebook, atrocidad que lo llevaría a declarar en la corte.
Tres balas alcanzaron para ponerle fin a la vida del activista político de 56 años. Según un testigo, el homicida usaba “una larga túnica gris y barba larga, característica de musulmanes conservadores”. El matador fue atrapado por la propia familia de Hattar que lo acompañaba a su juicio, y fue luego entregado a la policía que no ha publicado su nombre.
Nahed Hattar no sólo tenía el descaro de hacer caricaturas que no eran del agrado de todos, sino que además era cristiano. Hattar, que (posiblemente) no era el autor de esta caricatura en particular*, la había eliminado de la red social y aclarado también que describía muy bien como ISIS ve a dios, pero que no ofendía a dios de ninguna manera. Las explicaciones no alcanzaron para salvar su vida. Algunos musulmanes, incluido el mismísimo gobierno jordano, se sintieron, de todos modos, ofendidos por la dichosa caricatura, pues representaba a dios, algo que al Islam radical no pareciera gustarle.
La familia de Hattar acusa al gobierno de no proteger al caricaturista, que había sido previamente amenazado por fanáticos en las redes sociales, y que había sido asimismo arrestado anteriormente por insultar al monarca jordano Abdullah II.
El hashtag #JeSuisNahed no ha florecido en Twitter. Respetadísimos periodistas a nivel mundial siguen esperando tal boom. Pero Jordania está lejos, y es un país en el que la persecución política y religiosa es pan de todos los días, no hay de qué preocuparse, no somos “nosotros”; son “ellos”, con los problemas de “ellos” y los enemigos de “ellos”.
Pero ese enemigo ajeno se convertirá en propio una mañana de verano en Normandía, cuando un cura sea decapitado frente a sus fieles en pleno servicio. Y cuando el Primer Ministro francés diga que Francia frustra ataques en su territorio todos los días, esperemos que nadie se sorprenda.
Esperemos también que todos reconozcamos a la libertad de prensa como un bastión fundamental del mundo en el que vivimos, un mundo que se ha empequeñecido demasiado como para seguir creyendo en la existencia de “nosotros” y “ellos”.