Durante su toma de posición el 1 de marzo de 2010, el ahora expresidente José Mujica, aseguró que el énfasis de su gobierno sería: “educación, educación, educación”. Recibió, como acostumbraba entonces, el aplauso de un público desbordado de emociones.
Repetir sustantivos, sin embargo, no es suficiente a la hora de materializar intenciones. Uruguay, que alguna vez se jactó de un sistema educativo modelo, enfrenta hoy su peor crisis educativa. Las cifras son innegables: más deserción estudiantil, mayor repetición, peores resultados.
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El Frente Amplio (coalición de izquierda en Uruguay), o no ve la situación, o no la asume, o – no quisiera pensarlo – simplemente no le importa. Lo cierto es que no ha dado respuestas claras, cuando cruzamos su tercer período de gobierno, sobre la crisis educativa en el país.
El gobierno debe responder no sólo por ser gobierno, sino, por el dato no menor de que antes de que el Frente Amplio llegase al poder, y con la única excepción del período de crisis del 2001, la educación en Uruguay era de clara mejor calidad.
Las últimas pruebas PISA evidenciaron la fragilidad educativa de Uruguay. El dirigente de izquierda uruguayo – diputado o ministro – consuela al público afirmando que seguimos siendo líderes, junto con Chile, en la región (1). O, como tantas veces se ha dado, simplemente minimiza a la OECD (promotores de PISA), desestima a la institución. Una oposición desgastada intenta sin suerte entrar en un diálogo con una pared de acero: para la izquierda uruguaya la mea culpa no es una posibilidad.
Pero no solamente la calidad educativa es pésima: la cantidad de alumnos que no aprueban el ciclo básico secundario trasciende lo alarmante. La lectura obvia es que la educación ha llegado a un punto tan bajo, que casi un 40% de alumnos no son capaces de aprobar un nivel educativo retrasadísimo.
La OECD no está sola a la hora de arrojar malos resultados. Al Instituto Nacional de Evaluación Educativa (Ineed) le es imposible mirar con buenos ojos la realidad uruguaya. Su último informe no es para nada alentador: solamente el 48,6% de los jóvenes entre 15 y 17 años comienzan y culminan la educación media básica. Y en caso de la educación media superior, los números son escalofriantes: sólo el 28% de los jóvenes entre 18 y 20 años cursó el liceo en su totalidad.
Vázquez, con el autoritarismo que lo caracteriza, pide que nadie “se escude en la educación” para “pegarle al gobierno”. Quizás no esté, como aparenta en tantas ocasiones, estar tan despegado de la realidad uruguaya. Es posible que sí sepa que la educación en Uruguay está en un centro de cuidados intensivos. Pero la educación, en el gobierno de Vázquez, es uno de los tantos baches a arreglar, otro agujero más que no pareciera, por el momento, ser prioridad.
Quizás a la izquierda le convenga esta calamidad educativa. Quizás la ignorancia generalizada sea para la izquierda uruguaya una apuesta al futuro, a su propio futuro. Quizás sean los niños y adolescentes desertores hoy, sus votantes del mañana.