Luis Almagro quiere ser, de a momentos, la única voz de la cordura en la izquierda uruguaya – o de la izquierda en general. Fue, de 2010 a 2015, Ministro de Relaciones Exteriores del expresidente José Mujica y es, desde el 26 de mayo de 2015, Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA).
Es cierto que Mujica hizo cuanto pudo para impulsar a Almagro a tal cargo. Es por esto que quizás el exmandatario se sienta de alguna manera traicionado: mientras él no condena, a excepción de frases descabelladas, el horror que vive Venezuela, Almagro arremete, siempre desde el marco legal, contra la dictadura de Nicolás Maduro.
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El dictador venezolano responde con la arrogancia propia de los tiranos que juran ser invencibles. Las acusaciones de “responder al imperio” vienen en primera plana, y luego, con la educación y buenas formas que lo caracterizan, aconseja al Secretario General de la OEA a “meterse su carta democrática donde le quepa”.
Pero a pesar de que Uruguay fue capaz de producir, en su desgastada e indiferente izquierda, a un mesurado Luis Almagro, el país no logra divorciarse ideológicamente del gobierno venezolano. De hecho, las acciones parecieran ser las opuestas: Uruguay apaña, protege y valida a un gobierno que ni un ciego podría justificar.
Estos eventos fueron tristemente visibles durante el escándalo de traspaso de la presidencia del Mercosur, que se extiende al día de hoy. Ahí estaba Uruguay, solo, empequeñecido – ¡cómplice! – insistiendo en que no había razón alguna para que Venezuela no ejerciese la presidencia del bloque. Uruguay no veía mayores problemas en que un gobierno totalitario que encierra a opositores y los tortura, que reprime a sus ciudadanos famélicos represente al ente y lo lidere. Para Uruguay, de alguna manera, eso está bien.
Afortunadamente, tenemos en el Conosur una voz de lucidez, Paraguay. Argentina y Brasil, que tienen claramente decencia y sentido común, se han unido a Paraguay en su postura de no cederle la presidencia a Venezuela, pero nadie ha sido tan vehemente como la nación guaraní.
Pero el gobierno de izquierda uruguayo ha demostrado en más de una ocasión tener la flexibilidad de un cubo de acero. Prefiere la soledad más absoluta, el aislamiento del bloque. El miércoles 24 de agosto Venezuela convocó a una reunión ignorada por todos los miembros del Mercosur, excepto por – no hay sorpresas – Uruguay.
Tabaré Vázquez siempre ha parecido ser de un talante más calmo que su predecesor, José Mujica. Tanto política como humanamente, Vázquez se planta con un espíritu más negociador y prudente. Pero en los hechos, como tantas veces sucede en Uruguay, esta postura es una mentira. Hoy en día, lo cierto es que quien no condene al gobierno de Maduro, no sólo lo avala, sino que también es su cómplice. Quien no grite contra el totalitarismo, encierra a los tantos Leopoldo López que hay en Venezuela. En un contexto de delicadeza extrema, quien mire para el costado, aprieta el gatillo contra civiles inocentes. Y todo esto lo hace Uruguay, de la mano de Vázquez y con el visto bueno de Mujica, sin remordimientos de ningún tipo.
Almagro, quizás más ingenuo, insiste en que una izquierda que respete los derechos humanos y la democracia es posible. Pero en América latina, los distintos matices de sus izquierdas siempre se terminan abrazando y mezclando. Los moderados terminan comiendo siempre en y de la mesa que los radicales. Han bailado todos juntos: los Castro, los Mujica, los Rousseff, los Fernández de Kirchner, los Morales. Uruguay, el país de la izquierda “liviana”, protege a Maduro. No es fácil tener el optimismo de Almagro.
En su carta abierta a Leopoldo López, el Secretario de la OEA afirma, muy pertinentemente, que no existe en Venezuela “ni democracia ni estado de derecho”. En el partido político que lo impulsó, nadie se ha enterado.
De hecho, nadie en el Frente Amplio pareciese saber lo bajo que ha caído Uruguay al no condenar a viva voz la penuria venezolana. Es cierto que la mayoría de sus representantes no dice nada pero ¿no es justamente eso lo terrible? ¿La vista gorda? ¿La indiferencia total hacia la ausencia de derechos humanos que jura a pies juntillas defender? Uruguay está mal, muy mal.
Mientras tanto, el artífice y mayor representante de la pantomima Uruguaya, José Mujica, firma un contrato con la Deutsche Welle, desde donde emitirá un programa de frecuencia quincenal. Tal como escribiese en este medio hace ya más de un año, Mujica sigue siendo la gran bestia pop de la izquierda. Y sigue vendiendo. Y le siguen gustando – evidentemente – la atención y los aplausos.
El mismo Mujica que se abrazó con Chávez y se abraza con Maduro. El mismo Mujica que calla y se llena la boca hablando de derechos y libertades que defiende, a conveniencia, sólo a la hora de hablar de los años más oscuros de la historia uruguaya.
Ya no hay moderados ni radicales: en la izquierda latinoamericana, todo ha resultado ser lo mismo, y la actitud uruguaya es la prueba más sólida de que al socialismo y similares, poco le importa la libertad.
Vázquez no es, aunque así se presente, menos asesino que Maduro. Hoy, Uruguay mata.