¿Puede la amenaza chavista llegar a Europa? Pues eso lo decidirá el pueblo español el próximo domingo 26 de junio, menuda es la responsabilidad que cae sobre los electores del país europeo.
¿Es desmedido hablar de una “amenaza chavista”? No, ¡y claro que no! Basta con ver la situación actual de Venezuela y saber de la estrecha relación entre Pablo Iglesias (líder de Podemos) y el difunto Hugo Chávez, para entender que no es exagerado afirmar que el chavismo más puro y duro podría pronto desembarcar en Europa, contagiando así al viejo continente de las enfermedades que más han dañado a América Latina: el socialismo y el populismo.
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¿Cómo se explica la popularidad de un partido político que, a través de su máximo dirigente, repite discursos obsoletos en el continente latinoamericano, pobres y faltos de ideas? No es descabellado pensar que son el PP y el PSOE (unos liberales, cuando se los compara con Podemos) los culpables más directos del crecimiento –y quizás existencia– de Podemos.
Después de la crisis de 2008, los españoles quedaron no sólo en el paro, sino también en la desesperanza. Y es así como funciona el populismo, se alimenta de la frustración y de la desesperación de los pueblos. Forman líderes carismáticos y en apariencia omnipotentes que prometen una solución mágica en un momento de debilidad intelectual: en el desasosiego no se razona, y cuando no se razona, ganan los populismos. Sobran los ejemplos en la historia.
Iglesias pareciera seguir a pie de letra las recetas de Mujica y Evo. Luce desaliñado, para que el ciudadano de a pie se identifique con él. Coherentemente, habla de forma descontracturada e informal: que sepan los españoles que les habla “uno del montón”. Pero en su esencia, Iglesias no representa al montón: representa al extremismo, a una ideología que causó, causa y causará hambre en el mundo; representa a quienes quieren agravar, de la forma más burda, la ya extendida grieta social.
Pablo Iglesias y su Podemos representa al odio, al resentimiento, al falaz y sin embargo popular “si yo no tengo nada, es porque el otro tiene mucho”. Iglesias no pareciera ser muy ducho en economía, y aun así promete salvar a España.
Iglesias, que se galardona a sí mismo como el más grande de los demócratas, como la voz del pueblo, renunció en su programa a siquiera plantear un referéndum por la Tercera República. Pablo Iglesias entonces, despojado de discursos y banderas, no estaría siendo en los hechos menos monarquista que Rajoy o el mismísimo Felipe VI.
Para ser justos, sí hay economistas que respaldan el plan político-económico de Podemos (se han encargado de mostrar una lista, por si acaso) pero poco sabio sería el pueblo español si creyese que esto en realidad significa algo. Para muestra, basta saber que Kicillof, exministro de Economía en Argentina y cómplice del desparpajo kirchnerista, también es economista.
Es decir, Podemos sabe que no sabe, y se apoya en la falacia de autoridad (si es que la hay en esta lista, ya que entre los formantes se encuentran keynesianos que juran que imprimir dinero es la solución a todos los males) para pretender que sabe. Eso es mentir descaradamente.
También es un acto de justicia admitir que, en efecto, Iglesias ha bajado el tono de su discurso durante el último año y medio. Se dio cuenta de que sus mentiras caerían de la forma más estrepitosa, no en las elecciones sino mucho antes, en los debates –o incluso antes, en el sentido común. Se deja ver manso y “maduro”, ya no grita como hace menos de tres años, “Viva Fidel” o “Viva Chávez”. Se esfuerza para no hacerlo, quiere conquistar al votante indeciso, al no radical. Se esfuerza, en esencia, para no ser quien es, para no evidenciar aquello en lo que realmente cree. Otra vez: un mentiroso.
Pero en el punto más doloroso de la crisis, Pablo Iglesias sí se mostraba como el chavista que es, diciendo incluso que habría que “controlar por lo menos uno de los informativos, por lo menos un programa al día”. El verdadero Pablo Iglesias afirmó públicamente que “los enemigos de Venezuela han tratado de fabricar argumentos académicos y mediáticos para decir que Venezuela no es democrática” y que “Hugo Chávez era la democracia de los de abajo”, como si en Venezuela no existiese ni haya existido, mientras Chávez vivía, represión, hambre, tortura y muerte.
Son estas ideas las que amenazan hoy a España, y queda sólo confiar en el buen criterio del pueblo español para escapar de ellas y enterrarlas en el único lugar donde pertenecen: el más oscuro de los pasados –que tristemente para venezolanos y cubanos, se trata de un desgarrador presente.
Citando a un amigo español, “podemos diferir en nuestras ideas, podemos algunos ser más liberales y otros menos, ¿pero votar por un chavista? Eso no, ¡no podemos!”