Basta con un accidente de tránsito, con un aviso que promueva un “cuerpo de playa’’ o con una escuela que no ofrezca frutas a sus alumnos para que se exija un “Estado más fuerte’’; para que se pida, casi a gritos, un ‘’Estado presente’’ que nos proteja de todo mal, proceda éste de otros, de objetos o de nosotros mismos. Eso es, claramente, el caso de América Latina.
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Este Estado ideal latinoamericano no sólo protege a sus ciudadanos como si fuesen párvulos rodeados por lobos, sino que también es un Estado dador: el Estado ideal latinoamericano da a cambio de absolutamente nada que no sea la más ciega lealtad al administrador de turno.
Este Estado otorga viviendas, da trabajo, da kits con ropa y pañales a recién nacidos. Poco importa al votante latinoamericano de dónde se obtiene el dinero para pagar los sueldos de tantos empleados públicos: ante la pregunta, la respuesta será la misma de siempre, la muletilla “que pague más quien más tiene”. De este modo, se sofoca con impuestos a la clase media, y “quien más tiene” se las encuentra luchando para llegar a fin de mes.
El votante latinoamericano no logra entender –realmente no puede hacerlo– que un Estado que “todo te lo da” también tiene el potencial poder de quitártelo todo; tus propiedades, tus libertades y tus derechos más básicos.
No es casualidad que justamente en este rico continente haya florecido el Socialismo como sólo aquí lo ha hecho; utilizando como semilla el “daré”, el “gratis”, el “para todos”. El paternalismo socialista latinoamericano utiliza a los pobres como un medio para llegar al poder, no como una problemática que exige inmediata solución.
Fueron esas las promesas de los Castro y de Chávez, y sin embargo, los índices de pobreza bajo sus respectivos Gobiernos no sólo no disminuyeron, sino que se multiplicaron hasta alcanzar dolorosos y humillantes niveles históricos de pobreza.
El referéndum
En medio de esta muy elogiada realidad paternalista, un medio uruguayo anunciaba, a principios de junio, que “Suiza podría hacer realidad el sueño de cobrar por no hacer nada’’, en referencia al referéndum realizado el pasado domingo 5 de junio que promovía una renta básica universal para la totalidad de sus habitantes.
Recuerdo haberme molestado muchísimo al punto de responderle, vía Twitter, al mencionado medio. “¿El sueño de quién?”, pregunté. Pues claramente, no de los suizos. Un aplastante 76, 9% de los votantes rechazó la propuesta.
El, afortunadamente, casi invisible Gobierno de Suiza, había echado por tierra la iniciativa, no sólo por su costo sino porque “minaría la cohesión de la sociedad”. En otras palabras, fomentaría la formación de la ya famosa “grieta”, término acuñado en Argentina para describir esta triste división político-social tan extendida en nuestro continente latinoamericano.
Suiza, o el respeto por el individuo y sus capacidades, evidentemente no hace la misma lectura de la relación Estado-individuo que sí realiza, de manera empedernida y catastrófica, América Latina.
Los ciudadanos suizos entendieron que la solución a la desigualdad y el desempleo no pasa por un Estado todopoderoso, sino por la competitividad y esfuerzo individual en un mercado abierto y, sobre todo las cosas, poco regulado –en comparación con el mercado latinoamericano.
Ingenuo sería creer que ese 76,9% victorioso pertenece a la élite suiza. Este 76,9% es heterogéneo desde donde se lo mire y es claramente racional.
Pero hay más. El referéndum del pasado domingo incluía asimismo un apartado que exoneraba a las empresas públicas de ser rentables. Esto también fue rechazado por los suizos.
¡El sólo imaginarlo en América latina es casi imposible! Las empresas públicas, entienden los ciudadanos de Suiza, deben ser rentables o de lo contrario cerrar, como cerraría cualquier panadería de esquina en caso de no generar ganancias.
El Estado no debe realizar salvatajes costosos que terminará pagando el pueblo, ese pueblo por el que el paternalismo socialista dice preocuparse.
El estatismo es el padre indiscutible de todos los males. Un Estado fuerte puede romper los huesos de sus ciudadanos. Suiza, o la victoria de la moral y el sentido común, así lo ha entendido. El país europeo es, una vez más, el modelo a seguir de los libres.
Pero América Latina no es Suiza. Nuestro continente es más rico y diverso; lo tiene todo. La diferencia está, claramente, en la lectura de la dignidad humana; en el fomento al esfuerzo, al trabajo y al merecimiento. La gran diferencia radica, por sobre todas las cosas, en el respeto al individuo, a sus capacidades y a sus libertades como tales.