
El pasado fin de semana, José Vielma Mora, el gobernador del estado fronterizo de Táchira, emitía una declaración que en cualquier otro país que no hubiera sido Venezuela se hubiese considerado escandalosa. Vielma (“histórico” del chavismo que participó en las asonadas contra la democracia en la década de los 90) decía a sus seguidores que su rival en las elecciones regionales 2017, la opositora Laidy Gómez, una joven de apenas 35 años que a fuerza de coraje se ha abierto camino en la política, no podía ser gobernadora de Táchira, porque “¿ustedes creen que el Gobierno, policías, PNB (Policía Nacional Bolivariana) van a seguir órdenes de una gobernadora opositora?”.
A confesión de parte, relevo de pruebas: Vielma no es el candidato de los tachirenses, sino del Ejército, las policías y la PNB. Más allá de la grosera manifestación de ventajismo que implica, la declaración es grave porque se hace eco de lo que Vielma (y en general, la camarilla que en mala hora asumió el poder en Venezuela como si fuera un ejército de ocupación), demuestra estar pensando frecuentemente, no solo en sus faux pas sino también a conciencia: Este país es de ellos, en tanto controlen las armas de la República.
Los demás, los que queremos una nación diferente, más sensata, más decente, no tenemos cabida, salvo que estemos firmes y a discreción.
Lamentablemente para Vielma, Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y todos los demás de la oligarquía, somos muchos más que ellos los que queremos una Venezuela distinta, sin tanto estertor patriotero, y sobre todo, sin emigración masiva, hiperinflación, muerte y colapso de los servicios públicos.
Y de esto trata esta nota: El riesgo de predecir los días que vienen es alto, pero se intentará hacer un análisis de escenarios de lo que puede suceder el 15 de octubre, fecha de las elecciones regionales en Venezuela, y los días subsiguientes.
La abstención está derrotada, la victoria será apabullante
Un amigo abstencionista me decía hace un mes que, aunque él pensaba que sería la ausencia de los electores lo que regiría los comicios de este domingo, no descartaba que finalmente la gente acudiera a las urnas, porque “a los venezolanos les gusta mucho votar”. Yo agregué, “afortunadamente”.
La posición abstencionista ha bajado desde entonces pero aún sigue teniendo un peso que puede significar la diferencia entre una victoria opositora brutalmente amplia, o relativamente apretada. Las últimas encuestas ya señalan que el nivel de participación en la elección de los 23 gobernadores que reemplazarán a los que ya tienen un año con su cargo vencido (por obra y gracia de ese otro brazo del ventajismo que es el Consejo Nacional Electoral) supera 65%, mayor al 60% de promedio histórico de participación que tienen las elecciones regionales en Venezuela.
Si para el domingo la participación se acerca a 70%, es muy probable que la oposición gane al menos 20 gobernaciones, y estiman expertos que podría ganar las 23. Aún con un nivel de participación en el promedio histórico, la Mesa de la Unidad Democrática alcanzaría, al menos, 18 gobernaciones.
Y más allá del número, será importante fijarse en los votos totales. Mientras el chavismo tiene oportunidad de ganar, por escaso margen, en los estados menos poblados, la oposición gana por avalancha en los más habitados, como Zulia, Carabobo, y el precitado Táchira.
Una encuesta de Venebarómetro, divulgada el domingo, y cuyo trabajo de campo (recolección de datos) culminó el pasado 20 de septiembre, señala que entre los muy dispuestos a ir a votar, la oposición tiene 63% de los votos, y el chavismo 27%.
Lo que es aún más interesante, la disposición a votar era ya hace tres semanas superior en la oposición (73%) al chavismo (58%). La diferencia son los independientes, y por ello la campaña opositora busca seducirlos: De cada tres personas en ese segmento de la población (que es de 26% de los votantes), dos lo harían por la oposición si finalmente deciden asistir.
Y más interesante aún: Cuando se pregunta a la población en general por quién votaría el domingo, la oposición tiene 51% del total y el chavismo 27%. La cifra, en febrero, era de 55% y 26%: La oposición ha perdido cuatro puntos, pero el chavismo solo ha subido uno. Los restantes se han sumado a la posición independiente, o abstencionista, aunque 75% de los encuestados considera que la oposición debe participar en los comicios, y pese a que 70% consideran que las elecciones en Venezuela son fraudulentas.
Es decir: El venezolano quiere votar, incluso sabiendo que puede ser víctima de fraude. Incluso llorando sobre los muertos de las protestas recientes. Los honra no solo con el martirologio, que en muchas sociedades ha resultado en heridas incurables, sino con su inquebrantable fe en la democracia.
Razón tenía el amigo abstencionista. Nos gusta mucho votar. Y es lo que podemos hacer, porque no tenemos armas.
El barranco dictatorial
Buena parte del fraude al que teme la MUD ya está en marcha, y se manifiesta cotidianamente. Pero el temor de la oposición, ante una victoria muy holgada, es que el Gobierno de Maduro (que pudiera estar pensando que ya no tiene nada que perder), se lance, con ayuda del Consejo Nacional Electoral, que ha entregado lo que le quedaba de legitimidad durante el proceso constituyente, a un fraude desembozado, en el que lo que dicen las máquinas no tenga nada que ver con lo que anuncia el organismo electoral.
Los esfuerzos de la MUD, aparte de la campaña, se han dedicado a analizar cómo el fraude puede ser cometido, y han intentado reforzar (según ellos, con éxito), la plataforma de voluntarios y testigos de mesa, que es fundamental para impedir un fraude. Aún así, y aunque el sistema ofrece algunas garantías adicionales, la preocupación está presente.
Si el Gobierno decide lanzarse al precipicio, hay dos factores clave: Cómo reaccione la oposición política y los sectores abstencionistas; y cómo lo haga la comunidad internacional.
La MUD ha sido tradicionalmente lenta, y poco contundente, en las reacciones a las trapacerías del Gobierno de Maduro y su brazo electoral. Si no hay reacción inmediata y de anticipación (que por ahora se ha venido produciendo) a las arbitrariedades del CNE, muchas y muy bien documentadas, y no hay conexión con los sectores abstencionistas (muy ligados a “La Resistencia” de insurrección de calle entre abril y julio), el Gobierno podría pensar que ha logrado hacer pasar impune su fraude.
Sin embargo, los números son tan contundentes que es muy difícil hacer a los venezolanos (y más allá, a la comunidad internacional) comulgar con semejante rueda de molino. Una comunidad internacional que, según confiaba hace poco un embajador europeo en Caracas, armó un “equipo de observación” para las elecciones del domingo, conformado por diplomáticos de la Unión. No solo por la preocupación que buena parte de los países del mundo manifiestan en relación con los comicios, sino por una razón mucho más específica.
El lunes 16 los cancilleres de la UE discutirán las sanciones a funcionarios venezolanos, ya aprobadas por sus vicecancilleres. Hacerlo en el ambiente de un fraude electoral, o de la sospecha de un fraude, causaría la aprobación inmediata de las sanciones, con lo cual buena parte del Gobierno venezolano quedaría aún más aislado. Hacerlo en el ambiente de unos resultados universalmente aceptados probablemente causaría el diferimiento de la decisión.
Como confió el representante diplomático, “por alguna razón que yo no llego a entender, (a los funcionarios del madurismo) los enloquece una sanción de Europa. Mucho más que las de Estados Unidos”. El Grupo de Lima también observa muy de cerca, y muy activamente, las elecciones regionales venezolanas.
El día siguiente
Las elecciones de gobernadores cambiarán el panorama político del país, aunque quizás no en lo inmediato, ni muy evidentemente al comienzo. Pero tienen consecuencias importantísimas: La primera es que el control de casi todo el país pasa a la oposición. Quienes afirman que las gobernaciones no son relevantes como organismos de gestión, generalmente, lo hacen desde Caracas, donde, ciertamente, el poder está más dividido.
Gobernaciones como Anzoátegui, Aragua, Bolívar, Carabobo, Táchira o Zulia, son, en cambio, poderosas, y ejercen funciones cotidianamente para la ciudadanía. Esto, sin contar con que son 400 mil los empleados públicos que directamente dejan de estar bajo la amenaza y la coacción que han caracterizado al chavo-madurismo y, en muchos casos, podrán por primera vez tras 17 años probar un liderazgo diferente -y liberador.
Por supuesto, el Gobierno intentará neutralizarlas, e incluso, como dijo Iris Varela, “obligarlas a reconocer a la Asamblea Constituyente, o van presos”. Si la victoria es tan contundente como se espera, la ANC tendrá que reconocer a los gobernadores.
La Asamblea Nacional Constituyente puede ser tan derrotada como Maduro en estas elecciones. Quedará patente que el mantra al que Maduro se aferra constantemente, diciendo que en la elección de la ANC “el chavismo recuperó su votación histórica” valdrá lo mismo de lo que en general vale su palabra, es decir, un número muy cercano a cero.
Adicionalmente, durante los últimos 20 meses el presidente ha mantenido la lealtad de sus mermadas huestes con el aserto falaz de que la derrota de diciembre de 2015 fue un evento fortuito: Algo así como si Venezuela le ganará mañana 5-0 a Alemania en fútbol con tres autogoles de los alemanes y dos contraataques. Que el electorado “se confundió”, o que “lo engañaron” y por eso votó “contra la Patria” (¿así o más fascista?).
Una segunda derrota, por un margen incluso más abultado, lo deja sin ninguno de esos argumentos… O sencillamente lo hará lanzarse por el tobogán del desconocimiento, que probablemente cause nuevos quiebres a lo interno del chavismo. Y en el mejor escenario, reconociendo la derrota, pasará lo mismo: Las bases del chavismo continuarán erosionándose, desencantadas, y/o exigirán nuevos liderazgos. Podrían fortalecerse los incipientes movimientos del chavismo disidente.
Por supuesto, esto parece poco, pero pone al país ante una mayor demanda de elecciones presidenciales; debilita la posición de Maduro en cualquier negociación, y podría generar nuevas acciones de cerco por parte de la comunidad internacional, tanto si Maduro reconoce inicialmente los resultados y luego los desconoce en la práctica (como hizo con la Asamblea Nacional), o si los desconoce de plano. Además, aumenta el clamor por la liberación de presos políticos.
Una derrota electoral allana, además, el camino para las elecciones presidenciales con un candidato del chavismo que no puede ser Maduro. Tan consciente está de que su presencia es un lastre, que se fue de gira en plena campaña electoral. Y si no es Maduro, quién: ¿Cabello, El Aissami? Tendrían que inhabilitar a diez o doce líderes políticos más para que tengan alguna oportunidad, lo que causará nuevas reacciones.
En diciembre de 2015, el ambiente electoral era parecido al de ahora. Había una expectación contenida, que finalmente desembocó en una avalancha de votos contra el chavismo. Más allá de que muchos digan que “no sirvió de nada”, Maduro pasó, en estos 20 meses, de mandar con holgura a ser un aferrado del poder, huérfano de un viaje a Minsk que lo haga sentirse parte del mundo.
Está bien, su Gobierno persiste, pero a un altísimo costo que tendrán que pagar él y sus más cercanos colaboradores en el futuro, sin duda ninguna. Y al gigantesco costo de nuestro dolor, que queda en su conciencia y que lo acompañará al basurero de la Historia que ya tiene garantizado.
Una segunda derrota puede ser definitiva, y está a punto de producirse.