Ya Venezuela (y el mundo) conocen la inhabilitación de Henrique Capriles Radonski: por una falta leve, que además, según la propia Contraloría, no implica daño al erario público, y por vía administrativa (sin sentencia, como establece el artículo 42 de la Constitución venezolana) han hecho que los dos políticos más populares del país dejen el camino libre (?) a Nicolás Maduro para reelegirse, o para elegir a quién la narcocúpula de 200 o 300 individuos que pretenden mantener a un país como rehén, en contra de millones de sus ciudadanos, para seguir disfrutándolo.
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¿Dije “camino libre”? Rectifico. Según la encuesta Venebarómetro de febrero de este año, que publicó el mes pasado, Maduro es apenas el décimo político más popular en Venezuela. Los primeros son López, también inhabilitado y además preso, si las cosas siguen como van, por otros 11 años (y más: si el Gobierno decide, como hizo con Raúl Baduel, imponerle otro cargo el mismo día que le tocaba salir de la cárcel, técnica fascista a la que no se atrevió ni siquiera Fidel Castro en lo más profundo de la represión cubana), y Capriles, ahora inhabilitado por 15 años.
Pero antes de que aparezca el primer político chavista en las preferencias populares (Tareck El Aissami), el ranking de Venebarómetro muestra a Henry Ramos Allup, Henri Falcón, Julio Borges, Antonio Ledezma (también preso, sin fórmula de juicio, desde hace dos años), María Corina Machado y Manuel Rosales.
Lo que es más: según la encuesta Datanálisis del mismo mes, por cada voto chavista, en este momento, hay, al menos, tres de la oposición. Es decir: Nicolás Maduro no tiene que inhabilitar a otros siete políticos para que, eventualmente, su delfín llegue a la presidencia. Tiene que inhabilitar a siete millones de votantes.
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Un trauma presidencial
Es por eso que está paralizado. Es por eso que no se convoca ningún tipo de elecciones, que ilegalmente, en una jugada que les puede significar cárcel en el futuro, las rectoras del CNE, con El Aissami de instigador (ese no es que pueda tener cárcel en su futuro: es que si pierde el poder va preso, en varios países), suspendieron ilegalmente el referendo revocatorio. Maduro lo ha dicho claramente: No habrá elecciones hasta que el PSUV esté en condiciones de ganarlas. Al paso que vamos, eso significa “nunca”.
Pero no es el trauma electoral el único que padece el mandón. Como quedó escaldado por la contundente manifestación opositora del pasado 1 de septiembre, Maduro ha decidido que tampoco quiere ver jamás otra marcha de la oposición que le recuerde lo muy minoritario que es el chavismo. Por eso, cada vez que la oposición convoca a concentraciones, ya hay un guion y un dispositivo montado, que contempla los siguientes elementos:
1) Armado de una manifestación paralela del chavismo, aunque a ella vayan solo 300 personas, de hecho, la mayoría, los grupos de choque, preparados para reprimir ilegalmente;
2) Cierre de todas las estaciones de metro.
3) Cierre de todos los accesos a Caracas con “autobuses accidentados”.
4) Blackout informativo que incluye cadenas nacionales de radio y televisión.
5) Entorpecimiento de Internet para que la gente no pueda enterarse, visto el crecimiento que han tenido en el país las redes sociales y las televisoras web.
El viernes, mientras Capriles anunciaba, en un emotivo acto, que se iba por todo el país de gira, de “candidato del cambio”, tenía que difundirlo por Periscope; mientras tanto, Maduro, como un mal animador de feria, tenía secuestrados todos los canales de televisión y todas las emisoras de radio del país, preguntándole a una escuálida y escogida claque “dónde están los magallaneros, dónde están los caraquistas”, y llamando al político inhabilitado por 15 años, “Capriloca”.
Uno de los insultos preferidos del personaje que en mala hora fue elegido presidente de Venezuela es el que alude a las preferencias sexuales de sus rivales, para desespero constante de la comunidad LGBT. Como marido que le pega a su esposa y luego le lleva flores, a estos insultos se suceden actos en los que corteja al colectivo gay, por supuesto, porque sabe que sus votos son importantes.
El llamado a la unión
Lo cierto es que por más que en este momento la oposición sea un sentimiento mayoritario en Venezuela, tiene que lidiar con dos riesgos: ambos están citados en esta nota. Maduro no quiere hacer elecciones hasta que pueda ganarlas; en segundo lugar, como dijo Capriles en el discurso en el que anunció su inhabilitación, es el de que esta misma despierte las divisiones en el seno de la oposición, algo que ya advirtió Luis Vicente León, director de Datanálisis.
Importante ALERTA TEMPRANA de @luisvicenteleon: https://t.co/n65fydTgW3
— Jesus Chuo Torrealba (@ChuoTorrealba) April 8, 2017
De hecho, por esa razón Capriles advirtió que este “no es momento de candidaturas, sino de rescatar la democracia”.
Que la decisión de la Contraloría es írrita e ilegal han advertido desde Luis Almagro, secretario de la OEA, hasta José Miguel Vivanco, director de Human Rights Watch. Mucho más cuando el actual contralor, Manuel Galindo, es una ficha confesa de Cilia Flores, y además, un nepote consumado: ha puesto a doce de sus familiares en altos cargos en ese despacho y en la Administración Pública venezolana.
El outsider necesario
Maduro pretende aproximarse cada día más a unas elecciones a la nicaragüense, y el llamado de otro personaje despreciable, Ernesto Samper (“el problema en Venezuela se resuelve con un cronograma electoral”) parece que va en este sentido.
Lo que más temen los opositores venezolanos es que Maduro elija al candidato que enfrente al suyo, y en este sentido, los que más parecen calzar en el perfil son Rosales y Falcón.
Sin embargo, la oposición organizada en la MUD podría darle en la madre al mandón con un outsider, con alto prestigio y reconocido en todo el país, y que no pueda ser inhabilitado, porque no ha trabajado con la administración pública; y que además, como Lucio Quincio Cincinato, no tenga hambre de poder, sino de arreglar el país.
Sí, adivinaron. El personaje está allí. Y se llama Lorenzo Mendoza.
Esa sí sería una jugada maestra contra la narcocúpula.