Gracias a ella la Universidad Central de Venezuela es la única estructura construida en el siglo XX que es Patrimonio de la Humanidad según la Unesco, y gracias a ella, también, Venezuela tuvo en algún momento la mejor colección de arte contemporáneo de América Latina. Ha muerto en Caracas, a sus 92 años (y un día antes de que la Universidad Simón Bolívar le otorgara un doctorado Honoris Causa), Sofía Imber Barú, la judía rusa más venezolana que haya tenido este país, aquella que hace poco, en una de sus últimas entrevistas, dijera que “tengo un órgano que me duele cada día más, que se llama Venezuela”.
Imber fue la eterna compañera de Carlos Rangel, uno de los más grandes intelectuales latinoamericanos; y antes de este, del gran escritor e historiador Guillermo Meneses. Pero más allá de sus afinidades sentimentales (aquello de que “detrás de cada gran hombre hay siempre una gran mujer”), Sofía fue, en sí misma y por sus propios méritos, una de las principales intelectuales que haya dado Venezuela en el siglo pasado, y además, una muestra viviente, hasta hoy, de la pujanza y el faro de libertad y prosperidad que fue este país, que padece sus horas más aciagas.
No es dable esperar que el Gobierno de Nicolás Maduro, siempre mezquino con la celebración de cualquier vida que no sea militar o que no esté marcada por la violencia, rinda homenaje a esta mujer, a la cual incluso quitó el reconocimiento de darle su nombre al Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, que se llamaba (y al que toda la intelectualidad venezolana sigue llamando) “Sofía Imber”.
Pero sí es momento de que los venezolanos miremos sin tantas gríngolas los mejores años de la historia del país, esos que marcaron su República Civil, de los cuales, sin duda (y mucho más cuando se ve el presente de hambre que vive Venezuela), esta mujer crecida en Maracaibo, en el extremo oeste del país, es parte fundamental, por más que su Museo hoy esté lleno de moscas, no haya presentado una exposición en meses e incluso se hayan robado algunos cuadros, como aquella Odalisca de Matisse que desapareció, luego se dijo que había sido recuperada, y supuestamente está en el Maccsi. Pero vaya usted a saber.
De Moldavia al trópico
Como su hermana Lya, la primera médica universitaria que tuvo Venezuela, Sofía estudió unos años de Medicina en la Universidad de Los Andes. Estamos hablando de los años 40 del siglo pasado, un país que ya olía a modernidad; pero pronto el mundo cultural atrajo mucho más su atención, y al casarse con Guillermo Meneses, comenzó a recorrer Europa como esposa del historiador, a la sazón diplomático venezolano.
De Sofía se dice que fue clave para convencer a Carlos Raúl Villanueva de la importancia de que la Ciudad Universitaria de Caracas tuviera numerosas obras de arte, como un gran museo al aire libre; y se dice, también (ella jamás lo confirmó) que fue clave para que Villanueva y Calder acordaran que sus famosas “Nubes” estuvieran en el techo del Aula Magna de la UCV, uno de los espacios que más contribuyen a la venezolanidad, y debajo de las cuales han pasado miles y miles de venezolanos en el momento de graduarse como universitarios, además de una de las mayores referencias universales del arte cinético.
Tras la muerte de Meneses, Sofía se convirtió en compañera de Carlos Rangel, a la sazón también diplomático y uno de los principales pensadores liberales latinoamericanos; fue su apoyo en la escritura de El Tercermundismo y Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario, sus obras principales. Además, fue su socia en Buenos Días, sempiterno programa mañanero de la televisión venezolana, hasta la muerte de Rangel en 1988; desde allí, difundieron los valores democráticos y liberales. Sofía sorprendió al país cuando al día siguiente del suicidio de Rangel se presentó a hacer el programa como de costumbre.
Sin embargo, su obra más importante, sin duda, es el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, del cual ella fue directora, su principal curadora y su alma. Contó con el apoyo incondicional tanto del presidente Carlos Andrés Pérez (1973-78) como de su sucesor, Luis Herrera Campins (1978-83), hoy recordados por los venezolanos como ejemplos cabales de demócratas. Allí se las arregló para atesorar más de cuatro mil obras, que hoy en día tienen un valor incalculable.
A partir de la década de los 90, “Sofía” (cuando en Venezuela alguien dice “Sofía”, no cabe duda de que se refiere a ella), comenzó un proceso natural de alejamiento de la escena pública, dada su edad; sin embargo, permaneció lúcida, escribiendo habitualmente y dando entrevistas, y apareciendo en las exposiciones de sus artistas favoritos.
No se permitió decir nada cuando Hugo Chávez la destituyó luego de que ella denunciara su antisemitismo, y no conforme con eso, le quitó su nombre a su museo; una acción tan mezquina, incluso en un personaje lleno de mezquindad, que le granjeó a Chávez una dura carta del escultor Fernando Botero defendiendo a Sofía y al Maccsi. Incluso, tras el escándalo de la Odalisca, se denunció que altos personajes del Gobierno de Chávez habían desmantelado el Museo.
Quienes la conocieron, durante varias generaciones, la definen como una mujer firme, capaz de hacer todo lo que se propusiera, siempre amable, y sin jamás levantar la voz, una voz como ella, menuda pero recia; La Intransigente, se titula una conocida biografía sobre ella. Y eso fue siempre: una intransigente de la fe en Venezuela, de creer que Venezuela podía ser, tenía todo para ser, un gran país. Por eso le dolía tanto lo que nos hemos vuelto.
Pese a haber llegado de Moldavia pequeña, hablaba un castellano espectacular, con pleno acento venezolano, y el país, este país que la acogió, fue siempre el centro de sus desvelos. El mejor homenaje que se le puede hacer a esta dama en la hora de su muerte es visitar el Museo que fue su legado. Y denunciar su triste situación actual.
Que en paz descanse Sofía Imber. Referencia de un país que poco a poco se ha ido quedando sin referentes, sustituidos por guerreros decimonónicos de cartón piedra y por héroes importados de Cuba en la iconografía oficial.