
Una frase muy célebre, de autor desconocido, señala que “en el capitalismo, el pan espera por la gente; en el comunismo, la gente espera por el pan”. Una de las mejores cosas que tenía Venezuela –paradójicamente, porque el país no produce trigo en virtud de la latitud en la que se encuentra–, era su pan.
Gracias a la inmigración de miles de portugueses e italianos en las décadas entre los 50 y los 80, en cualquier rincón de Venezuela uno podía comprar pan a cualquier hora: un pan crujiente y delicioso, con harina de trigo importada de Canadá o de Argentina. Una panadería venezolana era una experiencia sin paralelo con otros países, con su cafetería, su bollería, sus dulces; una mezcla de sitio de reunión y tienda de conveniencia, un centro de la vida social de las ciudades del país. Tanto, que los venezolanos que se han ido han exportado el modelo, y hoy se encuentran locales parecidos, entre otras, en Miami y en Madrid.
Esto, por supuesto, hasta que llegaron Hugo Chávez y Nicolás Maduro, y pasó lo único que podía pasar tras semejante seguidilla: hoy en Venezuela se hace cola para comprar pan. Otro producto proveniente del trigo, la pasta (Venezuela era el segundo país que más pasta consumía per cápita en el mundo, tras Italia) también está desaparecida, y cuando se consigue a precios de estraperlo, procedente de Brasil, la mayoría de los empobrecidos venezolanos no pueden comprarla.
Ahora, la “guerra del pan”
El pan es más que un alimento: es el símbolo de la alimentación, sobre todo en los países de tradición cristiana. Sin pasar por las múltiples frases que se refieren al pan en La Biblia, entraremos directo al eslogan de Acción Democrática, el partido más importante de la Historia de Venezuela: “Pan, Tierra y Trabajo”. Tres elementos igualadores de una sociedad que aún estamos buscando en el país, o que ya teníamos y perdimos, más bien.
Como el trigo es importado, ya se dijo, Maduro tiene más difícil su tarea de intentar engañar a la gente en torno al pan, en específico, porque en Venezuela, desde 2009, solo el Estado puede hacer importaciones.
Y como es un alimento tan simbólico, quizás piensa que la cola del pan molesta más a los venezolanos que otras filas, o que internacionalmente causa más asombro, o cualquier otra razón, vaya usted a saber.
El punto es que desde diciembre, Maduro empezó a hablar de una fulana “guerra del pan”. Argumenta que las panaderías (y en menor importancia, los pastificios) le tienen “una guerra” a la gente, a la que le esconden el pan. Jamás dice, como señala Fetraharina, el sindicato de trabajadores del pan y la pasta, que desde que el Estado asumió las importaciones, la harina es mala, su provisión es irregular y en ningún caso se compara con cuando las importaciones las hacía directamente el sector privado, como en todos los países normales, es decir capitalistas, del mundo.
De hecho, hace casi exactamente un año, Juan Crespo, directivo de este gremio, denunció que fue detenido sin orden judicial (es decir, secuestrado) por la siniestra policía política venezolana, el Sebin, por denunciar que el país estaba quedándose sin harina: Es la misma advertencia que los panaderos venezolanos han hecho esta semana.
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La respuesta de Maduro ha sido atronadora. Comenzó en diciembre, cuando afirmó que había hablado con Vladimir Putin (siempre se jacta de su amistad con Putin) y que este le había prometido “todo el trigo que necesitara Venezuela” en enero. Esto ocurrió el 6 de diciembre pasado:
Como ya estamos en febrero, y la gente sigue haciendo cola en las panaderías (y en todos los demás locales: las panaderías, de hecho, siguen funcionando relativamente bien a pesar de la escasez de harina de trigo), es decir, o Putin no le mandó harina de trigo (que escaseaba, hay que recordar, cuando Rusia era la URSS, o sea, comunista), o Maduro no entendió lo que le dijo la traductora en esa conversación, o todo se trataba de un simple cuento, Maduro ha cambiado de estrategia: ahora afirma que creará “10 mil panaderías en los barrios” a las que les dará los equipos y el trigo.
“Eso es fácil”, afirma Maduro, quizás porque no debe saber lo que es una jornada de trabajo honesta en toda su vida, porque si hay alguien que trabaja en Venezuela, son los portugueses que tienen panaderías, que solían estar abiertas hasta 16 horas diarias.
“Yo me he propuesto un plan especial para ganar la guerra del pan”, señala el presidente venezolano, que calificó a los dueños de panaderías de “hipócritas, perversos y malvados”.
Uno no sabe si Maduro es mitómano (puede sospecharlo) o sencillamente tiene la cara de piedra, porque el mismo día en que Putin supuestamente le ofreció trigo, señalaba que el mismo presidente ruso le había regalado “el reloj de Yuri Gagarin, que estuvo en la Luna”.
El desmentido llegó horas después, por parte de la gente que ha estado en Rusia, que es mucha en Venezuela. Era un simple facsímil, que se puede comprar en e-bay por 30 dólares. El original se guarda en un museo de Moscú. Pero también puede ser mitomanía, como la de su maestro Chávez; ayer entre tantas cosas que dijo (y que no por uno haber vivido esto por casi dos décadas deja de sentir vergüenza propia y ajena por el presidente de su país), afirmaba que los que se habían ido de Venezuela por la diáspora estaban regresando, cuando en el país hay una estampida tan grande que hasta han tenido que suspender la entrega de pasaportes.
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Quién sabe qué le habrá dicho Putin (y qué entendió él) sobre “estar en la Luna”. A lo mejor le dijo que los venezolanos se están cansando de que él se plantee guerras imaginarias y las pierda.
https://www.youtube.com/watch?v=zeF1SiQPY2A
Lo cierto es que a Maduro, a los chavistas y a los comunistas en general, se les ha tildado muchas veces en Venezuela de “izquierda borbónica”, pues al igual que esta dinastía de monarcas europeos, se les puede achacar aquello de que “ni aprenden ni olvidan”. Eso sí, como buenos comunistas, pueden llevar 18 años en el poder (o 70, como en la Unión Soviética, o 60, como en Cuba), pero la culpa siempre será de otros. Siempre hay alguien que los quiere fregar.
Como Maduro, a su predecesor Hugo Chávez se le ocurrió un día que Venezuela debería tener “areperas socialistas”, que han resultado un fracaso y hoy están cerradas; una cadena de hipermercados “socialistas”, y le compró los hiper Éxito a la cadena colombiana homónima. Hoy están en quiebra, como denunció el propio Maduro, en un rapto de honestidad; también nacionalizó buena parte de la banca, y hoy estamos a las puertas de una crisis bancaria que pudiera ser definitiva, según señalan analistas (de hecho, la retirada de los billetes de 100 bolívares le dio liquidez a un sistema que naufragaba, como en otro rapto de sinceridad contó después el propio Maduro); nacionalizó el café, y Venezuela, el país con el mejor café del mundo, hoy no tiene café; un día se propuso hacer una fábrica de pasta de arroz (porque la fijación con el consumo de trigo no es nueva) y hoy Venezuela no tiene arroz ni trigo.
Convirtió una potencia azucarera en un país en el que no hay azúcar, y el país de la arepa, en un país sin harina de maíz. Eso sí, el dinero se gastó, a espuertas. Hoy Venezuela, como consecuencia de tantas ocurrencias dominicales, es una nación en ruinas. Y duele, duele en el alma. Por cierto, les dejo esta perla, de septiembre, del ministro de Alimentación, general (porque los generales y militares sí abundan), Rodolfo Marco Torres: “En octubre [del año pasado] no habrá escasez de harina de maíz“.
Desde luego, esto es socialismo en estado puro: para ellos, las ganancias de su corrupción. Para nosotros, para los otros 30 millones de nosotros, las pérdidas “socializadas”.
Los dejo, que tengo que hacer la cola para comprar pan.