
Esta semana, la Federación Venezolana de la Industria del Pan, Fevipan, formuló una petición directa al general en jefe Vladimir Padrino López, ministro del Poder Popular para la Defensa de Venezuela: en la que le solicitan concertar una reunión para explicar por qué el gremio de los industriales de la harina de trigo (en un país en el que no hay producción de trigo) necesita inventarios superiores a un mes para garantizar la existencia de pan, pasta y miles de productos que utilizan este cereal como materia prima. Al día siguiente de dicha petición los representantes de Fevipan estaban sentados en la mesa de Padrino López; él mismo publicó en su cuenta de Twitter (@vladimirpadrino) fotos de la reunión.
https://twitter.com/ceofanb/status/759136270442438657
Desde que el 12 de julio el presidente venezolano, Nicolás Maduro, lo convirtió en (al menos) vicepresidente sin cargo oficial, Padrino ha estado muy activo. En sus primeras declaraciones señaló que la idea es “darle gobernanza” al país, y agregó que “hay cosas que se han hecho mal”.
Una de las muchas cosas que Maduro hace definitivamente mal es ser interlocutor del país: prácticamente no tiene comunicación con los gremios productivos, salvo algunas reuniones con empresarios que casi siempre resultan ser “de maletín”. Por lo tanto, que Padrino responda en menos de 24 horas a la petición de los industriales del trigo resulta por lo menos novedoso para un Gobierno que durante 17 años ha visto a los productores como sus enemigos, e intenta recuperar algo arraigado en la psique venezolana desde los tiempos de la dictadura de concreto armado de Marcos Pérez Jiménez, pero que se ha ido perdiendo a pasos acelerados en los últimos años, tal como lo muestran las encuestas: que para dirigir los militares son “más eficientes” que los civiles.
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“Estamos orientados a gobernar el sistema productivo”, señaló Padrino el 14 de julio. Responde a la militarización con más militarización: sustituye a los dirigentes (militares) de los puertos por otros militares, y al hacer mea culpa, olvida que los últimos tres ministros de Alimentación del Gobierno de Maduro han sido generales, y todos tienen cuestionamientos los suficientemente creíbles sobre hechos de corrupción.
La hiperquinesia del ministro de la defensa ha sido correspondida con un abrupto descenso de la presencia pública de Maduro y su vicepresidente (oficial), Aristóbulo Istúriz, incluyendo la ausencia del tren ejecutivo en los actos militares del 24 de julio, día del natalicio del Libertador Simón Bolívar, y también, por esas cosas del patrioterismo militarista de Venezuela, del día de la Armada. Una ausencia que no ha sido explicada por Maduro ni por Istúriz, porque se sabe que en las autocracias los gobernantes no están obligados a rendirle cuentas a la ciudadanía.
La hipótesis inversa
La explicación, generalmente aceptada, a lo que pasó el 12 de julio, es que Maduro, sabiendo que la crisis económica y política, y la fuerza de la oposición crecerán en el segundo semestre de este año, decidió cerrarse en banda con un creciente militarismo de su Gobierno, por lo cual optó por cederle a Padrino López la operación diaria de la rama ejecutiva.
Pero empieza a crecer, dentro y fuera del país, una visión alternativa: que ese día en Venezuela se produjo la cesión final del poder de Maduro hacia la Fuerza Armada.
Este no es un argumento sin sustento. A lo largo de sus 17 años en el ejercicio del Gobierno, la verdadera experticia del “chavismo” ha sido la de dinamitar las estructuras institucionales, manteniéndolas solo como fachada. Así hizo con la justicia, con los organismos contralores, con la descentralización, con el parlamento (y si ahora este se convierte en rebelde, como consecuencia de las elecciones de diciembre del año pasado, pues sencillamente lo vacía de competencias), con la libertad de expresión, con la Constitución (que Chávez intentó modificar en 2007 y al ser derrotado en referendo, decidió desaplicar sistemáticamente) con las libertades económicas, con los derechos humanos y con todo lo que pudo, lo que no incluye, gracias a Dios y a la tenacidad de millones de venezolanos, el pluralismo político.
¿Estamos en presencia del acto de vaciamiento definitivo, el de la presidencia de la República? ¿Qué rol juega Maduro en este momento del país, sobre todo considerando que durante tres años ha sido visto como un “hombre de paja” de una corporación militar-cívica que rige los destinos de Venezuela? ¿Ha abdicado del poder? (No es una pregunta desdeñable).
No se debería descartar que en los próximos meses una “enfermedad” sea la causante de que Maduro se aparte del poder y al frente quede, en medio del caos, un hombre que tenga la capacidad de “resolver” los problemas que presenta el país.
¿Por qué en el tema del abastecimiento Padrino promete “resultados para diciembre”?, y ¿qué relación tiene esto con el referendo revocatorio que el organismo electoral, otro de los poderes cooptados y vaciados de contenido por el chavismo, retrasa sine die de manera cínica el referendo, quizás esperando una decisión tribunal o gubernamental que le evite tener que convocar una consulta que el chavismo perdería con casi el 100 % de certeza?
Y más allá, ¿se atreverá el chavismo, o específicamente, la corporación que hoy actúa en nombre del difunto Hugo Chávez, a aplicar la ruta nicaragüense: cerrar definitivamente el Parlamento y declararse dictadura? ¿Venderán la “eficiencia” militar para, llegado el momento, sustituir el referendo revocatorio por un “Gobierno de transición” sin Maduro o con Padrino López al frente? Las señales de modernización (combatidas por la “línea dura” del chavismo) ¿cuentan con la aprobación de Padrino? ¿A qué ala pertenece, a la de los marxistas o la de los “pragmáticos”?
Dile a Padrino que no ofrezca devolver los centrales azucareros expropiados como dicen que lo está haciendo
— Emilio Nouel (@ENouelV) July 29, 2016
Un actor que no desaparecerá
La oposición ha dicho, en reiteradas ocasiones, que el futuro, con referendo revocatorio o sin él, será muy duro para Venezuela. Jesús Torrealba, coordinador de la Mesa de la Unidad Democrática, señaló en días recientes que el diálogo que le exige Maduro “tiene que hacerse con la vista puesta en los militares“; en un país en el que hay millones de armas ilegales y una guerrilla urbana (representada en los “colectivos”) y rural (FBL) organizadas por el propio Gobierno, el único actor de peso que puede enfrentarlos es la Fuerza Armada, con lo cual su poder de negociación (principalmente a cambio de que los nuevos gobernantes se hagan los de la vista gorda sobre las tropelías cometidas por la cúpula militar en estos años) es enorme.
Al menos durante lo que va corrido del 2016 se ha dicho que Maduro está dispuesto a negociar su salida, en medio de una crisis de gobernabilidad sin precedentes, y con un liderazgo que no resiste el menor análisis. Padrino es todo lo que Maduro no es: militar, con liderazgo dentro del ejército, cercano a Chávez (quien lo nombró general en jefe en los últimos meses de su vida), y un rumor (no comprobado) afirma que en diciembre Padrino obligó a Maduro a reconocer el triunfo opositor en los comicios parlamentarios.
No se debería descartar que en los próximos meses una “enfermedad” sea la causante de que Maduro se aparte del poder y al frente quede, en medio del caos y de forma totalmente irregular, un hombre que tenga la capacidad de “resolver” los problemas que presenta el país. Porque cuando las cosas se ponen realmente feas la gente preferirá el Leviatán (el Estado absolutista) a la guerra civil, tal como lo dijo Tomás Hobbes en 1651 y recordaba, en un artículo excepcional esta semana, Benigno Alarcón, director del Centro de Estudios Políticos de la Universidad Católica Andrés Bello.
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Y así se habrá consumado el primer golpe de Estado disimulado de la historia latinoamericana, tan rica en todo estilo de asonadas. Está muy claro que la corporación que dirige a Venezuela, o se lucra de ella, no está dispuesta a ceder el poder por medio de mecanismos democráticos, ni tampoco tiene, aparentemente, la fuerza como para darle una patada al tablero institucional, ni dentro ni (sobre todo) fuera del país.
Habrá que mirar con lupa todas las señales.