EnglishCon el retorno de la Democracia a toda la región latinoamericana, a finales de los 80, vinieron regímenes constitucionales que, en su mayoría, limitaban la reelección presidencial. Esto cambiaría pronto, sin embargo: Siguiendo el ejemplo del Gobierno (rápidamente devenido en régimen) de Alberto Fujimori en Perú, en 1993, prácticamente todos los países del continente comenzaron a permitir la reelección presidencial inmediata.
Tras el advenimiento del “chavismo” a Venezuela, en 1999, la reelección evolucionó (o involucionó) un paso más allá en América Latina. Venezuela, una isla de democracia en Suramérica hasta los 80, impedía la reelección presidencial hasta 10 años después de que el presidente abandonara el cargo.
El reeleccionismo había sido una enfermedad endémica durante todo el siglo XIX en este país; sabiamente, los redactores de la Constitución de 1961 lo habían limitado al máximo. Sin embargo, en medio de la marea que llevó a Hugo Chávez al poder, la Constituyente (definida como “Reelectuyente” por el finado historiador venezolano Manuel Caballero) no solo extendería el período presidencial de cinco a seis años, sino que permitiría la reelección inmediata.
Una enmienda aprobada en un referendo (que ya previamente había negado tal posibilidad en un referendo de reforma constitucional, por lo que su validez es discutible), convirtió la reelección en Venezuela en indefinida. Chávez no vivió para ver su empeño de ser presidente eterno volverse realidad, y la popularidad de su delfín Nicolás Maduro no le permite hacerse muchas ilusiones en este sentido; pero la reelección, el reeleccionismo, combinado con un uso inescrupuloso del Poder, han permitido al “chavismo” convertirse, prácticamente, en un régimen de partido único.
Lo mismo, y siguiendo este ejemplo, ha sucedido en Bolivia, donde Evo Morales acaba de perpetuarse con un tercer período en el que aspira liquidar toda presencia de la oposición en la vida pública; bástese con ver la inhabilitación de miles de candidatos opositores basándose en un subterfugio.
Desde 1993, cuando Fujimori logró establecer la reelección presidencial, ningún presidente latinoamericano ha perdido los comicios para un segundo mandato
O en Ecuador, donde Rafael Correa puede prolongar su mandato más allá de 2017 sin tener que pasar por un referendo gracias a una decisión de la Corte Constitucional que le permitirá hacerlo por la vía de la Enmienda, en el Parlamento que controla (imagina uno que está esperando el momento adecuado para hacerlo: Este 2015 de crisis económica no parece serlo).
Aún en las naciones del continente donde sobreviven ciertos contrapesos institucionales, como Argentina, la presidente Cristina Kirchner intentó la reelección indefinida sin conseguirlo; Lula Da Silva quiso un tercer mandato, y sigue añorando su regreso al poder en 2018.
En Colombia, donde la no reelección era una institución, Álvaro Uribe logró un segundo mandato gracias a su popularidad, que logró una reforma constitucional; los presidentes de Chile (Michelle Bachelet), Uruguay (Tabaré Vásquez) y Perú (Alan García), han sido reelectos, aunque no de forma inmediata.
Desde 1993, cuando Fujimori logró establecer la reelección presidencial, ningún presidente latinoamericano ha perdido los comicios para un segundo mandato (él perdió en 2000, pero hizo fraude). Por muchos límites que se pongan a la campaña electoral, un presidente corre siempre en ventaja contra un contendor.
Mucho más, si, como pasa en Venezuela, Ecuador o Bolivia, el que compite contra el mandatario en unos comicios, lo hace contra todo el poder del Estado.
Un reportero que fue a Antímano después de la tercera reelección de un Hugo Chávez ya moribundo, en 2012, contó lo que le decía la gente: “Votamos por el Gobierno (no por Chávez) que es el que nos puede dar cosas. ¿Qué nos va a dar la oposición?”. En Antímano (la parroquia más poblada, y más pobre, de toda la capital venezolana), 80% de los votos fueron para Chávez. Otra explicación: “seis años más de pollo barato”, le dijeron. Imagino que con inflación de 100% en 2014, ese voto hoy debe ser para Leopoldo López.
¿Qué ha pasado en países como Venezuela, Ecuador, Bolivia? La reelección ha llevado a la captura de todos los organismos del Estado, incluyendo aquellos que se suponen independientes; y de esta, a la más desenfrenada corrupción, como se está viendo actualmente.
Pero incluso los países como Brasil, Chile o Colombia están viviendo el fenómeno: Cuatro períodos consecutivos del PT en Brasil han llevado al escándalo Lava-Jato, que tiene en vilo a Dilma Rousseff (quien además está demasiado involucrada en el asunto como para salirse fácilmente); y el escándalo del Caso Caval, en Chile (uno de los países más transparentes de Latinoamérica) involucra directamente a la presidente Bachelet y a su hijo, Sebastián Dávalos.
Bachelet ha sido reelecta después de un período fuera del poder; en Perú, quienes se disputarán la presidencia, casi con total seguridad, son García (sería presidente por tercera vez) y Alejandro Toledo (por segunda vez). Aunque son hombres (y mujer) de comprobado pedigrí democrático, no deja de ser inquietante que no surjan nuevos líderes. Colombia ha vivido a la sombra del pugilato entre Juan Manuel Santos y Uribe; en todos lados las aguas de la democracia (que vive de los nuevos líderes, de las nuevas ideas, del cambio constante) están estancadas.
Cierto es que la no reelección no garantiza Gobiernos limpios (México es el ejemplo más claro) pero por lo menos crea cierto miedo en los que gobiernan. Ya lo decía Simón Bolívar en el Congreso de Angostura (1819), cuando propugnaba la alternabilidad: “Nada es tan peligroso como dejar permanecer el Poder mucho tiempo en un mismo ciudadano. El pueblo se acostumbra a obedecerle, y él se acostumbra a mandarlo, de donde surgen la usurpación y la tiranía”.
Dos siglos después, América Latina está, justamente, en ese punto de deriva: De democracias imperfectas a neototalitarismos corruptos. El pobre país natal del Libertador suramericano es un ejemplo perfecto de ello.