Fue una tarde maravillosa en una entristecida Caracas de domingo en noviembre. Corría un viento fresco, otoñal por la Plaza La Castellana, las hojas cayendo de los árboles y algunos transeúntes solitarios bajando hacia la Avenida Miranda, pero dentro del Centro Cultural BOD se sentía una corriente de emoción electrizante. Acompañada por un trío de músicos de excepción, que Soledad presenta orgullosa como su trío personal: el maestro Alberto Lazo, en el piano, los arreglos y la dirección musical; Carlitos Rodríguez en el bajo electroacústico y el afamado y genial Nené Quintero en la percusión. Todos perfectamente acoplados a la voz, la presencia y el estilo de nuestra gran intérprete.
Y, por sobre todo, al variado repertorio de una voz capaz de expresar todos los estilos, todos los géneros, todos los sentimientos, como se le reconociera el cubano Camilo Egaña por su programa Camilo por CNN, desde Miami, en donde acababa de presentarse. Y todos ellos con inimitable propiedad: boleros, baladas, guarachas y en particular la canción comprometida –Todo a pulmón, del argentino Alejandro Lerner; Rabo de Nubes, de Silvio Rodríguez, y dos estremecedores tangos que nos pusieron los pelos de punta: A un semejante, de Eladia Blázquez, y la inolvidable Balada para un loco, de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer. “Salió segunda en un concurso de tango nuevo celebrado en el Luna Park a comienzos de los 70. La cantó Amelita Baltar, la compañera de Piazzolla. El que ganó el concurso lo interpretó mi amigo Jorge Sobral, pero a ese tango no lo recuerda nadie” —comentó entre risas la cantante caraqueña nacida en Logroño, España, muy pronto serán 76 años, según confesó orgullosa—.
Abrió sus dos horas ininterrumpidas de un paseo vertiginoso por su extenso y variado repertorio interpretando el famoso bolero Alma mía, de María Grever, que interpretara por primera vez en 1980, cuando grabara en Madrid junto a su amigo, el gran pianista, músico y arreglista catalán Ricardo Miralles. La versión única y original de Soledad Bravo rescató las raíces debussyanas de la mexicana, alumna en París del gran compositor francés. Una versión que actualizó un bolero compuesto en los años cuarenta con resonancias jazzísticas, aunque con una honda melancolía, en su primer disco de boleros, editado en Venezuela por Top Hits. Vendió en una semana cincuenta mil copias de su primera edición, algo hoy absolutamente impensable. Pues tratándose de la Venezuela saudita y estando el LP a Bs. 22, el equivalente a cincos dólares de los años setenta, la gente solía comprar tres ejemplares: uno para copiarlo en un casete y guardarlo, otro para regalarlo y un tercero para enviárselo a algún amigo que estuviera fuera del país.
Fue el gran acontecimiento de alguien a quien la gente, aunque le reconocía su inmenso y prodigioso talento, se había habituado a encasillarla en el género folklórico o de protesta. Fue el puente para su gran aventura artística y discográfica: grabar Caribe, junto a Willie Colón, su portentosa banda, y la sección de violines de la Filarmónica de Nueva York. A una semana de su lanzamiento, en marzo de 1982, Déjala bailar, el tema de Chico Buarque Deixa a menina, adaptado al español por la propia Soledad Bravo, se había apoderado de todos los récords de audiencia en toda Venezuela. Y pronto saltaría al Caribe.
Solo en Venezuela vendería más de trescientas mil copias. Aunque Willie, que se estaba separando de Rubén Blades, le pidió que se sumara a su banda y recorrieran el mundo, prefirió apartarse del universo de la popularidad y volver a incursionar en distintos géneros, comenzando por el jazz. Luego de volver a grabar un disco de salsa, bajo los arreglos de Héctor Garrido, llamado Mambembe, grabó en Suffern, en el Estado de Nueva York, un disco experimental producido artísticamente por César Miguel Rondón, con los arreglos y el acompañamiento de Carlos Franzetti, Paquito de Rivera, Jorge Dalto, Airto Moreira, Yomo Toro, Nicky Marrero y otros grandes instrumentistas del patio. Su versión de las Tonadas de Ordeño, esa maravillosa combinación de su propia inspiración de las tonadas de Antonio Estévez y Simón Díaz, con el acompañamiento protagónico del mejor bajista acústico del mundo, el neyworkrican Eddie Gómez, influyó en la grabación del próximo trabajo de Caetano Veloso, que incluyó las propias tonadas y un tema del folklore paraguayo también acompañado por un bajo acústico. Soledad comenzaba no solo a interpretar a sus compañeros generacionales de la gran canción popular latinoamericana, sino a influir en ellos. De ese mismo trabajo, editado en Venezuela con el título A mis amigos, Juan Luis Guerra extraería Volando voy, la rumba flamenca de Veneno, popularizada en España por el Camarón de la Isla.
Próxima a cumplir los 76 años, se encuentra en la plenitud de su madurez como mujer y como intérprete. Su voz sigue siendo poderosa, pura, de amplio registro y bellas sonoridades acústicas. Con una exquisita capacidad de expresión y dramatismo. “Las canciones” –ha dicho recientemente– “son para mí como una obra de teatro en tres minutos. Un mundo dramático completo. Me hago parte de ellas y las vivo como si fuera una actriz”. Y la canción, una casa con muchos cuartos, que le fascina recorrer.
Ya forma parte de ese grupo de grandes intérpretes femeninas latinoamericanas reconocidas mundialmente: María Bethania, Gal Costa, Mercedes Sosa, Susana Rinaldi. Con la incomparable ventaja de ocupar todos los espacios y géneros latinos. Sus versiones de Los mareados, Balada para un Loco y A un semejante mostraron este domingo la plenitud de su expresión tanguera. De Simón versionó en un fascinante arreglo de bolero danzón el tema Qué vale más, acogido con aclamaciones. Ojos malignos, De qué callada manera y Son desangrado, en una sincopada, moderna y sorprendente versión que rescata su esencia, sin necesidad de trombones y la parafernalia percusionista de la versión original. Del trabuco de la orquesta de Willie al trío de Soledad Bravo, el tema de Silvio Rodríguez mantiene toda su fuerza, su frescura y su sabor.
Faltaron sus temas emblemáticos: del mismo Silvio, La canción del elegido y Ojalá. Para vivir y Yolanda, de Pablito Milanés, provocaron, en cambio, ovaciones. Aunque la sorpresa del concierto fue el estreno de la impactante Serenata para la tierra de uno. Soledad sigue marcando el paso del latido histórico de Venezuela. Y hoy sufre de la diáspora como si la migrante fuera ella. Por algo llegó a Venezuela en un barco de carga a los siete años, ayudando a su madre santanderina a cargar sus enseres para vivir al sol y la alegría caribeños desde un ranchito en una platabanda del Callejón Cantabria, en Catia. Es la mejor expresión artística de nuestras desdichas y nuestras esperanzas. Y nada la sacará de esta tierra nuestra, que siempre fue suya.