Un jefe de gobierno que está en el poder desde el 2010, habiendo asegurado su reelección por un margen decente, convoca un plebiscito en el 2016 para decidir la cuestión más importante que ha enfrentado su país en décadas.
No tiene dudas de que su lado triunfará. Cuenta con amplios recursos estatales para la campaña y con el apoyo de prácticamente toda la clase política. También recibe el espaldarazo de los intelectuales más respetados, de las grandes empresas nacionales, de prácticamente todos los medios de comunicación importantes y de la “comunidad internacional”: los gobiernos europeos, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional. Hasta la administración del presidente estadounidense Barack Obama interviene para presionar a los votantes del país para que respalden la opción “correcta”: aquella que le conviene al establecimiento.
Del otro lado, mientras tanto, sólo están unos políticos que los “formadores de opinión” consideran populistas, pasados de moda o aventureros, segundones que sólo obtendrán el apoyo de uno que otro votante desinformado. Las encuestas aseguran que no hay manera de perder frente a tal partida de inadaptados.
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Cuando llega el día de la votación, sin embargo, y caen lluvias torrenciales en la capital y en otras partes del país, el jefe de gobierno y todo el establecimiento político sufren una derrota por relativamente pocos votos. En contra de todos los pronósticos de las “prestigiosas” firmas encuestadoras, la coalición opositora y políticamente incorrecta logra un triunfo que conmociona a los medios internacionales. “¿Qué pensarán del país en el exterior?” se preguntan los biempensantes. Muy pronto, comienzan a cuestionar la misma democracia, culpando la falta de inteligencia de la mayoría de los votantes por la debacle inminente.
El jefe de Estado, sin embargo, no es solo un demócrata sino también un caballero, y por lo tanto entiende la magnitud de su fracaso. David Cameron asume la responsabilidad por la victoria del Brexit y renuncia como Primer Ministro de Gran Bretaña el día siguiente a la votación, permitiendo que su sucesor se encargue de las negociaciones con la Unión Europea. Por el bien del país, no había otra opción aparte de renunciar con honor: Cameron se había jugado su mandato en el resultado del plebiscito y había perdido de manera contundente.
Tras perder el plebiscito del 2 de octubre en Colombia, el presidente Juan Manuel Santos se encuentra en exactamente la misma posición que Cameron tras la votación que condujo al Brexit. Desde que asumió la presidencia, Santos le ha apostado todo su legado a las negociaciones de paz que inició con las FARC, contradiciendo su postura inicial antes de ser electo por primera vez. Ayer, la mayoría de votantes colombianos que acudieron a las urnas decidió rechazar dicho acuerdo. Si Santos es sensato, entenderá que no tiene otra opción aparte de renunciar.
En sus declaraciones tras su derrota, Santos se refirió al “estrechísimo margen” del “No” y dijo que “la otra mitad del país ha dicho que “Sí”, pero eso es desconocer las enormes ventajas con las cuales contaba la campaña del “Sí” desde el inicio: la constante propaganda estatal promoviendo el acuerdo; inmensas cantidades de dinero para la campaña; el umbral del 13 % (en vez del 50 % que usualmente exige la ley para que un plebiscito sea válido); el apoyo de la gran mayoría de periodistas de renombre; la pregunta presentada ante los votantes, la cual se refería a “la paz estable y duradera” sin mencionar al gobierno ni a las FARC. Pero no fue suficiente.
Total/te de acuerdo, senador Uribe no es dueño del NO, y el NO no implica querer la guerra, negociación en marco constitucional preexistente https://t.co/sQSPGmOW95
— JOHN EDUAR RODRIGUEZ (@joherf85) October 3, 2016
De manera acertada, Santos dijo que convocará “a todas las fuerzas políticas, en particular a las que se manifestaron por el “No”, para escucharlas y abrir espacios de diálogo para determinar el camino a seguir”.
Sin duda es primordial mantener en pie las negociaciones y el cese al fuego bilateral con las FARC, pero incorporando a los representantes de la coalición mayoritaria que ganó el plebiscito oponiéndose al acuerdo actual. Es necesario recordar que el resultado de ayer no le pertenece únicamente al expresidente Álvaro Uribe o a su partido, aunque hay que reconocer que la mayoría de los votantes del “No” son uribistas. Sin embargo, también jugaron un papel fundamental los promotores independientes del “No” como Jaime Castro, Pedro Medellín y Hugo Palacios Mejía. También es innegable que una minoría significante que votó por el “No” no se siente representada por el uribismo. Estos grupos independientes también deben ser tomados en cuenta a la hora de retomar las negociaciones con las Farc. Por el bien de la paz, sin embargo, Santos no debe ser quien lidera ese proceso.
Aunque debe primar la reconciliación y los promotores del “No” deben ser magnánimos en la hora de la victoria, Santos mismo debe reconocer que su credibilidad ha colapsado. Durante la campaña, amenazó con que la “guerra urbana” volvería a las ciudades si ganaba el “No”. Ahora admite que las FARC no volverán a tomar las armas inmediatamente.
Por más errores que haya cometido la campaña del “Sí”, Santos debe asumir la máxima responsabilidad, especialmente porque él fue el autor de uno de las mayores equivocaciones de su lado: decir en un foro universitario que el presidente puede formular la pregunta del plebiscito “que se le de la gana”. La ambición desmedida de pasar a la historia como el mandatario que le brindó la paz a Colombia lo hizo, como a Macbeth, perder todo sentido de proporción.
Curiosamente, la mayoría de quienes mantienen que Santos debe seguir en el poder para asegurar la estabilidad institucional no veía ningún peligro para las instituciones con curules directas para las FARC en el Congreso, ni con un sistema de justicia paralelo para juzgar sus crímenes. Tampoco parecen reconocer que, tras la renuncia de Santos, la transición hacia una presidencia de Germán Vargas Lleras, su vicepresidente, sería inmediata y transcurriría sin mayor inconveniente. En ese sentido hay un claro contraste con un sistema parlamentario como el británico, donde la renuncia de un primer ministro puede conducir a una dura campaña de meses o semanas para reemplazarlo.
Según la prensa, Santos es un anglófilo que, cuando “vivió en Londres, le gustaba comprar… (sus camisas) en el exclusivo sector de Jermyn Street”. Hoy, para oxigenar el proceso de paz, él debe asumir una característica no superficial del gentleman inglés y renunciar a su cargo cuando es insostenible su permanencia en él. Después de todo, Santos mismo insinuó en una entrevista con la BBC que dejaría la presidencia en caso de perder el plebiscito. Es hora de que cumpla su palabra.
https://www.youtube.com/watch?v=LVPknp4XBMA
Daniel Raisbeck
Editor Jefe
PanAm Post