EnglishLas florituras verbales del presidente estadounidense, Barack Obama, sólo disfrazan la verdad: lo que no puede suceder, no va a suceder.
Aunque los ciudadanos estadounidenses deberían tener la libertad de visitar Cuba, y los exiliados de enviar sus remesas, la “política de compromiso” —la normalización de relaciones con un brutal y totalitario régimen —no va “de manera más efectiva a levantar los valores [de EEUU] y ayudar al pueblo cubano a ayudarse a sí mismo”.
Esa puede muy bien ser la intención de los funcionarios federales de Estados Unidos, pero su ingenuidad ha quedado al desnudo con las acciones y demandas del caudillo, el general Raúl Castro. Del mismo modo, las advertencias de los exiliados y líderes de la oposición, que tanto añoran una Cuba libre, están demostrando ser correctas después de que la tercera ronda de conversaciones, este mes, terminara abruptamente y sin progresos.
Más allá de la legitimidad injustificada, conferida por las conversaciones de alto nivel, el problema básico es la posición del régimen en relación con sus concesiones. Como José Azel ha escrito en PanAm Post, los Castro nunca renunciarán voluntariamente a su dictadura militar y a su trono parasitario, colocado sobre una economía Sovietizada. Esto ha sido evidente tanto en las demandas presentadas a los Estados Unidos como en el incremento de la represión contra los disidentes en la isla.
El punto ciego de los soñadores es una simple evaluación de las actuaciones de Raúl, cuya hipocresía y desvergüenza no conocen límites. Los que proponen la normalización han pasado por alto que el mismo día que Obama estaba promoviendo “los cambios más significativos en la política [estadounidense] en más de 50 años”, Raúl prometió que iba a aceptar el gesto “sin renunciar a un solo principio [del régimen]”.
En la víspera del anuncio, agentes cubanos embistieron y hundieron un barco que transportaba a 32 personas que huían del supuesto paraíso socialista. En la semana anterior, los agentes detuvieron a más de 120 activistas en el Día Internacional de los Derechos Humanos, posterior a un aumento en las detenciones que ocurrió durante todo 2014.
Como se predijo, los descarados oficiales cubanos están dándole vueltas al proceso de normalización y quieren concesiones por parte de los Estados Unidos, como el fin de la política de pies secos-pies mojados (que otorga asilo y un camino hacia la ciudadanía para los refugiados cubanos que llegan a pisar tierra norteamericana). Una de sus inaceptables condiciones previas para la normalización es una compensación por el embargo económico —impuesto en 1962, después de que los comunistas confiscaron activos estadounidenses en Cuba— por la módica suma de US$116 mil millones de dólares.
Uno supone que la preocupación del régimen por las opciones económicas y el bienestar de los cubanos fue el motivo por el cual se autoimpuso restricciones en las importaciones, pero están negociando en contra de su camino de salida de estas, y continúan robando a los residentes todo lo que tienen, excepto aproximadamente US$20 al mes.
El objetivo inicial de la normalización diplomática para abril de 2015, está condenado a quedar en el camino, y a ser otra vergüenza para el Poder Ejecutivo de Estados Unidos. Pero este estancamiento es mejor que las concesiones unilaterales a los deseos interminables del régimen, y puede despertar en la gente la necesidad de una mayor presión para conseguir, finalmente, democracia para Cuba.